Texto: Lucía Romano
Cada 23 de abril se celebra en Cataluña la festividad de Sant Jordi, el patrón que consiguió vencer a un monstruoso dragón para salvar a su princesa, pero que caería rendido una y mil veces ante la ciudad de Barcelona. No le culpo de nada, creo que nadie podría resistirse a este lugar.
Muy especial tiene que ser esta tierra para que en su fiesta el regalo oficial sean rosas y libros. Una ciudad cosmopolita y multicultural, pero, sobre todo, amante del arte. Sus calles dijeron adiós al mundo medieval para coronarla capital referente del Modernismo y las vanguardias del siglo XX en España. Un espacio en el que la mezcla de tradición y modernidad ha creado un clima perfecto.
Ningún visitante de la ciudad condal puede poner en duda que se trata de un sitio exquisito para conocer y devorar por la vista y por el paladar. Su buen gusto resulta difícilmente discutible después de haber probado su pan tumaca en el Mercado de la Boquería o de haber paseado por el Paseo de Gracia contemplando la Casa Batlló.
Si el diccionario nos diese la opción de buscar la definición perfecta de destino turístico, probablemente Barcelona estaría entre sus acepciones y más si hablamos en términos arquitectónicos. Su arquitectura no solo ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en numerosas ocasiones, sino que además se calcula que para 2026 llegue a su máximo esplendor con la terminación de las obras de la Sagrada Familia. Entonces la ciudad podrá presumir de tener la catedral más alta del mundo.
Hablar de la arquitectura barcelonesa sin mencionar a Gaudí no tendría sentido, el famoso arquitecto que no nació, pero si murió en Barcelona. Durante su estancia no solo revistió a la capital catalana de un nuevo estilo, sino que además la convirtió en la cuna del Modernismo español aportando una serie de técnicas y métodos basados en la observación de la naturaleza para crear un nuevo movimiento.
El amor de esta ciudad por el arte va más allá de la conservación de su patrimonio histórico y cultural, y llega a la exploración y el desarrollo de nuevas corrientes. Desde museos como el MNAC situado en el Palau Nacional dentro Parc de Montjuïc, a otras actividades como esculturas o exposiciones al aire libre, música, teatro y danza.
Sus ganas de arriesgar y romper con las reglas hicieron que en 2008 “La Monumental” cerrase sus puertas para abrir el espacio a otro tipo de proyectos creativos. A pesar de su gusto por la innovación, también se conservan algunas de las típicas actividades de su cultura como la de los Castellers. La idea de cohesión social y solidaridad es la que ha hecho que se mantenga esta tradición, y es que parece que no hay nada que tenga que ver con las construcciones que se le escape a esta ciudad.
Después de un buen chapuzón de arte, historia y tradición, también se puede pasar al plano del ocio y la diversión, y qué mejor manera de hacerlo que con su famoso vermut. Lo que en el siglo XVIII era un producto exclusivo de la burguesía catalana, ahora está al alcance de todos, incluidos los turistas. Va a ser verdad eso de que España es la tierra de los bares.
Si lo que se busca es un descanso más profundo, lo mejor será optar por la faceta más natural de la ciudad. Desde sus rincones más fantásticos como el Park Güell, hasta los sitios donde el aire es más puro como en las playas de la Costa Brava, la Montaña de Monserrat o el mirador de los Búnquers del Carmel.
La ciudad del dragón es una tierra única, llena de encanto y vida. Podría considerarse una adelantada a su tiempo, como su arquitecto Gaudí, al que muchos catalogan como héroe en la actualidad, pero resultó ser un incomprendido en su época.
Aunque ahora nos parezca impensable, la genialidad de Antoni provocó la ruptura de múltiples cabezas y el rechazo de su obra por parte de muchos. Sin embargo, el tiempo le ha dado la razón y la belleza de su creación es la que ha ganado la batalla. Lo mejor de Barcelona es que no necesita explicación, basta con tener los ojos, la mente y el corazón abierto para sentirla.