jueves, abril 25, 2024

LA REALIDAD SOCIAL DE LA INDUSTRIA TEXTIL ACTUAL (FAST FASHION)

Redacción

El fast fashion es uno de los miles de resultados y productos del consumismo. El concepto se refiere a los grandes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda, en función de las tendencias y una necesidad inventada de innovación, lo que contribuye a poner en el mercado millones de prendas y fomentar en los consumidores una sustitución acelerada de su inventario personal.

La dinámica es la siguiente: se fabrican prendas con materiales de baja calidad para asegurar su reducido coste, posteriormente se las inserta de manera masiva en el mercado comercial y se fomenta un patrón de consumo que deriva en una situación de sustitución acelerada del inventario personal. Desde los años noventa, esta tendencia ha ido en alza debido a factores como la adquisición de ropa barata y renovada con mayor rapidez, la promoción de este patrón de consumo por medio de la tecnología y el uso creciente de los canales de venta online (que han tenido su mayor auge durante la pandemia del COVID-19). Por ello, el debate de la opinión pública sobre el asunto está en su máximo esplendor en la actualidad, aunque lleva bastantes años sucediendo y obviándose.

Una de las principales razones por las que el fast fashion tiene un gran interés social y público es por sus implicaciones negativas, por ejemplo, el nocivo impacto que tiene sobre el planeta: tan solo la producción de ropa representa el 10% de las emisiones de CO2 a nivel global.

La contaminación que genera la producción de ropa alcanza también a la tierra y el agua. Y no solo su fabricación, incluso lavar la ropa desemboca en un aproximado de 500 mil toneladas de microplásticos al año en los océanos.

Este fenómeno se da debido a una deslocalización de la producción de la industria. La deslocalización de la producción permitió que las grandes empresas multinacionales, a partir de los años 70, llevaran su producción allá donde los salarios eran más bajos, las condiciones laborales más precarias y donde los sindicatos estaban más perseguidos. Gran parte de la cadena de producción de las empresas de moda se lleva a cabo con la contratación de otras empresas (subcontratas) que tienen que competir en tiempos y precios por conseguir los pedidos, con el consecuente empeoramiento de las condiciones sociales y medioambientales.

La globalización provoca que el sector de la moda busque siempre los costes más bajos. Quien eleve los salarios mínimos se expone a perder las inversiones extranjeras.

Los esfuerzos de los trabajadores de las subcontratas para aumentar sus salarios, condiciones laborales, derechos y más a menudo conducen a que las empresas de moda y los grandes minoristas trasladen la producción a cualquier otra parte. De este modo, con frecuencia tienen miedo de reclamar unas mejores condiciones por temor a perder sus puestos de trabajo.

La constante amenaza de la deslocalización se ha convertido en un arma muy potente para evitar que los trabajadores se organicen en sindicatos y exijan sueldos dignos. A causa de esto, la industria se beneficia de la falta de aplicación de leyes que regulan salarios, condiciones de trabajo y derechos laborales. La realidad de las condiciones laborales en la industria de la confección queda lejos del objetivo internacional de trabajo decente para todas las personas. Trabajo decente es el término utilizado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y significa el derecho de toda persona a trabajar en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana.

En países como China, Bangladesh o la India, el salario mínimo representa entre la mitad y un quinto de lo que sería un salario digno, que es el mínimo indispensable que una familia necesita para cubrir sus necesidades básicas. Una forma gráfica de entender la falta de ética del funcionamiento en el que se producen ciertas prendas con este ejemplo: un jersey en una tienda de estas marcas se puede vender por 23 euros, 27 dólares. El precio de 4 o 5 jerséis equivale al sueldo de los trabajadores, los mismos que confeccionan miles de jerséis al mes.

Aunque esto es una realidad, como en todo, existen diversas opiniones. Por un lado, hay quién defiende que los trabajadores reciben el salario mínimo establecido en los países dónde se confecciona la ropa y que siguen las pautas legales e incluso ayudan creando oportunidades de trabajo en el país donde se realizan. Por otro lado, existe la opinión que aprovecharse de estas condiciones laborales (aun si contáramos con que se cumplen los salarios mínimos y condiciones que no siempre es así) es una forma de alentar las desigualdades y de explotación en el siglo XXI con condiciones inaceptables y con salarios denigrantes. Se critica que ciertas marcas presumen de pagar a sus empleados menos de lo que una persona necesita para vivir dignamente.

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