Texto y fotos: Mar Olmedilla
María, Carmen, Marga y Susana, no, no son las hijas del rey ni nacieron en un palacio, sino en un pequeño pueblo de Zamora llamado San Blas de Aliste y sus padres son Valentín y Carmen, dos agricultores. La mayor, María, siempre soñó con ser peluquera, no le bastaba con peinar a las muñecas, ella aspiraba a mucho más. Carmen no tardó mucho en adquirir los mismos gustos por las tijeras y el peine, y se convirtió en su compañera de juegos. Más tarde se unieron Marga y Susana, que no es que hubieran pensado seguir los pasos de las mayores en un principio, pero que sí tenían claro que querían trabajar con sus hermanas y eso fue lo que les motivó a profesionalizarse en el arte de los pelos. A ello las animó Reme, amiga y peluquera, quien las animó en sus primeros pasos hasta que iniciaron el vuelo solas. Ahora las cuatro regentan la peluquería Solvera, una peluquería de barrio, Puerta del Ángel (Madrid), que el próximo mes de junio cumple 27 años embelleciendo al vecindario. A partir de hoy, las hermanas Fernández Fernández nos enseñarán algunos trucos para mantener nuestro cabello a raya.
Entrar en la peluquería Solvera es hacerlo siempre con una sonrisa, la misma que te regalan las cuatro hermanas al entrar. Bien es cierto que ahora su sonrisa queda oculta por las mascarillas protocolarias, pero sus ojos chispeantes te invitan a ponerte en sus manos y olvidarte del mundo por unos minutos. Un ambiente lleno de luz, un espacio limpio y relajante, sin músicas estridentes ni machaconas o sin tener que soportar conversaciones que no interesan, esto es lo que te encuentras al visitar su peluquería. Además, sabes con seguridad que estás en las mejores manos, de allí nunca vas a salir trasquilado en ningún sentido.
Aunque se trata de una modesta peluquería de barrio, no por modesta ni por ser de barrio, deja de ser un templo donde se rinde culto a la belleza y a la estética. De hecho, desde siempre, su mejor publicidad ha sido el boca a boca. Por eso en el lavacabezas una nunca sabe quién tiene sentado al lado, si a Manolita que ha venido desde el pueblo porque nadie como ellas saben tanto de tintes, si la actriz de una serie de moda que necesita un corte inmediato o a Paquita, esa anciana que es asidua mucho antes de que la saliesen canas y que no puede estar más sin su permanente. En Solvera nadie es más ni menos que nadie. Todas y todos son importantes. “Llevamos 27 años en el barrio, pero aquí vienen personas desde Toledo, Guadalajara, desde San Sebastián de los Reyes, el barrio Salamanca, Boadilla del Monte, Arganzuela, Móstoles… Tenemos una clientela muy fiel y duradera”, explica Susana con orgullo, y no es para menos. Conseguir un peluquero/a de confianza no es fácil, salir satisfecho con tu nuevo cambio de look y mirarte al espejo y reconocerte, tampoco. O si no, piensen, ¿cuántas veces hemos dicho después de una mala experiencia eso de no me vuelven a ver el pelo ni en pintura? Eso nunca pasa si de donde sales es de Solvera.
De jugar a ser peluqueras, a serlo de verdad
Aprendieron a vivir y a jugar por las tierras zamoranas, correteando entre los árboles frutales y las hortalizas que cultivaba su padre en una finca llamada Solvera. Unas detrás de las otras, siempre juntas e inseparables, “también nos tirábamos de los pelos a veces”, matiza Marga entre risas. Como aquellas mujercitas de la película, estas hermanas compartían sueños y ambiciones. “En realidad fue María la que desde bien pequeña tenía muy claro que quería ser peluquera, de hecho es la primera en hacerse profesional. Lo suyo era vocación pura”, explica Susana, que mira por el espejo a María, que está lavando la cabeza a una clienta de esas de toda la vida.
Luego la siguió Carmen para inventar “el flequillo ladeado”. “En una ocasión cogimos a Marga y le dijimos vamos a cortarte el flequillo ─recuerda con la complicidad de lo vivido con sus hermanas-. Claro, esto sin que lo supiera mi madre, así que todo tuvo que ser muy rápido, le hicimos un trasquilón grande, pero para disimular le bautizamos como el flequillo ladeado”. Así eran sus travesuras. Travesuras que dejaron de serlo en cuanto María se convirtió en toda una profesional. Tras ellas fueron llegando sus hermanas. Las dos pequeñas, Marga y Susana, probaron otros oficios, pero se estaban engañando a sí mismas. Ellas lo que querían era estar al lado de María y Carmen, al igual que lo habían estado durante su infancia. “Yo me hice peluquera porque lo que quería era trabajar con mis hermanas, si no es por ellas no sería peluquera”, confiesa Marga mientras termina de darme el tinte. Y es que una se encuentra tan como en casa, que de repente no sólo estoy haciendo una entrevista, sino que también me estoy transformando en una jovencita. Cuando sales de aquí, siempre lo haces con la sensación y la apariencia de tener unos cuantos años menos.
