Texto: Mar Olmedilla Fotos: F. G. /Instagram Javier G.
¿Se puede ser actor y no estar loco?, me pregunto. Para este actor vivir continuamente en la piel de otros y regresar a casa siendo él mismo es su forma de vida. Y no, no está loco. Si lo es, es el loco más cuerdo que conozco. Javier Gutiérrez ha logrado por fin, al menos lo intenta, compaginar su vida personal y su vida profesional con tal maestría que cada mañana consigue dibujar una sonrisa en su rostro. Tal vez sea, entre otras cosas, la satisfacción de trabajar en lo que más le gusta sin que ello le impida llevar al cole a su hijo es lo que le hace sentirse tan feliz. Lo único que a veces le pesa es no tener tanto tiempo como él quisiera para poder escaparse a lo que sería su paraíso: el mar, a ser posible en el norte, embriagarse con el olor a salitre, un buen vino y brindar con los amigos de toda la vida. Es el precio que debe pagar por ser uno de los actores más importantes y solicitados de nuestro cine. Nunca para quieto. Ahora mismo se encuentra de gira teatral con “Principiantes”, le podemos ver en la pequeña pantalla en “Estoy vivo” (TVE y Amazon Prime) y está en plena promoción de su última serie “Los reyes de la noche” (Movistar). Ama a sus tres personajes a la vez y, repito, no está loco, tan sólo sabe cómo hacer su trabajo sin perder la pasión.
Su amor por la interpretación le viene de lejos, aunque también fantaseó con ser “misionero congoniano, futbolista y detective privado. Creo que de todas esas fantasías, la de detective es la que en cierto modo ‘he hecho realidad’ o de la que más cerca he estado. Primero porque he devorando mucha novela de género negro y después, como actor, he hecho mucho thriller”, me cuenta. ¡Y tanto! Cómo olvidar a aquel poli con un pasado un tanto turbio, Juan Robles, por el que consiguió la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, su primer Goya, el Premio de la Unión de Actores y Premio Feroz al mejor actor, entre otros muchos. Le pregunto por qué actor y no otra cosa, bromeo que lo de misionero también podría haber sido interesante. No duda ni un segundo. Lo tiene muy claro: “¿Por qué me hice actor? Puede que por huir de mí mismo, por la necesidad de querer vestirme con otros trajes, vivir otras vidas. Yo era un niño extremadamente tímido, mi timidez era casi enfermiza e interpretando a otros, convirtiéndome en otras personas vencía esa timidez. Mi profesión ha sido y es mi terapia. Me imagino que hay algo de esa necesitad, digo yo, de sentir el cariño del público”.
Aunque su popularidad se la debe al cine o la televisión, Javier Gutiérrez tiene una formación principalmente teatral. “En mis inicios la verdad es que no contemplaba –reconoce- los medios audiovisuales, lo del cine y la tele para mí era algo lejano. A mí lo que me apasionaba era el teatro”. De cuna asturiana y de corazón cien por cien gallego, se vino muy joven a buscar una oportunidad a Madrid. No tardó en subirse a un escenario para representar obras como “La Tinaja”, “La fierecilla domada” u “Otelo”, entre otras muchas. Pero fue en la Compañía Animalario, de la mano de Andrés Lima y compañeros como Willy Toledo, Alberto San Juan, Nathalie Poza y Roberto Álamo, donde encontró no sólo su lugar sino también su familia actoral, de la que, aunque hayan tomado caminos distintos, nunca se separará. Así participó en “El fin de los sueños”, “Tren de mercancías”, “Alejandro y Ana”, “Pornografía barata”, “Hamelín”, “Argelino, servidor de dos amos”, “Baile sólo para parejas”, “Tito Andrónico”, o “Urtain”, que le permitieron convertirse en un referente de la escena actual.
Con la familia de Animalario o volando solo, Javier ha demostrado ser un puro animal de teatro, no cabe duda. Cada vez que se sube el telón aparece sobre el escenario con un nuevo personaje que nos asombra. Su capacidad para desdoblarse parece que no se agota. Ya sea en “Woyzeck”, en “Elling”, “El traje”, “Ay, Carmela”, “Los Macbez”, “El Rey” o en “¿Quién es el sr. Schmitt?”, su personalidad se diluye para transformarse en un nuevo personaje con el que crecerse a sí mismo y recordarnos que las apariencias, a veces, sobre las tablas, no sólo importan sino que son necesarias para crear otros mundos, otras vidas que nos alejen de la vulgaridad y la monotonía. Un actor no se puede acomodar jamás. Todos los días, al encenderse los focos, tiene que demostrar su capacidad camaleónica. En la actualidad es un hombre que cuestiona el concepto que se tiene del amor a través de Herb, su último papel en la obra “Principiantes”, dirigida por su amigo y compañero de batallas, Andrés Lima, y por la que está en gira por toda España a pesar de la pandemia: “En tiempos de crisis como este, entiendo que hay otras prioridades que comprar una entrada de cine o de teatro. Es más importante pagar el recibo de la luz. Por eso me parece algo maravilloso que la gente siga acudiendo al teatro. Está siendo una experiencia increíble comprobar que la gente sienta esa necesidad”, se emociona al hablar de cómo es vivir el teatro en tiempos de pandemia.
