sábado, septiembre 27, 2025

El siniestro poder del vampiro

Por Javier Cuenca

Quizá era Robert Eggers uno de los cineastas actuales con mayor pericia para abordar nuevamente el ominoso relato sobre aquel conde remoto que tenía por costumbre libar la sangre de hermosas mujeres, transformado en asunto literario por el irlandés Bram Stoker y llevado posteriormente al celuloide con resultados dispares. Sea como fuere, el autor de “La bruja” (2016) se ha sumergido en tan procelosas aguas con la convicción de quien afronta el reto de plasmar en la pantalla un sueño largamente acariciado, aunque sería mejor decir una pesadilla.

Nosferatu

Dirección: Robert Eggers

Intérpretes: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Willem Dafoe.

Género: Terror.

Duración: 132 minutos.

Ellen tiene sueños extraños que la perturban, visiones inquietantes que no la dejan vivir en paz. Acaba de casarse, pero su marido es enviado a Transilvania por su jefe para cerrar un acuerdo con un siniestro conde, que pretende adquirir una finca en el mismo pueblo donde reside el matrimonio. Para que la mujer no se quede sola, ambos deciden que se traslade a la casa de unos amigos. Luego empiezan a ocurrir cosas aún más inquietantes.

Se trataba, pues, de reconstruir, o deconstruir, que también, la mítica historia del vampiro, teniendo más puesta la mirada en la obra silente y expresionista de Murnau que en posteriores versiones. Y de tal empeño surge una película torrencial, tan oscura como malsana, tan ebria de sí misma como sobria en su querencia por las formas clásicas.

Eggers logra producir inquietud, desasosiego, sin incurrir para ello en golpes de efecto ni trucos fáciles. El realizador confiere a su obra la atmósfera precisa, ofreciendo un cuento gótico plagado de sombras, con momentos incluso espeluznantes. La película se antoja a veces un poema siniestro, una especie de laberinto donde parecen darse la mano lo esotérico y lo erótico, lo religioso y lo profano.

Tiene “Nosferatu” hechuras de un cine destilado desde lo visceral, convencido de su poder evocador e imaginativo. Y con esas claves construye Eggers su artefacto, escarbando en lo más ancestral para extraer un material tan inflamable como desprovisto de recovecos. El vampiro es aquí una criatura poderosa, siniestra, terrorífica en su esencia más primigenia. No busquen aquí el romanticismo del filme de Coppola de los 90, ni el terror primario de las películas de la Hammer. La revisión de Eggers es más compleja, más soterrada, menos obvia. Y sin embargo es cine de ese que explota sin necesidad de fuegos artificiales. Magnífico.

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