La Pascua de Resurrección: entre la fe cristiana y las raíces paganas

Por Antonio de Lorenzo

Una celebración de vida, renacimiento y esperanza que hunde sus raíces en tradiciones milenarias. Representa el triunfo de la vida sobre la muerte

El Domingo de Resurrección es la culminación de la Semana Santa cristiana: una explosión de júbilo que celebra la victoria de Cristo sobre la muerte. La fe enseña que, así como la naturaleza revive en primavera tras el letargo invernal, también el alma puede renacer en la vida eterna. La metáfora agrícola —la semilla que muere y florece— se convierte en símbolo central del cristianismo.

Orígenes en los cultos antiguos

Antes del cristianismo ya se celebraban fiestas similares. En el mundo clásico, la festividad dedicada a Cibeles y Atis coincidía con estas fechas. Atis, joven mortal amado por Cibeles, resucitaba simbólicamente tras su muerte. Las ceremonias incluían la procesión de un pino adornado con violetas —su cuerpo muerto—, ayunos, vigilias y, finalmente, la proclamación de su resurrección, seguida de una jornada de alegría.

También se veneraba a Apis y más tarde a Eastre, diosa germánica de la primavera y la fertilidad. De su nombre deriva el término inglés “Easter”. Estos ritos, ligados al inicio del nuevo ciclo agrícola, facilitaron la adopción del mensaje cristiano, al insertar la Resurrección en un marco simbólico ya familiar para los pueblos antiguos.

El Concilio de Nicea y la fecha de la Pascua

El Concilio de Nicea (año 325) fijó la fecha de la Pascua cristiana: el primer domingo tras la luna llena posterior al equinoccio de primavera, entre el 22 de marzo y el 25 de abril. También se estableció entonces la cruz como símbolo del cristianismo. Hasta ese momento, la Pascua podía celebrarse en viernes, sábado o domingo.

A finales del siglo I, los cristianos buscaron diferenciarse de los judíos, que celebraban el sábado. Algunos grupos eligieron el viernes por la muerte de Cristo, otros el domingo —día del Sol, “dies solis”—, que acabó convirtiéndose en el “día del Señor” o “dies Domini”, origen del actual domingo.

El huevo, símbolo universal del renacimiento

La tradición de regalar huevos en primavera es anterior al cristianismo. Egipcios, griegos e íberos los usaban como símbolo de vida y resurrección, colocándolos en tumbas o sobre sepulturas. La Iglesia adoptó esta costumbre, coloreando los huevos —especialmente de rojo— para representar la sangre de Cristo y su resurrección.

Durante siglos, se decoraron con hierbas, espinacas, cochinilla o anémona. En la Edad Media y el Renacimiento, los huevos se integraron en panes dulces y se adornaron con almendras y confituras. Los ricos los envolvían en pan de oro; los pobres los teñían con tintes naturales.

La mona de Pascua: tradición mediterránea

Muy arraigada en la costa levantina, de Barcelona a Murcia, la “mona de Pascua” se remonta al siglo XVIII. El padrino la regalaba a su ahijado, quien la recogía el Domingo de Resurrección tras recitar una décima. La mona, que podía tener forma de animal, era consumida en familia. En el siglo XIX se volvió más decorativa: huevos pintados, caramelos, azúcar glas y figuras.

El nombre “mona” proviene del latín munda, plural de mundum: cesta de ofrendas para la diosa Ceres. Esta raíz conecta con la tradición de presentar tortas a la Virgen en Pascua. En Valencia y Murcia se llama “hornazo” o “torta con huevos”. En Albacete, “toña”. En el Valle de Tena (Huesca), el término designa un pan de centeno.

Celebraciones populares tras la Pascua

La Pascua de Resurrección no termina en domingo. En San Vicente de la Barquera (Cantabria), la “octava de Pascua” se celebra en el mar: jóvenes vestidos de marineros llevan la imagen de la Virgen en barca, rememorando su llegada milagrosa por las aguas.

En Peñafiel (Valladolid), el rito ocurre antes: el “Descenso del Ángel” dramatiza la resurrección a través de un globo desde el que un niño, vestido de ángel, retira el velo negro del rostro de la Virgen Dolorosa.

De la Pascua a la Pascuilla: festejos gastronómicos

Durante la semana siguiente —la llamada “Pascuilla” o Domingo de Quasimodo— abundan las romerías y celebraciones populares. En Arroyo de la Luz (Cáceres), se organizan comidas campestres con “frites” y tortillas acompañadas de vino. En Corella (Navarra), se cocinan “calderillos” en honor a la Virgen de la Rosa. En Villoslada de Cameros (La Rioja), se reparten panes con chorizo durante la “caridad de los torreznos”.

Las Mondas de Talavera y el culto a Ceres

Una de las celebraciones más significativas tiene lugar en Talavera de la Reina con las Mondas, en honor a la Virgen del Prado. Ya en el siglo XV se sospechaba del origen pagano de estas fiestas, como dejó escrito Cervantes en Los trabajos de Persiles y Segismunda. Se trata de una posible evolución del culto a la diosa Ceres, madre de Proserpina.

Durante estas fiestas, las mujeres casadas —herederas de las matronas romanas— siguen con la tradición de cuidar a la Virgen. Se hacen ofrendas de tortas y dulces, llevadas en cestos decorados —el colathus o mundus cereris—, a menudo transportados en carromatos tirados por animales, como antaño.

En pueblos como Gamonal o Mejorada se conserva esta costumbre, manteniendo vivo el eco de aquellos ritos ancestrales ligados al renacer del campo, la fertilidad y la esperanza.

Una fiesta entre el alma y la tierra

La Pascua de Resurrección es una de las celebraciones más potentes y transversales del calendario litúrgico y festivo. Nacida del misterio central del cristianismo, hunde sus raíces en la tierra, en los ciclos naturales y en antiguas culturas que ya intuían que, tras la muerte, la vida siempre vuelve.

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