Nada como trabajar alegres y felices
Si hay algo que detesto cuando acudo a un centro de belleza es que me intenten vender un producto a toda costa, sea o no necesario. Da lo mismo que te niegues una vez, ellos insistirán mil si les dejas. Aquí, con las hermanas Fernández Fernández, me siento tranquila y a salvo. Ninguna de ellas se me va a acercar para ofrecerme nada que no sea un vaso de agua o un café. Ninguna me va a meter un producto por los ojos para ver si pico. Tampoco me van a regalar los oídos con piropos insuflados. No, ellas tan sólo sonríen, te preguntan qué es lo que quieres hacerte, responden a tus dudas si les preguntan y escuchan. Está demostrado que una de las cualidades de una buena peluquera es tener destreza en los dedos, manejar bien las tijeras, conocer el producto, pero, sobre todo, armarse de paciencia y saber escuchar. “Aprendes a escuchar claro que sí, es muy importante. Saber qué es lo que quieren cambiar, cómo se sienten, conocer el estado de ánimo con el que llegan… Un buen corte de pelo, quitarte las canas, un masaje… Todo eso hace que uno se sienta mejor y que se vea más guapo. Ayudamos a subir el ánimo. Por ejemplo, si alguien viene un poquito depre, después de un pequeño cambio llega a sentirse un poquito mejor y más seguro. Creo que cuidando la belleza exterior también se cuida la belleza interior, eso me parece que es importante”, defiende con filosofía Marga su oficio. “Olvidar los problemas de fuera, a eso también ayudamos con nuestros secadores y nuestros peines en cierto modo. Al menos por una hora o dos, el mundo de fuera deja de existir”, hace hincapié María.
“La comunicación con nuestros clientes tiene que ser fluida y es fundamental, como dice Marga. Sin embargo, a mí, reconozco que cuando vienen y nos cuentan una historia muy triste o dolorosa, luego me afecta. Soy muy sentida para esas cosas, no me gusta escuchar ni ver a la gente sufrir. Es que aquí se escucha de todo, tanto alegrías como penas. Pero sin duda alguna, me encanta el trato con la gente y eso me lo aporta mi profesión”, dice tímidamente Susana, quien no sabe si mostrar su vulnerabilidad ha sido correcto o no. Ignora la gratitud que se siente cuando compruebas que te está peinando una persona de carne y hueso, que es capaz de empatizar hasta con los desconocidos, y no un robot que mira continuamente el reloj para saber cuándo ha cumplido su horario.
“Yo es que vengo muy contenta a trabajar ─salta Carmen, quien no entiende que se pueda ser una peluquera sin pasión-. Mi marido me dice que yo no trabajo, que lo mío es otra cosa. Muchos odian las tardes del domingo porque ya están pensando en que al día siguiente tienen que ir a trabajar. Pues a mí me ocurre todo lo contrario, a mí me encanta ir a trabajar, yo los lunes es que soy muy feliz. Y me gusta irme de vacaciones, como a todos, pero estoy deseando volver a trabajar”.
María, la mayor, es la que más callada está. Escucha a sus hermanas y sonríe. De todas, junto con Susana, es tal vez la más tímida aparentemente. Eso sí, cuando habla no habla por hablar. “Yo he visto cumplido mi sueño y lo comparto con mis hermanas, ¿qué más puedo pedir? Estoy muy contenta y para mí es un trabajo muy gratificante, siempre. Es cierto que estamos muchas horas de pie, pero es que el tiempo, cuando estás haciendo algo que te apasiona, pasa muy rápido, no me doy cuenta”, aclara para seguir aclarando cabellos.
Una de las grandes cualidades que tiene ser peinada por estas hermanas es que no engañan. Lo que ves, es lo que hay. Profesionalidad, calidad, experiencia y honestidad. Sus productos son de las mejores calidades como Loreal o Wella, entre otros. Trabajan con la excelencia y, según para qué, eligen el producto idóneo para cada tratamiento. “No se trata de vender un producto porque sí, se trata de saber qué necesita realmente tu piel, tu pelo, en definitiva, que necesita el cliente, pero porque sea necesario no por sacar más dinero”, insiste en explicar Carmen. Lo han aprendido todo de los mejores como Llongueras, Carlos Galico, Rizos… Como les pasa a los médicos, estas peluqueras no dejan de seguir estudiando, evolucionando con las nuevas tendencias. “Tienes que seguir estudiando, asistiendo a cursos, siempre. No te puedes quedar atrás, la moda del cabello es de lo que más cambia”, aseguran todas.
