sábado, septiembre 27, 2025

Adiós a los deberes: ¿libertad o caos?

Por Duaa Naciri  Chraih

Con el final de las clases, miles de mochilas se guardan en armarios y estanterías. Empiezan para muchos niños esas semanas tan esperadas sin cuadernos ni fichas obligatorias. Para la mayoría de las familias, las vacaciones significan tiempo de desconexión, de tardes largas y juegos sin prisas. Pero cada verano regresa la misma pregunta: ¿es bueno olvidarse del todo de los deberes? ¿El descanso absoluto ayuda o hace que en septiembre cueste más arrancar?

Este debate divide a padres, profesores y expertos. Quienes apuestan por un parón real recuerdan que el curso es largo y exigente. Entre clases, actividades y deberes, muchos niños apenas tienen ratos para aburrirse y aburrirse también es necesario. Por eso, dicen, el verano debería ser un alto en el camino: un tiempo para calmar la mente, explorar intereses propios y disfrutar de la familia. Sin embargo, los datos muestran otra cara de la moneda. Varios estudios confirman lo que se conoce como “summer slide”: la pérdida de conocimientos cuando se deja de practicar. Según la organización Parents, un alumno puede perder hasta un 28 % de lo que ha avanzado en lectura y un 34 % en matemáticas si en verano no repasa nada. Investigadores de la Universidad del Sur de California calculan que entre el 70 % y el 78 % de los niños de primaria olvidan parte de sus destrezas matemáticas durante el verano. Para quienes pasan de quinto a sexto, este “bache” puede acumular un retraso de hasta dos años en contenidos básicos.

La Organización para la cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), por su parte, lleva años recordando que poner demasiados deberes no garantiza mejores notas. Aun así, insiste en que el contexto familiar importa: cuando cierran los colegios, no todos los niños tienen las mismas oportunidades para leer, practicar o reforzar lo aprendido. Es lo que explica la conocida “teoría del grifo”, de la Universidad Johns Hopkins: mientras dura el curso, la escuela “abre el grifo” y todos los alumnos tienen acceso a los mismos recursos. Pero en verano, ese grifo se cierra y las diferencias entre familias se notan más.

Esto no significa llenar el verano de tareas. Harris Cooper, profesor en la Universidad de Duke, defiende que basta con una dosis pequeña y bien medida. Su regla es simple: unos 10 minutos de deberes por curso. Así, un niño de tercero podría dedicar media hora al día a leer, hacer cuentas o resolver algún ejercicio, sin agobios. Varios estudios respaldan esta idea: lo importante no es la cantidad, sino mantener viva la rutina de aprender, aunque sea de forma ligera.

En Europa hay ejemplos de enfoques distintos. Finlandia es el más citado: jornadas escolares cortas, pocos deberes durante el curso y casi ninguno en verano. Aun así, sus estudiantes destacan en matemáticas, lectura y ciencias. Para los defensores de este modelo, la clave es la confianza en los alumnos y el equilibrio entre escuela y familia. La lectura forma parte de la vida diaria, sin convertirse en una obligación pesada. En España, la mayoría de los colegios entrega cuadernos de repaso o sugiere lecturas, pero deja en manos de las familias decidir qué hacer con ellos. Muchas optan por un punto medio: nada de deberes forzados, pero sí ratos de lectura, juegos de cálculo o actividades que refuercen sin estresar. Otra opción son los campamentos o actividades extraescolares, que mezclan ocio y aprendizaje. Según la Universidad Johns Hopkins y la Asociación Nacional de Educación de EE. UU., los programas de verano bien diseñados pueden compensar la pérdida de conocimientos e incluso suponer avances de hasta un mes, además de estimular la convivencia, la creatividad y la autonomía.

El problema es que no todos los niños tienen acceso a esas opciones. Cada año, el Instituto Nacional de Estadística muestra diferencias claras entre quienes pueden pagar actividades de refuerzo y quienes dependen de bibliotecas o recursos gratuitos. Por eso, algunos expertos advierten: eliminar por completo los deberes sin alternativas de lectura o repaso puede ensanchar la brecha entre quienes tienen apoyo y quienes quedan desconectados.

En realidad, no hay una receta única. Lo importante es adaptar el verano a cada familia, edad y situación. Para un niño de Infantil o primeros cursos de Primaria, perder hábitos básicos de lectura o cálculo puede pasarse factura en septiembre. En cursos más altos, un descanso bien planificado —con algo de responsabilidad— suele funcionar mejor que una lista interminable de ejercicios. Al final, todos coinciden en que el verano no debería parecerse a la escuela: es el momento de aprender de otras formas. Leer por placer, visitar museos, explorar la naturaleza, cocinar juntos, probar deportes o actividades creativas… Todo eso suma, aunque no lleve nota.

Así que, como cada año, la respuesta es casi siempre la misma: ni un verano lleno de deberes, ni semanas de desconexión total. Encontrar un equilibrio razonable, adaptado a cada niño, ayuda a que septiembre no sea una cuesta arriba imposible. Lo esencial es que el descanso no apague la curiosidad. Porque, en realidad, aprender no se detiene nunca, ni siquiera cuando la alarma del despertador deja de sonar.

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