Por Duaa Naciri Chraih
Hay películas que llegan sin hacer demasiado ruido y acaban quedándose con nosotros mucho más de lo que esperábamos. El becario, dirigida por Nancy Meyers y estrenada en 2015, es una de esas cintas que parecen ligeras, casi como una comedia más de oficina, pero que terminan dejando un mensaje muy claro: nunca es tarde para empezar de nuevo y, sobre todo, siempre es posible aprender algo de quienes nos rodean, sin importar la edad que tengan.
La historia sigue a Ben Whittaker, un viudo de 70 años interpretado por Robert De Niro. Tras la jubilación, se encuentra con que su vida se ha vuelto demasiado silenciosa, demasiado vacía. En lugar de resignarse, decide apuntarse a un programa de prácticas para personas mayores en una empresa moderna dedicada a la moda online. Allí conoce a Jules, el personaje de Anne Hathaway, una joven empresaria brillante que intenta llevar adelante su compañía al mismo tiempo que lucha por mantener en pie su vida personal. Y claro, al principio el choque de generaciones parece inevitable: él, con su calma y su elegancia antigua; ella, atrapada en la velocidad y la presión del éxito. Pero poco a poco, ambos descubren que no son tan distintos y que la experiencia puede ser tan valiosa como la innovación.
Lo interesante de El becario no es solo la trama, que en apariencia resulta sencilla, sino la manera en que está contada, porque Nancy Meyers, fiel a su estilo, construye una historia luminosa con diálogos que mezclan humor y emoción y con un ritmo que nunca llega a hacerse pesado, y además la película juega constantemente con los contrastes, como el mundo acelerado de las start-ups frente a la calma de un hombre que ya ha vivido mucho, o la obsesión por la productividad frente a la importancia de detenerse un momento para escuchar. Y lo cierto es que ese contraste funciona, porque genera momentos divertidos pero también escenas que invitan a pensar.
Robert De Niro sorprende en un papel muy distinto a los que lo hicieron famoso. Aquí no hay gánsteres ni tipos duros: interpreta a un hombre amable, sereno, que conquista al espectador con gestos pequeños, con su paciencia y con la calidez que transmite. Es el tipo de persona con la que uno querría sentarse a charlar. Anne Hathaway, por su parte, refleja muy bien la inseguridad de alguien que parece tenerlo todo bajo control, pero que en realidad carga con un peso enorme. La química entre los dos es quizá lo mejor de la película: no hay romance ni clichés forzados, solo una amistad que nace poco a poco y que resulta creíble de principio a fin. Lo cierto es que más allá de la comedia, la película toca temas muy actuales.
La película habla del reto de conciliar la vida laboral y personal, del miedo a envejecer en un mundo que parece ir cada vez más rápido y de lo mucho que se pierde cuando se descarta a alguien solo por su edad, pero también muestra lo necesario que es apoyarse en los demás y comprender que nadie puede hacerlo todo solo, ni siquiera alguien tan exitoso como Jules, y quizá por eso ha conectado con públicos de distintas edades, ya que los más jóvenes se ven reflejados en las prisas y las inseguridades del personaje de Hathaway, mientras que los mayores encuentran en Ben un ejemplo de que todavía se puede aportar mucho incluso cuando la sociedad parece haberte dejado de lado, y esa mezcla convierte a El becario en algo más que una comedia, en un puente entre generaciones y en una historia que recuerda que todos tenemos algo que enseñar y algo que aprender, y aunque no sea una película que busque revolucionar el cine ni marcar un antes y un después, sí logra algo muy valioso: emocionar y dejar una sensación de calidez cuando termina. Con humor, ternura y buenas interpretaciones, El becario demuestra que las historias sencillas pueden tener un gran impacto. Al fin y al cabo, lo que nos queda no son los números, ni los éxitos laborales, sino las personas con las que compartimos el camino. Y en ese sentido, pocas películas recientes lo cuentan con tanta naturalidad como esta.
