Redacción
Londres a mediados del Siglo XIX: una trampa sanitaria
A mediados del siglo XIX, Londres era la ciudad más grande y próspera del mundo, pero su infraestructura de saneamiento estaba estancada en el pasado. Millones de habitantes dependían del río Támesis para beber, pero también lo usaban como el principal vertedero de aguas residuales.
La invención del inodoro con cisterna había empeorado la situación. En lugar de vaciar las letrinas en pozos negros (que se desbordaban a las calles), ahora todo el desecho líquido y sólido era canalizado directamente al Támesis.
La ciudad olía mal todo el tiempo, pero la crisis estalló en el verano de 1858, un año de calor inusual. El nivel del Támesis descendió drásticamente y la concentración de desechos, productos químicos industriales y excrementos se fermentó al sol. Nació el «Gran Hedor«.
El miedo que paralizó al Parlamento
El hedor era tan insoportable que paralizó la vida en Londres. Los negocios cerraron y la gente huía de las orillas del río. El Parlamento, cuyas cámaras estaban situadas justo al lado del Támesis, fue particularmente afectado. Se intentó mitigar el olor empapando cortinas con cloruro de cal, pero el trabajo se hizo casi imposible.
Paradójicamente, el verdadero motor de la reforma no fue solo el hedor, sino el miedo constante al cólera. Varias epidemias devastadoras habían asolado la ciudad, y la teoría predominante de la época (la teoría del miasma) sostenía que las enfermedades se propagaban a través de «malos aires» o vapores fétidos provenientes de la materia en descomposición. Aunque esta teoría era incorrecta (la enfermedad se propagaba por el agua contaminada), el hedor era visto como el mensajero de la muerte.
El terror al miasma fue lo que finalmente proporcionó la voluntad política y el financiamiento necesarios. En solo 18 días, el Parlamento aprobó la legislación que autorizaba la construcción de un nuevo sistema de alcantarillado.
El genio de Joseph Bazalgette
El hombre encargado de este monumental proyecto fue Sir Joseph Bazalgette, el ingeniero jefe de la Junta Metropolitana de Obras (Metropolitan Board of Works).
Bazalgette no solo era un ingeniero brillante, sino un visionario. Su diseño, completado entre 1859 y 1875, fue una obra maestra de ingeniería sanitaria:
Red Vasta: Creó más de 1.300 millas (unos 2.100 km) de tuberías subterráneas interconectadas.
Gravedad e Inclinación: La clave de su diseño fue la ingeniería gravitacional. Bazalgette calculó meticulosamente la inclinación de los túneles para que las aguas residuales fluyeran de manera constante y eficiente, pero no tan rápido como para erosionar los ladrillos, ni tan lento como para que se estancara la materia sólida.
Los Embankments: Para interceptar los desagües que iban directamente al Támesis, construyó grandes muros a lo largo del río (Victoria, Chelsea y Albert Embankments), creando un nuevo sistema de cloacas principales que terminaban en las afueras orientales de Londres.
Estaciones de Bombeo: Dado que el sistema era gravitacional, fue necesario construir estaciones de bombeo de vapor para elevar los residuos en los puntos bajos y asegurar que llegaran a los puntos de descarga, lejos del centro de la ciudad.
El Legado Sanitario
El sistema de Bazalgette fue un éxito inmediato. Eliminó el «Gran Hedor» y, más importante aún, contribuyó a erradicar el cólera de Londres.
La infraestructura no solo eliminó la fuente de contaminación, sino que, por primera vez, garantizó que la mayoría de la población tuviera acceso a agua potable no contaminada. Este simple cambio infraestructural tuvo un impacto asombroso: la expectativa de vida de los habitantes de Londres aumentó significativamente en las décadas posteriores a la construcción.
El sistema de Bazalgette sigue en funcionamiento hoy en día, lidiando con una población mucho mayor que para la que fue diseñado, un testimonio de su previsión y su ingeniería a prueba de futuro. Es el recordatorio de que a veces, los mayores avances de la civilización se encuentran bajo nuestros pies.

