Por Hipólito Pecci
Las repudiamos, las criticamos, opinamos que son nocivas (afirmación que, en grandes dosis, es completamente cierta), sin embargo, siempre están presentes en la totalidad de nuestras celebraciones.
Es innegable que, tanto en el ámbito cultural, como en el social, económico o religioso, las bebidas alcohólicas han ocupado un lugar preponderante en todas las conmemoraciones de la Historia.
No hay más que echar un vistazo a rituales, reuniones sociales o transacciones económicas, donde constituían un producto habitual de intercambio y comercio desde las primeras etapas de la Humanidad.
No se dice nada nuevo si se indica que la cerveza se convirtió en un elemento muy importante dentro de la nutrición de la inmensa mayoría de los pueblos periféricos del Mediterráneo y del Próximo Oriente, conociéndose su consumo en momentos tan antiguos como el IV m. a. C., en Sumeria, así como la primera receta documentada, con dataciones del 2500 a. C., aproximadamente, que describía los procesos para su elaboración.
De la misma forma, los textos egipcios nos acercan a la realidad del momento, para relatarnos como era consumida, fundamentalmente, por las clases populares, pues los estratos más altos, los nobles, se decantaban por otro tipo de líquidos alcohólicos, fundamentalmente aquél que era considerado todo un lujo, esto es, el vino, símbolo de estatus y riqueza.
Debemos recordar que contaba, también, con un significado religioso y ceremonial, utilizándose en ritos funerarios u ofrendas a los dioses, por ejemplo, el “bautizo” de las naves, de tal modo que, los griegos, sustituyendo a los ritos de sangre, hacían estallar, en honor a Poseidón, ánforas de este fluido contra ellas, conducta llevada a cabo también por los judíos, o, tiempo más tarde, por los propios cristianos, que buscaban con ello, la protección de Dios.
Es así, como, en torno a este producto se crearía un extenso comercio en la zona del Mediterráneo, llegando a convertirse en una de las principales fuentes de ingresos en las que se cimentaron las civilizaciones griegas y romana.
Es difícil saber en que lugar surgió la viticultura, esto es, el conjunto de técnicas aplicadas al cultivo de la vid, pero las primeras evidencias de recolección de uva salvaje se remontarían a fechas neolíticas, con dataciones del 7000 a. C. aproximadamente, aunque la elaboración de vino no se produciría hasta más o menos tres milenios y medio después, localizándose vestigios de su manufactura en el asentamiento de Jericó y, posteriormente, por todo el Próximo Oriente hasta Canaán.
De este modo, se conocen diversos textos cuneiformes que podrían ser datados a finales del IV m. a. C., los cuales hacen referencia al consumo de vino en las regiones de Mesopotamia, hecho que, también, llevaría implícita la existencia de un incipiente comercio del producto, pues este territorio, debido al tipo de terreno, no sobresalía en el trabajo de la vid.
Pero, como comentábamos líneas más arriba, sin lugar a dudas los datos más importantes se encuentran en Egipto, atestiguándose su consumo ya desde la I Dinastía, con fechas más o menos del 3100 a. C.
A partir de los testimonios existentes, se conocen diferentes variedades de caldos, que podrían aglutinarse en blancos, rojos y negros, así como un tipo denominado del “Norte”.
La valiosa información que arrojan las fuentes documentales, se ve complementada por otras, cobrando gran valor las representaciones pictóricas localizadas en diversas tumbas de Abidos, en donde aparecen plasmadas las diversas actividades que se efectuarían en torno al cultivo de la vid, su supervisión, almacenamiento y consumo, así como otro tipo de vestigios aparecidos en variados puntos del reino, como en El Fayum y en algunos lugares del Delta.
Es curioso saber como, en el Valle, no solo se utilizaba la uva como base, de la misma forma, se manufacturaron a partir de otras especies, como dátiles, higos y granadas, aparte de un caldo de palma elaborado a partir de la savia de las palmeras datileras, el cual se recogía haciendo una incisión en lo alto del tronco del árbol por debajo de las ramas.
Este último líquido tendría cierto protagonismo en el proceso de momificación, ya que, como relata Heródoto en su libro Segundo de Historia, concretamente en un fragmento dedicado al embalsamamiento, sería utilizado para lavar los cadáveres, “…hacen una incisión a lo largo del flanco que limpian y purifican con vino de palma…”.
Según se desprende de estas líneas que estamos leyendo, parece que los únicos “borrachos eran los egipcios”, pero nada está más lejos de la realidad, pues en distintas regiones se deleitaban saboreando tan rico manjar.
Si viajamos por otros parajes de la Antigüedad, su presencia era clara, y así, en los mitos griegos se le atribuía un origen divino, conmemorándose las Dionisiacas en honor a Dionisos, deidad de la vid y el vino, el cual sería conocido en la tradición romana como Baco, propagador de la vinicultura por el mundo.
Aunque parezca mentira, cuando Teodosio prohibió las prácticas paganas, hacia el año 392, el cristianismo adoptaría numerosos aspectos de sus rituales, entre ellos la utilización del vino como forma de la sangre de Cristo.
No hay que olvidarse del Antiguo Testamento, suministrador de numerosos datos referentes al mundo de la enología, recogiendo en varios pasajes de la Biblia que “…Noé, agricultor, comenzó a labrar la tierra, y plantó una viña. Bebió de su vino y se embriagó….” (Génesis, 9,20), en Amenazas del Profeta (Jeremías, 6,9) “Así dice Yahvé de los ejércitos: haz cuidadoso rebusco como en las viñas, de los restos de Israel; vuelve tu mano, como vendimiador entre los sarmientos…” o “…yo os digo que no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros de nuevo en el reino de mi Padre”. (San Mateo, 26,26).
Nos hemos acercado, a grandes rasgos, a los primeros estadios del vino, aquellos que supusieron su introducción, producción y consumo.
Pero no deberíamos finalizar estas líneas sin mencionar alguna de las grandes obras artísticas en donde el vino ocupa un lugar preponderante, entre otras, el famoso óleo sobre lienzo de Velázquez conocido como “Los borrachos” y cuyo título original es “El triunfo de Baco”
De esta suerte, y sin excesos, una copita de buen vino, puede resultar totalmente embriagadora.