Por Duaa Naciri Chraih
A veces los comienzos más potentes no tienen nada de épico. No hay grandes decisiones, ni sueños infantiles, ni metas trazadas con rotulador fluorescente. A veces simplemente ocurre: una rabia sana, una curiosidad, una frase como “yo también quiero ver lo que hay ahí abajo”. Y ese fue el inicio de Ana Cimentada en la apnea. Hoy, Ana lidera equipos nacionales de pesca submarina, es apneísta, ingeniera de caminos y una voz cada vez más reconocida en el deporte subacuático. Pero todo empezó con una frustración personal. Su pareja, pescador desde la adolescencia, le contaba entusiasmado lo que veía en sus inmersiones. Ella no podía seguirle el ritmo. “Me decía: he visto una estrella de mar, un pulpo, no sé qué… Y yo pensaba: ¡qué rabia, yo no puedo hacer eso!”.
El primer paso fue lógico: apuntarse a un curso de apnea. Sin embargo, la cadena de casualidades que vino después parece escrita por alguien con muy buen guion. A los pocos meses, se celebró en Cantabria el primer campeonato autonómico de apnea. La federación contactó con ella: sabían que se había formado recientemente. Sin mucha idea de reglamentos ni de cómo funcionaba una competición, aceptó. “Tenía una o dos semanas para prepararme y no hacer el ridículo. Pero el día de la prueba hice más de cuatro minutos y medio. Para mí fue increíble”. El siguiente paso fue casi automático: la llamaron para participar en el campeonato nacional. Tres semanas después. Fue, como ella dice, “una prueba sin expectativas”. Pero volvió a sorprenderse. Dos cuartos puestos. Y sobre todo, una sensación nueva: la de estar entrando en algo más grande. “Ahí me dije: esto no es solo una prueba. Quiero tomármelo en serio. Entrenar. Ver hasta dónde puedo llegar”. A partir de ahí, todo cambió.
Ana no viene del deporte profesional. Es ingeniera de formación, y ha desarrollado buena parte de su carrera liderando equipos técnicos. Dirigió laboratorios, gestionó personal, organizó tareas complejas. Y aunque a primera vista pueda parecer que su carrera poco tiene que ver con el mar, ella cree lo contrario. “Mi formación me ha dado muchas herramientas para liderar equipos. En las concentraciones cada persona tiene su forma de ser, sus frustraciones, sus roces. Saber gestionarlo, mantener la calma y hacer que todo fluya es algo que aprendí en el ámbito laboral”. Pero hay más. Como especialista en ingeniería de materiales, su conocimiento se traslada también al terreno práctico. Conoce los materiales que usan, analiza el rendimiento de trajes, aletas, fusiles. No es un detalle menor: en un deporte donde cada segundo y cada movimiento cuentan, elegir el material adecuado es una parte esencial del rendimiento.
Sin embargo, aceptar el papel de seleccionadora nacional no fue una decisión sencilla. La llamaron justo antes de la pandemia para unirse al Departamento de Pesca Submarina de la Federación Española. Su primera reacción fue la duda. “No tenía experiencia como pescadora profesional. Practicaba de forma esporádica, muy amateur. Pensé que quizás no estaba a la altura”. Consultó con personas del entorno, buscó consejos, sopesó. “Me dijeron: pruébalo. Si no te ves, si no te sientes cómoda, puedes dejarlo. Pero si no pruebas, no lo sabrás”. Y decidió aceptar. Hoy, con varios campeonatos a las espaldas, no se arrepiente. “He aprendido muchísimo. Me he rodeado de gente con gran experiencia que me ha apoyado desde el principio. Y aunque las dudas siguen existiendo en cada convocatoria, en cada decisión táctica, intento hacer lo que creo que es mejor para el equipo. Desde la honestidad”.
Uno de los momentos más intensos de su trayectoria llegó en el Mundial Femenino CMAS de 2021, en Italia. Fue el primer Mundial oficial de la historia para mujeres pescadoras. Llegaron con preparación y confianza, pero se toparon con dificultades inesperadas: cambios de zona de última hora, reglamentos modificados, horas de reconocimiento anuladas. “Muchas estaban frustradas. Trabajas sobre una zona, estudias, planificas… y de repente te dicen que no puedes usarla. Es un golpe”. Su estrategia como líder fue clara: apagar fuegos internos, reforzar confianza. “Yo les decía: da igual lo que cambien. Tenéis nivel para adaptaros. Estáis preparadas”. El resultado fue oro. Un campeonato inolvidable. “Fue una experiencia brutal. Ellas lo hicieron increíble”.
No siempre hay finales así. Pero Ana sabe que su rol no es prometer triunfos, sino acompañar. Estar cuando toca decidir, cuando hay dudas, cuando hay que calmar tensiones. “A veces dudo. Claro que dudo. Pero intento tomar decisiones de las que esté convencida. Ponerme en el lugar del deportista. Y si me equivoco, al menos sé que lo hice creyendo que era lo mejor”.
El mundo subacuático sigue siendo, en gran medida, masculino. Ana lo dice sin rodeos. “Las mujeres tenemos menos tiempo, más responsabilidades familiares, menos referentes y menos visibilidad. Y no es una percepción: es una realidad”. Mientras los campeonatos masculinos llevan décadas celebrándose, el femenino apenas suma tres ediciones.
Aun así, ella nunca ha sentido que su género le haya supuesto un obstáculo dentro de la federación. Ha liderado equipos mixtos, ha sido jefa de expedición, y asegura que no ha tenido que justificar su autoridad por ser mujer. “He sentido respeto y apoyo. Pero también sé que muchas otras no lo han tenido tan fácil. Por eso intento abrir camino”.
Cuando habla de apnea, Ana se ilusiona. Es su terreno. Su casa. Pero también su reto personal. Si hay algo que aún le cuesta, dice, es entrenar la mente. “En la apnea estática estás sola contigo. Sin distracciones. Es 100% mental. A mí me cuesta. Me canto canciones, me distraigo como puedo. Algunos hacen meditación, yoga… yo todavía no he llegado ahí. Pero lo tengo pendiente. Es mi reto personal”. Cada vez que se sumerge, repite los mismos rituales: el gorro, las gafas, los gestos que la conectan con el momento. No son supersticiones. Son anclas. Recordatorios de que, aunque el entorno sea impredecible, hay cosas que dependen de ella.
Mirando atrás, Ana no imaginaba nada de esto. No soñaba con liderar equipos, ni con ser referente. Pero aquí está. Y sabe que lo más poderoso que puede hacer es animar a otras a probar. “A veces creemos que algo no es para nosotras. Que llegamos tarde, que no encajamos. Pero si yo no me hubiese animado a hacer ese curso de apnea, nunca habría descubierto todo esto”.
Porque al final, de eso va esta historia. De abrir los ojos bajo el agua, aunque al principio no veas nada. Y seguir bajando. Porque lo mejor está, muchas veces, al fondo.