─¿Cómo es subir el telón y encontrarte con una sala medio llena y con un público enmascarado?
─No hay nada como el reconocimiento del público, está siendo una experiencia maravillosa. A la vez es una sensación extraña, primero enfrentarte a un aforo medio completo, después verles ahí con las mascarillas, pero se ha establecido entre el público y los actores una comunión muy particular, de gratitud. Si antes de todo esto ya existía, ahora esa comunión que se establece entre ambos se ha multiplicado por mil. Creo que lo hemos pasado tan mal, encerrados, aislados, que se necesitaba ya vivir un espectáculo en directo y que además resulte tan placentero como es el teatro.
De pedir autógrafos a firmarlos
Javier, antes de ser Javier Gutiérrez actor aclamado, era uno de esos jóvenes con aspiraciones que se gastaba lo poco que tenía en comprar una entrada para sentarse en una butaca y adentrarse en la oscuridad de una sala de teatro y respirar su magia. Después esperaba a la salida de artistas para pedir un autógrafo y ver de cerca a esas personas que tanto admiraba, los actores. Algo que no olvida y que sea tal vez lo que haga que siempre tenga un saludo o una sonrisa a todo aquel que le saluda por la calle. “En Ferrol venían muchas compañías de teatro y allí me tenías a mí, en la puerta esperando a que salieran después de la función, yo era uno de esos que les seguía allí donde fueran, era mi obsesión. ¿Algunos a los que pedí un autógrafo? Gemma Cuervo, Rafaela Aparicio, Arturo Fernández… fueron muchos”, recuerda con humor.
Cuando dio su salto a la televisión, Javier Gutiérrez lo hizo con papeles secundarios en series como “Policías”, “Aida” o “Los Serrano”, que aunque eran de las más vistas en ese momento no fueron las que precisamente le catapultaron a la fama. Fue en 2009, gracias a su papel del pícaro y tierno escudero buscavidas llamado Satur en “Águila Roja”, cuando en realidad su nombre y su cara se colaron en la casa de todos. Desde entonces, Javier es ese actor próximo y campechano al que todos quisiéramos invitarle a cenar a casa. Se convirtió para el gran público en uno más de la familia tras seis años viéndole en antena todas las semanas. Pero llegó un día, después de 116 capítulos encarnando a este antihéroe tan querido, cuando decidió abandonar la serie para renovar vestuario y seguir ampliando su vestidor de actor.
Aunque nadie se lo crea a estas alturas, la primera experiencia de Javier Gutiérrez en la gran pantalla con la película “Al otro lado de la cama”, de Emilio Martínez-Lázaro, supuso para él un cierto complejo. “Mi primer experiencia en el cine fue un poco traumática y pensé no sirvo para esto. Tenía un papel pequeño que tras el montaje de la película se hizo más corto todavía, una frase y poco más”, asegura sin que por ello se le caigan los anillos. “Creo que ese venirme abajo en ese momento fue fruto de la inexperiencia –aclara-, mi mundo era básicamente el teatro. Eso me sirvió para autoexigirme más, me entraron ganas de saber más de cómo hacer cine”. No le dio tregua a la inseguridad y enseguida se embarcó en otros proyectos como “Días de fútbol” o “Crimen ferpecto”. A partir de ahí su carrera ha continuado sin que todavía haya visto en el horizonte el cartel de la meta. Es evidente que sabe hacer cine, y muy bien. Como dirían en el cole, ha progresado adecuadamente. Bromas aparte, ¿alguien puede concebir ahora mismo el cine español sin él?
Entre la emoción, las risas y la acción
Para muestra no un botón, sino una caja repleta de botones a cual más elegante. Según el día uno puede abrocharse uno de un color distinto. Si quieres reír: “El penalti más largo del mundo”, “Torrente 3 o 4”, “Salir pitando” o “Al final del camino”, entre otras muchas. Que quieres emocionarte, pasar de la risa al llanto y sentir un pellizquito en el corazón: “Un franco, catorce pesetas”, “2 francos, cuarenta pesetas”, “Campeones”, con la que obtuvo su segundo Goya. Vivir aventuras llenas de secretos y creer que estás dentro de un videojuego, “Assassin’s Creed”, donde trabajó junto a Michael Fassbender y Marion Cotillard. Ahora si se prefiere vestir más de calle y adentrarse en el yo más íntimo del personaje, “Truman”, “El Olivo”, “El desconocido”, “El autor”, “Hogar”… Una de polis, sin duda alguna, “La isla mínima”. La última, “Bajocero”, donde la tensión no decae ni un solo segundo.
─“Bajocero” tiene una factura totalmente americana, ¿se hace cada vez mejor cine en España?
