Joyitas Escondidas Vol. 3: Super Mario Sunshine – El verano que no supimos valorar

Por José Agustín Solís

Hay juegos que no solo definen una época, sino que capturan emociones. Super Mario Sunshine no fue simplemente un experimento técnico de Nintendo. Fue una postal jugable del verano eterno. Lanzado en 2002 para GameCube, fue el sucesor directo de Super Mario 64, lo que ya cargaba una mochila de expectativas pesadas. Pero Sunshine decidió no seguir el camino esperado. Fue un giro hacia lo tropical, lo vibrante, lo diferente. Y por eso, en su momento, no todo el mundo lo entendió.

Musicalmente, Super Mario Sunshine es una fiesta isleña perpetua. Cada nivel está bañado por melodías playeras, marimbas juguetonas y ritmos relajados que parecen compuestos para acompañar un atardecer en Delfino Plaza. Esa plaza, por cierto, no es solo un hub de misiones: es una representación pura del descanso, del ritmo pausado, del relajado veraniego digital. ¿Quién no recuerda perderse ahí, simplemente corriendo por los techos, escuchando el tema principal una y otra vez?

Sin embargo, no todo era sol y brisa marina. El juego fue criticado en su tiempo por controles complicados, una cámara poco amigable y un sistema de misiones menos accesible que sus antecesores. Muchos lo consideraron el «hermano raro» dentro de la familia Mario 3D, una especie de oveja negra que se apartó demasiado del molde. Sin embargo, ahí estaba, innovando sin pedir permiso.

El dispositivo FLUDD, que acompañaba a Mario como una mochila con chorros de agua a presión, fue un cambio drástico. Convertía al jugador en un acróbata líquido, capaz de flotar, impulsarse y limpiar el mundo. Porque sí, Sunshine era también una metáfora ecológica: limpiar la suciedad, restaurar la belleza. En medio del caos, el juego planteaba una misión noble. Y todo con una estética limpia, saturada de color, con cielos que parecían pintados a mano.

A nivel estético, Sunshine fue revolucionario. No por su potencia gráfica, sino por su arte. La luz, el agua, las sombras… todo parecía cuidadosamente diseñado para transportarte a unas vacaciones sin fin. Incluso en los niveles más difíciles, el juego nunca perdía su espíritu alegre. Había algo profundamente veraniego en cada rincón: desde las frutas tropicales hasta los mini-juegos absurdos con piantas lanzándote por los aires.

Con el tiempo, esa rareza se volvió virtud. Lo que una vez fue motivo de crítica, hoy es parte del encanto que muchos fans valoran. La comunidad redescubrió Sunshine con nostalgia y cariño. Y Nintendo también lo supo ver: el relanzamiento en Super Mario 3D All-Stars para Nintendo Switch en 2020 permitió a nuevas generaciones experimentar esa aventura solar por primera vez.

El remaster, aunque limitado en mejoras técnicas, fue suficiente para reabrir el debate: Sunshine no fue un error, fue un adelantado. Su control exigente ahora se siente como un reto interesante. Su música, que en su momento pasó desapercibida, ahora suena como un clásico de verano. Y su atmósfera… bueno, sigue siendo irrepetible.

Lo interesante de Sunshine es que no intenta gustar a todos. Tiene una identidad fuerte, una estética única, y no se disculpa por ello. En una época donde la mayoría de los juegos se esfuerzan por ser lo más accesibles posible, este Mario te lanza un cubo de agua en la cara y te dice: «vamos a limpiar esto juntos, pero tendrás que sudar un poco».

Detrás del FLUDD y la limpieza de pintura hay algo más: hay una intención de ruptura. Nintendo no quería repetir Mario 64. Quería experimentar, jugar con la fórmula. Y eso, en retrospectiva, es admirable. El juego también introdujo una narrativa más marcada, con cinemáticas, diálogos y un villano con identidad propia (Bowser Jr.), que luego se convertiría en un personaje habitual.

Y luego está lo emocional. Sunshine es uno de esos juegos que te marcan no tanto por su dificultad o historia, sino por el cómo te hizo sentir. Es el olor de la sal, el sonido de las gaviotas, el reflejo del sol sobre el agua. Es ese tipo de juego que te deja postales en la cabeza. No todo título logra eso. No todo juego quiere ser recordado por su alma.

En la serie de Joyitas Escondidas, hablamos de juegos que fueron ignorados, malinterpretados o simplemente tapados por gigantes. Super Mario Sunshine es quizás uno de los ejemplos más evidentes de cómo el tiempo puede cambiar la perspectiva. Lo que antes fue una decepción para algunos, hoy es un tesoro redescubierto.

¿Es perfecto? No. ¿Es clásico? Definitivamente. Sunshine no necesita competir con Odyssey o Galaxy. No quiere. Es un viaje personal, un verano jugable, una anomalía brillante en la historia de Mario. Y como toda buena joyita escondida, solo había que saber dónde mirar.

Así que, si estás cansado del invierno emocional, si necesitas un poco de sol pixelado, vuelve a Delfino Plaza. Subirte al FLUDD, escuchar esa música que suena a vacaciones, y déjate llevar. Porque a veces, la diversión no está en seguir al líder, sino en saltar por los techos de una isla, bajo un cielo imposible. Super Mario Sunshine no fue el Mario que queríamos. Pero quizás, fue el Mario que necesitábamos.

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