Por Duaa Naciri Chraih
No basta con llenar el carrito de verdura o cambiar el pan por tortitas de arroz: comer bien también tiene sus trampas y aprender a sortearlas es parte del proceso
A veces, comer sano parece más complicado de lo que debería. Basta con entrar a un supermercado y ver pasillos enteros de productos que prometen “cero azúcar”, “bajo en grasa” o “light”, mientras en casa la fruta madura se olvida en el cajón de la nevera. Entre tanta etiqueta y buenos propósitos, es fácil caer en errores que, sin darnos cuenta, nos alejan de lo básico: comer mejor para sentirnos mejor.
Uno de los fallos más comunes empieza nada más levantarse: saltarse el desayuno o convertirlo en un café rápido con algo dulce que calma el hambre solo un rato. Desayunar mal o no desayunar suele pasar factura a media mañana, cuando la energía baja y el picoteo acecha. Un desayuno que aguante unas horas no necesita ser complicado: fruta, algo de proteína(huevos, yogur natural) y una tostada de pan de verdad pueden marcar la diferencia entre llegar al almuerzo con hambre moderada o arrasar con lo primero que aparece.
Otra trampa disfrazada de buena intención es llenar la despensa de productos light. Quesos bajos en grasa, refrescos sin azúcar, galletas “fitness” que prometen milagros. La realidad es que muchos de estos productos sustituyen la grasa por más azúcares o aditivos para mantener sabor y textura. Comer bien no es comer light, sino comer comida real. Un trozo de queso curado, aunque tenga grasa, siempre será mejor opción que un sustituto insípido que engaña más a la etiqueta que al cuerpo.
El mito de la ensalada sana es otro clásico. Una ensalada puede ser el plato más equilibrado o una bomba de calorías disfrazada de verde. El error suele estar en los extras: salsas industriales, toneladas de frutos secos fritos, picatostes, queso de más y aliños que convierten un plato ligero en un festival de grasa y azúcar. Nada en contra de una ensalada completa, pero conviene mirar qué lleva de verdad. A veces menos es más: buenas hojas, proteína (huevo, atún, pollo) y un aliño sencillo de aceite de oliva y limón hacen más por la salud que cualquier salsa rosa.
Picar entre horas es otro de esos hábitos que pasan desapercibidos, sobre todo si se trabaja desde casa o se pasa mucho tiempo cerca de la cocina. Un puñado de frutos secos por aquí, unas galletas por allá, un trozo de pan mientras se cocina… Al final del día, esos “bocados invisibles” pueden sumar más calorías que una comida principal. Tener a mano opciones mejores como fruta troceada, un yogur natural, un puñado controlado de nueces y poner freno consciente a abrir la nevera por aburrimiento es un paso pequeño, pero clave.
Y, por último, un error tan común como silencioso: beber calorías sin darse cuenta. Refrescos, zumos “naturales” envasados, batidos con azúcar añadido y hasta ese café de máquina con más sirope que café. Todo suma. A veces basta con volver a lo sencillo: agua, infusiones y café o té sin extras son aliados que el cuerpo agradece más de lo que parece.
Comer sano no necesita reglas imposibles ni productos milagro. Es más bien volver a lo básico: comer de todo, en cantidades razonables y con menos etiquetas que confundan. En el fondo, comer bien no es cuestión de perfección, sino de equilibrio. De equivocarse menos cada día, de leer etiquetas con calma y de poner el foco en lo que de verdad importa: alimentos sencillos, platos que nutren y hábitos que duren. Lo demás son modas que, tarde o temprano, caducan. Pero comer de forma consciente aunque sea imperfecta siempre se queda.