Por José Agustín Solís
Durante siglos, el concepto de familia estuvo estrechamente vinculado a la imagen de un núcleo compuesto por padre, madre e hijos viviendo bajo un mismo techo. Sin embargo, con el paso del tiempo, los cambios sociales, culturales y tecnológicos han transformado de forma radical esta concepción. Hoy en día, hablar de familia implica reconocer una multiplicidad de formas, estructuras y vínculos que desafían la idea tradicional. En pleno siglo XXI, la era digital ha sido uno de los factores más determinantes en esta transformación.
Las nuevas formas de familia
El modelo nuclear tradicional ha cedido espacio a diversas configuraciones que reflejan la complejidad de nuestras sociedades actuales. Familias multiculturales, resultado de la globalización y la migración; familias monoparentales, donde uno de los progenitores asume la crianza; familias homoparentales, encabezadas por parejas del mismo sexo; familias ensambladas, que surgen de nuevas uniones tras divorcios o separaciones; e incluso las llamadas «familias elegidas», compuestas por personas que no necesariamente están unidas por lazos sanguíneos, pero sí por un vínculo afectivo profundo. Todas estas formas de familia han ganado visibilidad y reconocimiento legal en muchas partes del mundo, contribuyendo a una definición más inclusiva y realista de lo que significa ser familia.
La tecnología como puente (y a veces muro)
Uno de los elementos más influyentes en la redefinición de las relaciones familiares ha sido, sin duda, la tecnología. Las videollamadas permiten que abuelos, tíos o padres que viven en otros países mantengan un contacto frecuente con los niños. Las aplicaciones de mensajería instantánea, como WhatsApp o Telegram, han dado paso a los clásicos grupos familiares, donde se comparten desde noticias hasta memes, pasando por fotos y felicitaciones.
En muchos casos, estas herramientas han sido clave para sostener vínculos afectivos a pesar de la distancia geográfica. Familias separadas por motivos laborales, migratorios o académicos encuentran en la tecnología un salvavidas emocional. La crianza compartida a distancia, por ejemplo, se apoya en videollamadas diarias, grabaciones de cuentos antes de dormir o apps que permiten supervisar tareas escolares en remoto.
Sin embargo, esta misma tecnología puede convertirse en una barrera cuando sustituye el contacto directo. La disponibilidad constante de pantallas puede generar una paradoja: estamos conectados, pero emocionalmente ausentes. La convivencia diaria puede volverse superficial si cada miembro de la familia está inmerso en su dispositivo, dejando de lado el tiempo compartido cara a cara.
Redes sociales: vitrina y campo de batalla familiar
El auge de las redes sociales también ha impactado profundamente en las dinámicas familiares. Por un lado, permiten visibilizar momentos felices, logros y eventos familiares. Padres y madres comparten con orgullo fotos de sus hijos, viajes familiares o celebraciones. Sin embargo, esta exposición constante también puede generar tensiones y dilemas.
La sobreexposición de menores en redes, conocida como «sharenting», ha generado un debate sobre el derecho a la privacidad de los niños. Además, la idealización de la vida familiar en plataformas como Instagram puede generar frustración y comparaciones nocivas con otras familias. Por otra parte, también se han registrado conflictos familiares derivados del uso de redes: desde discusiones por comentarios públicos hasta desacuerdos sobre la inclusión de ciertos familiares en fotos o publicaciones.
Ejemplos que redefinen la familia
En la actualidad, existen numerosos ejemplos que ilustran esta nueva concepción de familia. El caso de padres separados que, mediante una organización digital eficiente, logran una crianza compartida armoniosa desde diferentes ciudades. O familias internacionales que celebran juntos cumpleaños y fiestas a través de videollamadas grupales. Incluso amistades que, ante la ausencia de familiares biológicos cercanos, construyen redes de apoyo tan sólidas que cumplen las mismas funciones de una familia tradicional.
¿Qué queda del núcleo familiar tradicional?
Si bien el concepto clásico de familia basada en la convivencia diaria entre padres e hijos persiste, su hegemonía ha disminuido. Hoy, lo que define a una familia no es su estructura, sino la calidad de sus vínculos. La era digital ha facilitado formas nuevas de mantener y fortalecer estos lazos, pero también ha planteado retos inéditos en términos de comunicación, privacidad y convivencia.
Nos encontramos en una etapa de transición donde coexisten modelos tradicionales y modernos, y donde lo virtual adquiere un rol cada vez más relevante. Adaptarse a esta nueva realidad implica aceptar que el amor, el apoyo y el cuidado pueden manifestarse de formas diversas y a través de distintos canales. En última instancia, la familia sigue siendo ese espacio de pertenencia y afecto, más allá de las etiquetas, las formas y las pantallas.