Por Duaa Naciri Chraih
Durante años, la fisioterapia ha estado ligada casi exclusivamente a la recuperación de lesiones. Era el lugar al que se acudía después de un esguince, un accidente, una contractura fuerte o una operación. Un recurso útil, sí, pero asociado siempre a la idea de urgencia o de reparación. Sin embargo, esa imagen ha empezado a cambiar. Cada vez más personas descubren que el fisio no es solo para cuando algo duele, sino también para evitar que duela. Y ese cambio de mentalidad está transformando la forma en que entendemos el cuidado del cuerpo.
Hay señales que el cuerpo lanza y que muchas veces pasamos por alto. No son gritos, sino susurros. Una rigidez que se repite cada mañana al levantarse, esa sensación de que el cuello cruje más de la cuenta, o una postura que cuesta mantener aunque sepamos cómo debería ser. También puede tratarse de una molestia leve al hacer deporte, o de pequeños síntomas sin una causa clara: una pierna que se duerme con frecuencia, la mandíbula tensa al final del día, o un cansancio extraño en la zona lumbar después de estar muchas horas de pie. Son situaciones comunes, que no siempre duelen de forma intensa, pero que sí indican que algo no está del todo bien. El problema es que, al no haber dolor fuerte, no se les da importancia. Se piensa que “es normal”, que “le pasa a todo el mundo” o que “ya se pasará solo”. Pero detrás de esa normalización, se esconden tensiones acumuladas, desequilibrios musculares, patrones posturales erróneos o movimientos repetitivos que, con el tiempo, pueden derivar en molestias más serias. Y ahí es donde la fisioterapia preventiva cobra sentido. No se trata solo de solucionar, sino de observar, entender y corregir antes de que aparezca el problema real.
Ir al fisioterapeuta sin estar lesionado puede parecer innecesario, pero la experiencia demuestra lo contrario. El cuerpo da pistas todo el tiempo. Por ejemplo, cuando mantenerse recto al estar sentado cuesta más de lo esperado, o cuando al caminar se nota una ligera descompensación entre un lado y otro. A veces, incluso los crujidos constantes al mover ciertas zonas, aunque no duelan, revelan bloqueos o falta de movilidad que podrían ajustarse con técnicas sencillas. Y en muchos casos, bastan unas pocas sesiones para notar la diferencia: más ligereza, mejor descanso, menos sensación de carga al final del día.
En el caso de quienes hacen deporte de forma habitual, la fisioterapia también cumple un papel clave. Aunque no haya una lesión, puede haber sobrecargas, compensaciones o errores técnicos que pasan desapercibidos. Es fácil caer en la rutina de entrenar “como siempre”, sin revisar si ese “siempre” está siendo del todo correcto. Un fisioterapeuta puede detectar esos pequeños gestos que se repiten mal y corregirlos antes de que se conviertan en una visita obligada por lesión. También puede ayudar a adaptar el entrenamiento según las necesidades reales de cada cuerpo.
Más allá de lo físico, la visita al fisio también tiene un impacto en el bienestar general. Hay zonas del cuerpo que acumulan más tensión de la que creemos: los hombros, el cuello, la mandíbula, la zona lumbar. Muchas veces esa tensión no se percibe como dolor, pero sí como incomodidad constante, dificultad para relajarse o incluso dolores de cabeza al final del día. Y aunque se suele recurrir a analgésicos o masajes ocasionales, pocas veces se piensa en la fisioterapia como parte de la solución. Este enfoque preventivo no pretende medicalizar el día a día ni convertir el cuerpo en un proyecto de perfección. Al contrario, parte de una mirada más amable: la de entender que el cuerpo cambia, se adapta, se queja a veces sin hacer ruido y necesita cuidados antes de llegar al límite. La fisioterapia, en ese sentido, es una forma de escuchar el cuerpo antes de que grite. No para vivir sin molestias nunca más, sino para mantener una base de equilibrio, movimiento saludable y conciencia corporal. A menudo se asocia el autocuidado con cosas visibles: una alimentación equilibrada, hacer deporte, dormir bien. Pero también existen aspectos menos evidentes y igual de importantes. Saber cómo te sientas, cómo te mueves, cómo cargas el peso al caminar, cómo se comporta tu cuerpo cuando estás quieto. Todo eso también habla de salud. Y aunque el dolor es una señal clara, no debería ser la única que se escuche.
Pensar en la fisioterapia como parte de un cuidado continuo, no solo como respuesta a un daño, es una forma de cambiar la relación que tenemos con nuestro propio cuerpo. Es permitirnos revisarlo, afinarlo y entenderlo sin esperar a que algo se rompa. Porque igual que llevamos el coche al taller para una puesta a punto, también podríamos hacer lo mismo con nuestro cuerpo.