domingo, septiembre 28, 2025

La música como terapia, beneficios que llegan al cuerpo y la mente

Por Duaa Naciri Chraih

Seguro que alguna vez te ha pasado: poner una canción y notar cómo cambia el ánimo en cuestión de segundos. Una melodía puede hacernos sonreír cuando parecía que el día estaba perdido o incluso arrancarnos una lágrima cuando nos conecta con un recuerdo especial. No es casualidad. La música tiene un poder enorme sobre lo que pensamos y sentimos, y por eso cada vez se reconoce más su valor como una especie de medicina invisible que acompaña al cuerpo y a la mente.

Lo interesante es que no hablamos solo de entretenimiento. Hoy sabemos que escuchar música puede reducir el nivel de estrés, mejorar el sueño e incluso ayudarnos a concentrarnos más cuando estamos estudiando o trabajando. No hace falta ser músico ni saber tocar un instrumento para beneficiarse de ella. Basta con poner una melodía relajante después de un día largo y notar cómo se calma la respiración, o elegir un tema lleno de energía justo antes de salir a correr. El cuerpo reacciona sin que apenas lo notemos: baja la tensión, el corazón late más despacio o, por el contrario, se activa cuando la canción nos motiva.

En el terreno de la ansiedad y la depresión, los efectos son todavía más evidentes. La música estimula la liberación de dopamina, la sustancia que nos da placer y motivación. Es la misma sensación que aparece al comer algo que nos gusta mucho o al recibir una buena noticia. Por eso, para algunas personas, escuchar música se convierte en un pequeño salvavidas en los días grises. Y no solo cuando se escucha de manera individual: cantar en un coro, tocar en grupo o simplemente compartir una lista de reproducción con amigos crea vínculos y rompe la sensación de aislamiento, algo muy importante en un tiempo donde la soledad se ha convertido en un problema real. Otro de los aspectos más sorprendentes tiene que ver con la memoria. A todos nos ha pasado: escuchar una canción antigua y de repente regresar a un momento del pasado como si lo estuviéramos viviendo de nuevo. Ese efecto es aún más valioso en personas con Alzheimer o demencia. Aunque la enfermedad borre muchos recuerdos recientes, las canciones que marcaron etapas importantes de la vida suelen permanecer intactas. Escuchar esas melodías puede despertar sonrisas, provocar que alguien vuelva a tararear o incluso que se anime a hablar de experiencias que parecían olvidadas. La música, en estos casos, funciona como un puente entre el presente y el pasado.

El ámbito hospitalario también ha ido integrando cada vez más la música. En muchos centros médicos se usa antes y después de cirugías. Escuchar melodías relajantes reduce la ansiedad antes de entrar en quirófano y, después de la operación, ayuda a aliviar el dolor y favorece una recuperación más rápida. Lo mismo ocurre en fisioterapia: acompañar los ejercicios con música no solo hace que resulten menos pesados, también aumenta la motivación y las ganas de continuar.

Con los niños, los beneficios de la música son igual de evidentes, porque no solo estimula el lenguaje y favorece la concentración, sino que también despierta la creatividad y les ofrece una forma de expresarse diferente a las palabras. Además, se convierte en una herramienta muy útil para gestionar emociones que a veces resultan difíciles de controlar, como la rabia o la frustración, y por eso no sorprende que en algunas escuelas se hayan incorporado programas de musicoterapia que ayudan a los alumnos a relajarse, a colaborar en grupo y a desarrollar habilidades sociales de manera más natural. En la adolescencia, la música cobra todavía más fuerza, ya que escuchar canciones puede funcionar como una especie de válvula de escape, un espacio íntimo donde sentirse comprendido y expresar lo que se siente sin necesidad de dar demasiadas explicaciones.

Ahora bien, no existe una receta universal, porque lo que para una persona resulta relajante a otra puede generarle nerviosismo o incomodidad. Mientras algunos encuentran calma en la música clásica, otros prefieren el jazz, el flamenco, el pop o incluso los sonidos de la naturaleza, y lo importante no es el estilo en sí, sino descubrir qué tipo de música conecta con nosotros y aprender a utilizarla como un recurso sencillo y cercano para cuidarnos en el día a día. No hay reglas, solo la experiencia personal de dejarse llevar por lo que suena.

Por todo esto, la música se considera ya un complemento muy valioso en el cuidado de la salud. No sustituye a un tratamiento médico, pero sí lo acompaña y lo enriquece. Y lo mejor es que está al alcance de todos. No se necesita receta, ni cita previa, ni equipos caros. Solo unos minutos al día para ponerse los auriculares, cerrar los ojos y dejar que las notas hagan su trabajo. En ocasiones, esos pequeños momentos valen tanto como una siesta reparadora o un paseo tranquilo.

Al final, hablar de música como terapia no es exagerar. Es reconocer algo que llevamos dentro desde siempre: que las canciones tienen la capacidad de tocarnos de una manera única. Están en los conciertos que nos emocionan, en las nanas que calman a un bebé, en esa canción que nos recuerda a alguien que ya no está, o en la lista que ponemos cuando necesitamos motivarnos. Cada persona la vive de una forma distinta, pero hay algo común: siempre consigue acompañarnos. Quizá por eso se dice que la música es un lenguaje universal. No importa el idioma, ni la cultura, ni la edad: una melodía puede emocionarnos sin necesidad de traducción. Y aunque no solucione todos los problemas, sí nos da algo muy valioso en tiempos donde el estrés y la prisa parecen gobernarlo todo: un respiro. Un momento para conectar con nosotros mismos y, en definitiva, para sentirnos un poco mejor.

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