sábado, septiembre 27, 2025

El Rocío: fe, polvo y pasión en la romería más famosa de España

Por Antonio de Lorenzo

Millones de peregrinos, carretas, cánticos y emoción marcan esta fiesta mariana que desde Almonte conmueve a todo un país

La Virgen entre el polvo y la devoción

Cada primavera, coincidiendo con Pentecostés, los caminos de Andalucía se llenan de rostros fatigados, pañuelos cubriendo la boca, sudor, promesas y alegría. Es la romería del Rocío, la más multitudinaria y popular de España. El polvo que levantan las carretas no solo envuelve a los peregrinos, sino también a la propia imagen de la Virgen, a la que se cubre cuidadosamente para protegerla. El cansancio se mezcla con el fervor en una expresión única de religiosidad y cultura popular.

La devoción a Nuestra Señora del Rocío, también conocida como la Blanca Paloma, tiene raíces antiguas. Según la tradición, fue un cazador quien halló la imagen mariana en un matorral del paraje de Las Rocinas, cerca de Almonte (Huelva). Tras varios intentos de moverla sin éxito, se decidió levantar allí mismo una ermita. El nombre original fue el de Santa María de las Rocinas, hasta que en 1653 se adoptó el poético nombre actual y fue proclamada patrona de Almonte.

Orígenes medievales y ritos contemporáneos

Aunque su popularidad se consolidó a partir del siglo XVIII, la devoción al Rocío tiene raíces que podrían remontarse al siglo XIII, en tiempos de Alfonso X el Sabio. La primera talla de la Virgen, de no más de 85 cm, era una escultura de estilo gótico. Su atuendo actual data del siglo XVIII y cada siete años se reviste de pastora, en recuerdo del traje con el que fue encontrada.

Desde el siglo XV se tienen noticias de las primeras peregrinaciones, y pronto surgiría la hermandad de Villamanrique, seguida de muchas otras. El pueblo de Almonte adoptó oficialmente la devoción en 1653 y en 1758 su hermandad redactó unas reglas que regularon las romerías.

Hasta el siglo XIX, la fiesta se limitaba a la presentación de las hermandades, una misa cantada y una procesión ordenada. Pero en 1887 se añadieron elementos litúrgicos propios, y desde entonces el culto fue enriqueciéndose con nuevas expresiones: el rezo del rosario, los cantos rocieros, la misa de romeros…

Carretas, sinpecados y desvelo

Hoy, más de sesenta hermandades llegan hasta la aldea del Rocío, en el corazón de las marismas del Parque Nacional de Doñana. El camino es parte esencial del rito: durante días, los peregrinos caminan, rezan, cantan y celebran, en un trayecto lleno de simbolismo y dureza. A una semana del domingo de Pentecostés, comienza la partida de las carretas, muchas de ellas tiradas por bueyes, acompañadas de caballos, gaiteros y tamborileros.

El sábado por la tarde se realiza la presentación de hermandades, cada una con su “sinpecado” (estandarte mariano bordado), en una interminable procesión ante la ermita. A partir de ese momento, nadie duerme: la vigilia se llena de cantos, rezos, fuegos artificiales y repique de campanas. La noche del domingo se reza el rosario de la aurora en una atmósfera electrizante.

El salto de la reja: clímax emocional

El momento más esperado llega en la madrugada del lunes. Los almonteños, en una mezcla de rito y pasión, protagonizan el famoso “salto de la reja” para sacar a la Virgen del santuario. En una explosión de emoción colectiva, la imagen es llevada a hombros en procesión entre empujones, lágrimas y vítores. No hay barreras ni protocolo: solo pueblo y fervor.

Este gesto, donde el pueblo toma el control por unas horas, evoca antiguos ritos de inversión del orden, donde los humildes asumen simbólicamente el poder. Una copla lo resume así: Con la mortaja ya hecha / me sacaste de la cama, / Virgen Santa del Rocío, / a darte vengo las gracias.

Otras romerías con sabor propio

Aunque el Rocío es la más conocida, España está sembrada de romerías singulares. En Atienza (Guadalajara), por ejemplo, se celebra el mismo día “La Caballada”, en recuerdo de un hecho histórico: en 1162, unos caballeros locales ayudaron al joven Alfonso VIII a escapar del sitio de su tío. La fiesta incluye misa, procesión, desfiles a caballo y la peculiar celebración de “las siete tortillas”.

En el norte, la espiritualidad toma un tinte penitencial. En Lumbier (Navarra), la romería a la ermita de la Trinidad está protagonizada por los cruceros, hombres vestidos de negro, descalzos, que cargan cruces al hombro y avanzan entre cánticos hacia el santuario. Al regresar, al atardecer, se canta la Salve mirando a lo lejos el santuario de Ujué, que brilla en la distancia. También son impresionantes los cruceros de Roncesvalles, en los Pirineos navarros.

Un espejo del alma popular

La romería del Rocío es mucho más que una fiesta. Es una expresión viva de la religiosidad popular, con resonancias ancestrales, donde el cuerpo se agota y el alma se ensancha. Es también una experiencia colectiva de identidad, comunión y fiesta. La fe, el polvo, el canto y el cansancio se entrelazan para rendir homenaje a una Virgen que, aunque está en una ermita de marismas, habita también en el corazón de quienes la buscan año tras año.

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