Por Duaa Naciri Chraih
Han pasado casi dos décadas desde que Miranda Priestly nos enseñó con un leve gesto de ojos que un simple suéter azul no es tan simple cuando el mundo de la moda decide qué vestimos sin que lo sepamos. El diablo viste de Prada se convirtió, sin proponérselo, en algo más que una comedia sobre ropa cara y jefas imposibles. Fue, para muchos, la primera vez que vimos cómo se cuece y se devora el talento en la redacción de una revista icónica. Y ahora, casi veinte años después, la historia promete una segunda vuelta.
La secuela, que ya ha empezado a rodarse, vuelve a reunir a Meryl Streep como la temible Miranda Priestly y a Emily Blunt, que retoma su papel de Emily Charlton, la asistente implacable que muchos recordamos por sus frases cargadas de sarcasmo y café frío. Anne Hathaway, está confirmada. Y millones de fans cruzando los dedos para que Andy Sachs vuelva con su flequillo impecable y sus botas imposibles.
Pero, ¿de qué va esta nueva historia? Aunque los detalles todavía se guardan bajo llave como todo en el universo Runway se sabe que la trama seguirá explorando el mundo editorial y cómo ha cambiado en estos años. La primera película retrató una era dorada de las revistas impresas y de una moda que dictaba tendencias desde despachos forrados de piel. Hoy, el papel casi ha muerto y las redes sociales deciden en segundos qué es viral y qué no. ¿Qué lugar ocupa ahora una Miranda Priestly en un mundo gobernado por influencers y likes?
Quizá ahí esté el gran gancho de esta segunda parte: ver cómo ese monstruo elegante y frío se adapta o no a una industria que ya no funciona como antes. ¿Puede una editora legendaria seguir marcando las reglas cuando todo se decide en TikTok? ¿Qué pasa cuando el poder cambia de manos y ya no se compra con trajes de alta costura sino con clics y seguidores?
Más allá de la trama, hay algo inevitable: la nostalgia. El diablo viste de Prada se volvió de culto no solo por los vestuarios imposibles de Patricia Field o por los memes de Miranda levantando una ceja. Fue y sigue siendo una historia que mezcla ambición, sacrificio y la eterna pregunta de hasta dónde llegarías para encajar en un mundo que parece deslumbrante desde fuera. Ahora, veinte años después, muchos que la vieron en 2006 están listos para sentarse de nuevo en la sala, esta vez quizá identificándose más con Miranda que con Andy. Porque todos crecimos un poco: ya no somos becarios corriendo por el Starbucks con miedo a equivocarnos, sino trabajadores que saben lo que significa tener un jefe imposible… o serlo.
Esta secuela llega en un momento curioso. Hollywood vive una fiebre de revivir todo lo que funcionó. Pero pocas historias tienen tanto potencial para reírse de sí mismas y, de paso, mostrar cómo ha cambiado la forma de trabajar y consumir moda. Si lo hacen bien, puede ser una mirada divertida y algo incómoda a un mundo que todavía fascina, aunque ya no huela a tinta y papel.
Falta por ver si Anne Hathaway vuelve, si la moda sigue siendo protagonista o si Miranda logra seguir siendo “la única” capaz de hacer temblar una oficina con un solo That’s all. De momento, nos conformamos con saber que el diablo no se ha ido: solo estaba esperando el momento de volver a vestir de Prada.