Texto: Mar Olmedilla / Fotos: Ch.A.
En pocas horas se vestirá de Román Ramírez, quien fue acusado por la Inquisición de haber pactado con el diablo, según interpreta en su última obra “Quien mal anda mal acaba”. Al pisar de nuevo el escenario sentirá el silencio perceptible del público que espera ansioso a que se levante el telón. Cuando por fin se levante el telón y la penumbra le impida ver las miradas de los allí presentes, buscará el latido de su respiración para conectar con el patio de butacas y empezar a soñar juntos. Esta es la magia del teatro y en la que vive Chicky Álvarez, un actor sobradamente preparado, quien para ser actor, me cuenta, tuvo que escaparse por una ventana.
Al marcar su número me entran las dudas, por un lado voy a hablar con un hombre al que sí puedo poner cara. “Allí Abajo”, “Centro Médico”, “Acacias 38”, “El secreto de Puente Viejo”, “El Rey”, “Águila Roja”, “Amar es para siempre”, “Bandolera”, “La que se avecina”, “Yo soy Bea”, “Manolito gafotas”… y muchas otras más, por no hablar de sus interpretaciones teatrales, son algunos de los momentos en los que he visto su cara. Es decir, para mí es alguien cercano, aunque nunca hayamos hablado. Por otro, no le conozco de nada más allá de su carrera profesional. Para mi tranquilidad, la voz, hoy un poco tomada, de Chicky Álvarez es de esas que invitan a hablar.
Su infancia transcurrió en campos de… ¿Sevilla?
Mi infancia la recuerdo en campos de Extremadura, repleta de atardeceres y amaneceres, estuvo llena de esa magia, rodeado de naturaleza. Era un niño bueno, muy ingenuo, inocente, en un mundo en el que tendría que aprender a encallecerse.
A los siete años llega del brazo de sus padres a Sevilla y allí en un mundo ligado a la ingeniería por tradición paterna, Chicky supo darse cuenta que su vida era otra cosa. Él ansiaba la creatividad y la libertad, sin embargo, las Ciencias Físicas gobernaban su vida. “Me di cuenta de que a mí eso de los electrones, protones, electrónica cuántica y demás, no me gustaban. No me veía ahí y mucho menos quería que eso fuera mi futuro. Caí en una enorme depresión, fue una época dura”, la conversación se vuelve ahora un poco más lenta. Estoy ante un hombre-actor, actor-hombre, al que no le da miedo mostrarse tal cual es. En esa época, Chicky descubre el Centro Andaluz de Teatro. A partir de ese momento nada volvería a ser igual. “A mí el teatro me salvó la vida. Yo era un estudiante bueno, no había cumplido todavía los quince y que fue engañado por el Opus Dei. Esa fue mi adolescencia hasta los diecinueve años que me escapé por una ventana”, me confiesa espontáneamente.
¿Cómo que por una ventana? ¿Te escapaste literalmente?
Tal cual, no es broma y es algo de lo que no me arrepiento. Asistir a las clases de teatro era algo como lo de acción-reacción, algo inmediato, era además poner en práctica toda la teoría, aquí te subías al escenario, había que interpretar, trabajar… pero en algo que me gustaba. Allí, gracias al Centro Andaluz de Teatro, encontré esa creatividad que buscaba, descubrí que en esta profesión no se juzga, que los defectos personales pueden ser virtudes, se trabajaba con la sensibilidad, las emociones, un físico, un científico, se supone que debe ser todo lo contrario.
Habla de su pasado sin rencor, tampoco con resignación, no es eso. Sus palabras más bien evocan la sabiduría de aquel que no olvida, pero que ha aprendido a vivir al trote de los tiempos y siempre que puede, cabalga con una sonrisa.
No todo fue malo en el centro de estudios del Opus, al menos en algo sí ganó, su amor por los deportes. Con once años practicaba con soltura las artes marciales, y entrenó duramente, hasta su marcha a los casi 20 años, para competir en combates de Kárate y Judo. En el teatro encontró también otras facetas como las acrobacias, la danza, Clowm, mimo, espadas… “Al final –afirma convencido- todo sirve, todo lo que hacemos sirve. ¿Qué tienen en común el teatro y las artes marciales? Sencillo, las artes marciales te ayudan a dominar el escenario, eso es algo que no se aprende en la escuela de teatro. Gracias al dominio de tu cuerpo, consigues relajar el cuerpo. Contribuye a hacer un buen trabajo actoral”.