─Se hace muy buena ficción aquí, hay mucho cine y series de referencia. Nuestras películas pueden competir perfectamente en todo el mundo. Hay mucho talento, tanto si hablamos de actores como de guionistas, además contamos con directores de primera línea. Ahí están, por decir algunos, Isabel Coixet, Itziar Bollaín, Fernando León de Aranoa, Carlos Saura, Buñuel, Manuel Martín Cuenca… y podría seguir.
─Desde el cine, además de entretener y emocionar, ¿se puede lograr grandes cambios sociales?
─Yo, como actor, no pretendo ni quiero ser un líder de opinión. Otra cosa es que como ciudadano tenga el derecho a opinar y, por supuesto, la mía no es más importante que la de cualquier otro ciudadano. Pero sí es verdad que desde mi trabajo, en ocasiones, se puede ayudar a hacer un mundo mejor, a reflexionar sobre cuestiones que están ahí y son una realidad. El cine es un vehículo muy importante para transmitir y comunicar. Con la película “Campeones”, por ejemplo, se ha hecho visible una realidad que muchos no ven o no quieren ver, la inclusión de personas discapacitadas intelectualmente. No sé en qué grado, pero creo que a muchos les ha cambiado la mirada con respecto a este tema.
Dice que es un “tipo muy normal con una vida muy tranquila, lejos de lo que pueda parecer”, que huye de las complejidades. Que se podía haber dedicado a esto como a cualquier otra, cosa, algo que pongo en duda. No me imagino a este actor, de perenne alma inquieta, haciendo algo que no le reporte tanta pasión y creatividad. Comenzó como secundario y se ha colocado en los primeros puestos de protagonistas, sin ser un Brad Pitt. “Al público le gusta ver gente normal como ellos –se apresura a decir-, con el que pueden llegar a identificarse. Le gusta que le cuenten buenas historias. No hay más”. El éxito no la ha vuelto loco ni tiene programado cada paso de su carrera. “Eso no quiere decir que no sea selectivo a la hora de elegir un papel, simplemente que me dejo seducir por lo que me gusta. No elijo los papeles dependiendo de si es protagonista o secundario, sino por la historia, el director… La vida da muchas vueltas. Soy consciente de que hoy puedo estar en mil proyectos a la vez, pero que mañana puede que no me llame nadie. En mi profesión uno vive siempre en la cuerda floja, hay que aprovechar las oportunidades, nunca sabes lo que va a pasar mañana”. Y así es, no contento con su gira teatral, acaba de participar en “Los reyes de la noche”, una nueva serie para Movistar, que se estrena el próximo 14 de mayo, y en la que se mete de lleno en el pellejo de uno de aquellos locutores deportivos que protagonizaron un sinfín de batallitas radiofónicas durante los años 80-90. Estamos hablando de personajes como
José María García y José Ramón de la Morena, que debido a su rivalidad protagonizaron lo que se llamó “la guerra en las ondas”. “No se trata de fútbol, es más bien reflejar una historia basada en la lucha de egos, ambición y poder por conseguir ser el número uno. Una forma de hacer radio muy distinta a la de hoy. Contar el perfume de aquella época, pero yo no soy José María García, no confundas”.
Nuevos proyectos a la vista
Javier Gutiérrez se considera un afortunado. En 2020, según un estudio, el 97 por ciento de los actores no puede subsistir de su trabajo. Él pertenece a ese 3 por ciento que puede pagar las facturas haciendo lo que le apasiona. Asume que, por desgracia, aunque la cultura es un bien muy necesario, “ha sido el bálsamo para muchos en esta pandemia”, sigue siendo un mal endémico en nuestra sociedad, y por la que hay que seguir luchando día a día. No dice nada nuevo, lo sabe, y no quiere ser un quejica, tan sólo un tipo normal y corriente al que le siga enamorando su trabajo. Su lema es “no considerarme más que nadie, vivir rodeado de “la gente a la que quiero y que me quiere, cuidarles y conseguir más tiempo para estar con ellos”. Para lograr combinar esa hiperactividad laboral con el calor del hogar, está dispuesto a sacrificar horas de sueño por llegar a casa pronto. “Estoy aprendiendo a hacer estos equilibrios en este sentido y, bueno, parece que se puede”, dice. Sueña con el día en el que no tenga que mirar el reloj cada dos por tres y que pueda vivir sin prisas, pero mientras tanto sabe disfrutar del camino, es evidente que le compensa. Después de la charla me vuelvo a hacer la misma pregunta: ¿Se puede ser actor y no estar loco? Sí, se puede. En el caso de Javier Gutiérrez, además, un buen actor.
─Si dices que te ha gustado mucho “Bajocero”, no puedes perderte mi última película que está por estrenar, “La hija”, dirigida por Martín Cuenca, estoy muy orgulloso del trabajo realizado. Ah, y la adaptación teatral en la que ya estoy trabajando, “Los Santos Inocentes”. Creo que va a aparecer en un momento idóneo, aunque es obvio que vivimos en una España que ha mejorado mucho, creo que hay que recordar de dónde venimos.