Por Duaa Naciri Chraih
Cuando se piensa en escapadas de sol y mar, Murcia no siempre aparece la primera en la lista. Y, sin embargo, quien descubre Mazarrón suele guardarlo para siempre como uno de esos secretos que se comparten solo con quien se quiere bien. Porque este municipio costero, situado a poco más de una hora de Cartagena y muy cerca de Águilas, reúne casi todo lo que se busca cuando uno sueña con días tranquilos: playas anchas, calas escondidas, paseos que huelen a sal y un pasado que asoma, discreto, en cada rincón.
Lo primero que convence a cualquiera es el clima. Aquí el sol parece tener un contrato fijo: más de 300 días de cielos despejados al año y temperaturas que, incluso en invierno, invitan a pasear sin prisas. Quienes viven en la zona aseguran que incluso en febrero se puede comer junto al mar sin abrigo. Esta calma convierte a Mazarrón en un destino apetecible casi en cualquier momento, sin agobios de temporada alta ni multitudes imposibles. Para quienes buscan mar, la bahía es su mayor tesoro. La Playa de Bolnuevo, con su enorme extensión de arena dorada, es perfecta para pasar un día entero: llegar pronto, plantar sombrilla, abrir un libro y dejarse mecer por el rumor del agua. Un poco más adelante, la misma zona sorprende con calas pequeñas y discretas como Cala Amarilla o Cala Desnuda, donde uno puede encontrar un trozo de costa casi virgen y mirar el horizonte sin más compañía que el sonido de las olas. Aquí no hay beach clubs ruidosos ni construcciones invasivas: solo mar, roca y silencio. El paisaje sorprende con rincones curiosos, como las Erosiones de Bolnuevo, formaciones rocosas de aspecto casi lunar que el viento y la lluvia han esculpido durante siglos. Quien pasa por allí rara vez se resiste a parar un momento, cámara en mano, para capturar esas “ciudades de piedra” que parecen sacadas de otro planeta.
Pero Mazarrón no es solo playa. Su pasado minero y pesquero se deja sentir en calles, edificios y pequeñas historias que todavía se cuentan de boca en boca. El casco urbano guarda huellas de otros tiempos, como el Castillo de Los Vélez, construido sobre una antigua fortificación árabe, o la Torre de los Caballos, que servía para vigilar la costa de los ataques de piratas berberiscos. Para quienes quieran mirar un poco más allá del mar, el Centro de Interpretación del Barco Fenicio expone los restos de uno de los barcos más antiguos hallados en el Mediterráneo. Una visita corta, pero que permite imaginar cómo se vivía aquí cuando Mazarrón era punto clave para el comercio de metales y sal.
La zona del Puerto de Mazarrón pone la nota de ambiente y vida social. Aquí se mezclan paseos junto al puerto deportivo, terrazas para tomar pescado recién frito o una tapa de pulpo a la plancha y heladerías abiertas hasta bien entrada la noche. En verano, la brisa es aliada para quienes disfrutan del bullicio suave de una cena mirando barcos. A pocos pasos, el paseo marítimo invita a caminar sin prisa, a parar en cada banco o a dejarse tentar por alguna tienda de recuerdos. Para quienes prefieren alternar el mar con algo de naturaleza, el entorno ofrece sorpresas. La Sierra de las Moreras, por ejemplo, permite rutas de senderismo sencillas, entre pinos, romero y vistas abiertas hacia el Mediterráneo. O el Cabezo del Castellar, desde donde se obtiene una panorámica de la bahía que compensa el pequeño esfuerzo de la subida. Algunos senderos se pueden recorrer también en bicicleta, convirtiendo la escapada de playa en un plan más completo.
Uno de los encantos de Mazarrón es que no se ha dejado arrastrar por el turismo de masas. Aún se pueden encontrar bares donde la tapa va incluida con la caña y donde el camarero recomienda el pescado fresco del día sin prisas. Las familias repiten año tras año el mismo apartamento o la misma casita cerca de la playa, porque aquí casi nada cambia: y eso, para muchos, es precisamente lo que hace que valga la pena volver.
En temporada baja, cuando la mayoría de turistas se dispersa, Mazarrón sigue teniendo vida. Es fácil ver a vecinos paseando, pescadores revisando redes o niños jugando a la pelota junto a la arena. Un recordatorio de que esta costa murciana, discreta y luminosa, sigue guardando un ritmo propio que resiste al calendario. Quien viene por primera vez suele marcharse con la idea de volver. Porque Mazarrón no tiene grandes lujos ni reclamos de foto de postal. Su encanto está justo en eso: mar limpio, buen tiempo casi asegurado y la sensación de que aquí se puede respirar y dejar que el tiempo pase más lento. A veces, para desconectar, no hace falta mucho más.