Chicky Álvarez pertenece a esa generación de actores que viven con pasión su trabajo. No entienden la vida sin actuar. “De siempre me ha gustado indagar en otras vidas, jugar a cambiar personalidades y eso, gracias a que soy actor lo puedo hacer. Tanto cuando actúo o cuando escribo me gusta meterme en la personalidad de todos los personajes, me interesan sus diferentes psicologías…”, me cuenta. Bromeamos sobre eso de no volverse loco con tanta variedad de personajes y termina reconociéndome que “al final puede que a mí me sirva para centrarme (risas) más que para volverme loco. Mirado así es mi propia terapia tal vez, no sé. A mí el teatro me salvó la vida, como te he dicho. Todo ese loco mundo que es el teatro es mi mundo, donde soy feliz. También te digo, puede servir para desahogarnos. Una vez hice un monólogo sobre un psicópata y en ese monólogo descargué mucha rabia contenida, me quejaba de las injusticias sociales, sacar todo eso fuera, me fue bien”, seguimos divagando sobre lo mismo.
Cura, político corrupto, médico, periodista, con espada, sin espada, ahora interpreto a un malo o a un bueno, ahora canto un poco o me hago el muerto. Así es la vida de este actor un poco extremeño, un poco andaluz y otro tanto del mundo. Siempre viviendo en el alambre en busca de un autor, aunque él es también autor y ha dirigido, sólo o en compañía, sus propias obras como: “Eterno Miguel de Molina”, “El Mortal que desconocía su inmortalidad”, “Opus Freud”, “La enferma imaginaria”, “Desamor a la carta”, entre otras. Es una amante de la comedia, en realidad de la risa, pero le atrae también el drama, aunque asegura que “tienes que prepararte, aprender a gestionar emociones, porque sino te puede llegar a desgastar. Recuerdo cuando hice ‘Crónica de un secuestro’, donde tenía que interpretar a una persona que está amenazada de muerte, salía todos los días con dolor de cabeza”, reconoce.
Para mí lo más difícil es dar credibilidad a la muerte en escena, ahora no sé yo si nos morimos muy bien en la pantalla
(Risas) Tienes razón, morirse y morirse bien, como actor, es algo difícil. Ahí puedes jugarte la reputación (risas). Creo que la última vez que me he muerto ha sido en “Acacias 38”, tenía que ser por asma, mantenerse sin respirar, con los ojos abiertos mirando al vacío porque no se puede parpadear, el paladar que te reseca… es complicado cuanto menos.
Nos perdemos por anécdotas que no vienen al caso y retomamos la entrevista cuando hablamos de eso tan típico de “¡cómo han cambiado los tiempos!”: “Sé que hago mal, pero a mí eso de las redes, las nuevas tecnologías… me ha pillado un poco mayor. Soy analógico. La forma de trabajar, por ejemplo, los castings. Antes tú llegabas con tu currículum y tu foto en la mano, ahora todo es telemático, más burocrático, tal vez más frío. Si no te dejas ver en redes, parece que no existes, y no es cierto. En Internet se vive en un narcisismo general. Además, al final tienes que dedicar mucho tiempo a algo tan aburrido en realidad, yo tanto como actor, que tengo que estudiar mucho, tanto como guionista, que vivo pegado a un ordenador, lo que menos me apetece luego es meterme en internet y en las redes, es la verdad”.
Chicky Álvarez prefiere salir al campo, tener contacto directo con la naturaleza, allí donde el silencio te calma la mente. Pero en su pensar siempre hay algo para crear y cuando no está embebido en algo que para él siempre es importante: el último guión, dando clases de interpretación o ejerciendo de guionista de audiodescripción para ciegos. Sí, esa voz que habla mientras se producen escenas en movimiento, pero donde no se habla. Eso cuando no está actuando o escribiendo para una futura obra. Ahora entiendo, aunque fuera un experto en tecnología, no tendría tiempo, sus preferencias son otras.