Es muy común en el barrio escuchar eso de “voy donde las niñas, vamos a donde las chicas”, cuando de pelos hablamos. Dejaron de ser niñas hace ya tiempo, sin embargo las han adoptado como las hijas, las nietas, las tías… que siempre todos quisieron tener. “Son 27 años aquí, se han creado vínculos muy fuertes con nuestras clientas”, comenta una. “Es que mucho más que clientas ya son amigas”, dice la otra. “Hemos peinado a la madre en el bautizo, a la hija en la comunión y a la novia en la boda, de una misma familia, y así con muchas”, añade una tercera. “Lo que te permite trabajar en una peluquería de barrio es eso, peinar a distintas generaciones de una misma familia, crea fuertes vínculos”, termina por explicar María.
Tal cual. No hay trampa ni cartón. Llaman a todas por su nombre y se saben también el de su marido, hijo o nieto. Intercambian productos de su tierra llegada la temporada con muchas de ellas. Aunque tienen sus horarios, más ahora con la pandemia, y hay que llamar para hacer una reserva, siempre intentan amoldarse a los horarios imposibles de algunas asiduas. Además de cortar, teñir, peinar, moldear o alisar melenas, son conocidas también por su destreza en los masajes faciales, cuello y espalda. El mismo cuidado y mimo que ponen al tratar el cabello, lo ponen en sus tratamientos de estética. Y si hablamos de pedicura, en Solvera se trata de algo más, qué digo, de mucho más que cortar uñas, limar asperezas o embellecer el pie. Para averiguarlo, hay que probarlo.
Unidas para siempre a pesar de ser hermanas
─Cuatro hermanas y cero problemas, dicen que donde hay confianza da asco, ¿de verdad que no os tiráis nunca de las greñas?
─(Risas) Mira, somos hermanas pero también somos personas distintas, aunque creo que todas tenemos la misma base: convivir con respeto y cariño, a eso nos han enseñado nuestros padres. Claro que alguna vez no estamos de acuerdo y que podemos enfadarnos, pero dura muy poco. No podríamos estar separadas, jamás.
Esto me lo dice Carmen o Susana, en verdad, da lo mismo. Una habla y las demás asienten con la cabeza. Están todas de acuerdo.“No sólo nos hemos criado juntas ─continúan-, también cuando nos vinimos a vivir a Madrid tuvimos que vivir juntas, sin nuestros padres, eso nos unió mucho. Además, no
es que trabajemos juntas, es que hacemos muchas cosas juntas, tenemos amigos comunes…”.
Da lo mismo quien lo diga, en estos momentos todas están de acuerdo. “Uno de los privilegios de trabajar juntas y ser hermanas es que nos ha permitido compaginar a la perfección la vida laboral y la personal. Tener nuestro propio negocio nos permite una mayor libertad a la hora de organizarnos. Somos madres y el apoyarnos unas a las otras lo ha hecho todo mucho más fácil. María ha jugado un papel fundamental en esto. Gracias a ella el resto hemos podido faltar si el niño o la niña estaban malos, sin ir más lejos. Esas cosas no lo podríamos hacer en otro trabajo y con otros jefes”.
Gracias a su vínculo familiar tan estrecho y al respeto que todas muestran por su trabajo, han logrado sobrevivir a esta pandemia que ha cerrado tantos negocios. “Porque somos hermanas, si nosotros no comemos, no comemos. Nos apañamos como sea, digamos. Es nuestro negocio y ha bajado, no somos las únicas. Ahora no hay eventos, no hay bodas, ni comuniones… Ahora no se gana lo que se ganaba. Si de nosotras dependieran otros trabajadores, seguramente no hubiéramos podido resistir, no hubiéramos ganado para pagar sueldos y hubiéramos tenido que cerrar”. Por suerte, son hermanas, son mujeres luchadoras y unas peluqueras imprescindibles.
Peluquería Solvera
C/ Campillo 2. 28011. Madrid
Teléfono: 91 526 24 49
1 comentario en “PELUQUERÍA SOLVERA: “Peinar a distintas generaciones de una misma familia, crea fuertes vínculos””
Ejemplo de un buen trabajo duro y esfuerzo ☺️