“Para mí actor no era ser cualquier cosa. Uno debe prepararse, estudiar, formarse a todos los niveles y ejercer el oficio con respeto. Creo que hasta que no se cumplen los 40 uno no empieza a ser realmente actor. Eso he creído siempre. Probablemente, el equivocado sea yo. Ahora todo eso da igual, me temo. Se ha puesto de moda lo de ‘quiero ser actriz, quiero ser actor’, eso es un hecho y lo que quieren ser es conocido o famoso, no actor. Soy profesor de interpretación para amateurs y puedo decir que en muchas escuelas no te preparan bien, lo veo todos los días. También vivimos en una sociedad basada en la imagen, o sea, que ahora ser guapo abre muchas puertas –eso no quiere decir que no haya actores guapos que sean buenos-, pero prima más la imagen a veces que otras cosas. Tú lo vas viendo en tu día a día, pero cuando se lo oyes decir a una de las directoras de castings más importantes de España: ‘nos fijamos en el físico’, ¿qué decir?”, me resume para hacerme entender que en su profesión, como en tantas otras, no es todo color de rosa.
“Hace unos años se puso de moda que para actuar eso de hay que ser muy natural –continua explicándome-, y de acuerdo, está bien, pero una cosa es ser natural otra no saber ni hablar, más bien farfullar, la mitad de las palabras que dicen no se entienden. Mira a Berlanga, sus películas, no podían parecer más naturales los actores y ninguno farfullaba, se les entiende siempre que les ves”.
Para Chicky Álvarez lo principal en un actor es guardar respeto a la profesión: “Ser actor conlleva una disciplina, tienes que prepararte diariamente. En esta profesión tienes que estar examinándote todos los días, demostrar que vales, es un ensayo continuo y eso lo debes hacer cada día de tu vida que te subes a un escenario”. Tal vez por eso en cada papel que interpreta deja un poco de su ser, o puede que cada vez que se pone en la piel de un personaje, algo nuevo y distinto crece en él. Así es este actor que quiere morir con las botas puestas encima de un escenario si le dejan, como lo hizo Arturo Fernández: “Sería maravilloso. Es que actuar es vivir una sensación de plenitud que no se puede explicar. Minutos antes de salir a escena son momentos complicados, de nervios, tensión… Pero una vez que sales a escena… Uff, las sensaciones que sientes encima de un escenario es que sólo las sientes ahí, es algo maravilloso. Soy muy feliz, da lo mismo cómo te encuentres, sacas toda la energía y dejas de ser tú para ser otro… Cuando más feliz soy es cuando estoy de gira larga y cada fin de semana estoy en un sitio distinto”, comenta al recordar en que apenas una hora el telón se vuelve a subir una vez más.
No niega que cuando el teléfono deja de sonar o entra en una etapa de sequía actoral, como la vivida ahora con la pandemia, “uno se llena de inseguridades, es lógico. Esto es algo muy intenso, trabajamos para que la gente nos vaya a ver, necesitamos interpretar, por eso siempre intento buscar una salida, no quedarme parado ni quieto. Escribo y escribo, me montó mi propia compañía, lo que haga falta”, asegura.
Los actores tienen que aprender a danzar con la vanidad, una amiga que puede resultar un tanto peligrosa.
Como decía el magistral Cesáreo Estébanez, el que hacía de Romerales, ¿te acuerdas de él? Un poco de vanidad es buena tenerla cuando te subes al escenario, pero eso sí, hay que ser también humilde cuando se trabaja con los compañeros. Un buen actor no es aquel que lo hace muy bien, sino aquel que logra que su compañero trabaje bien, brille.
En cuanto cuelgue el teléfono se apresurará a la calle, el teatro le espera. En cuanto termine la gira, Chicky Álvarez sacará tiempo para ir a Sevilla a ver a su madre o escaparse a disfrutar de la naturaleza. Cualquier montaña que le arrope y le recuerde que la vida está más allá de las redes sociales y que ser actor es una experiencia única a la que no quiere renunciar, jamás.
1 comentario en “CHICKY ÁLVAREZ: “A mí el teatro me salvó la vida””
Que decir de Chicky, que es un gran profesional,trabajador, que es perseverante, que ama su profesión y que sobre todo es una gran persona ( y guapo no digamos). Te merece ser todo lo mejor.