Texto: Mar Olmedilla / Fotos: M.O. / B.A.
Sus ojos lo dicen todo. Está cansada, muy cansada. Acaba de salir de una guardia de 24 horas, sin embargo no puede llegar a casa y echarse a dormir, tiene otras obligaciones. Las obligaciones de una mujer trabajadora y con una familia numerosa: ir a la compra, hacer la comida, llevar a la niña al colegio… Además, atender a una periodista, lo que faltaba. En estos momentos ha decidió no poner la tele para no seguir llorando ante la muerte. Lleva 17 meses reprimiendo la impotencia y el dolor. No puede más. Se llama Beatriz Alba Carmona, tiene 43 años, es enfermera de emergencias en una UVI Móvil del SUMMA 112. No, no es una de las protagonistas de “Anatomía de Grey”, sino una de las miles de enfermeras que están al pie del cañón luchando contra la pandemia en nuestro país. Tan sólo pide, al igual que sus compañeros, un “salario emocional” para continuar cuidándonos y no dejarse caer en la desesperación. Esta es la historia de uno de esos héroes anónimos que pocas veces obtienen recompensa, pero que sin su valentía y esfuerzo nuestro mundo estaría incompleto.
De pequeña Beatriz Alba soñaba con muchas cosas, incluso fantaseaba con ser picador de toros, “¡qué cosas!, ahora detesto la fiesta nacional, no me gustan nada los toros”. Sin embargo, el destino le tenía preparado algo bien distinto: salvar vidas. “La verdad es que de pequeña no visualizaba nada en concreto, pero sí supe pronto que yo quería ayudar a la gente, ser útil para los demás”, me comenta según retira la olla del fuego. No puede perder mucho tiempo, pronto vendrán las niñas del colegio y tiene que estar la mesa puesta, menos mal que a la pequeña la acaba de recoger y ya está en casa. En su rostro trata de dibujar una sonrisa, es de esas mujeres que prefieren evitar que nadie la vea triste. Sacar fuerzas de flaqueza, una vez más. “En estos momentos –reconoce con total sinceridad- es difícil vivir conmigo, todo esto de la pandemia me afecta mucho, nos afecta mucho a todo el colectivo, vivimos en una montaña rusa de emociones y sentimientos que termina erosionando a nuestra vida personal quieras o no”.
Pudo ser médica ya que sus notas eran excelentes, pero prefirió elegir enfermería. Algo que en un principio no entendieron sus padres, “creo que ellos pensaban, como tantos otros, eso de ¿por qué conformarte con menos? En cierto modo, se tiene la imagen de la enfermera como esa persona que ayuda al médico, sin más. Sin embargo, no es tan sencillo y la carrera no es nada fácil tampoco”. Para ella una buena profesional debe tener, además de una excelente preparación, varias cualidades imprescindibles: empatía ante los demás, ser muy meticulosa y ordenada, observar hasta el más mínimo detalle y, muy importante, saber escuchar. “Nosotras observamos la necesidad de los demás y somos expertas en dar cuidados”, define su trabajo Beatriz. “Pero sin tuviera que destacar algo es que hay que tener mucho autocontrol emocional –continua-. Ten en cuenta que a lo largo de nuestra carrera nosotras estamos en cada uno de los momentos que vive una persona, para bien o para mal. Estamos ahí cuando alguien nace y estamos ahí cuando alguien muere, siempre estamos presentes. Por eso no es tanto ponerte una coraza para que no te afecten las cosas, como tener autocontrol emocional”.
Desde que eligió ser enfermera ha sido consciente de que su profesión podría estar repleta de momentos amargos, que no siempre sus cuidados podían tener un final feliz. Sin embargo, desde que comenzó a batallar contra el Covid-19, los finales felices han disminuido de forma alarmante. Beatriz Alba ha visto como el resto de sus compañeros, un equipo formado por cuatro personas, han caído contagiados por cumplir con su trabajo y se han salvado de milagro, otros no han tenido tanta suerte. Ha dado la mano a esas personas por las que no se podía hacer nada más y les ha acompañado en su último viaje para que no estuvieran solos. Mientras, les sonreía tragándose las lágrimas y les susurraba dulcemente: “Tranquilo, ahora vas a dormir, estoy contigo, tranquilo”.
Beatriz es una mujer expresiva. Habla por los ojos, con las manos, pero sobre todo con el corazón. No tiene afán de protagonismo, al contrario, quiere pasar desapercibida, los protagonistas para ella sin duda alguna son los pacientes. Me permito frivolizar con lo que es la realidad y la ficción. Ni en la mejor serie o película se hubiera escrito un guión como el que estamos viviendo desde la aparición del coronavirus en nuestras vidas, le digo. Beatriz me sigue el juego durante unos segundos. En la realidad ella no firma autógrafos como los protas de las series de la tele, ni posa para los fotógrafos en la alfombra roja, pero no cabe duda de que sin su trabajo esta película de terror que estamos viviendo podría ser, si cabe, todavía mucho peor. “Si jugamos a esto de las películas, digamos que para que haya una buena película tiene que haber un reparto de gran calidad. Las enfermeras seríamos (sonríe) esos actores secundarios imprescindibles que toda buena serie o película debe tener”, no podría utilizar mejor metáfora que estas palabras. Tiene toda la razón, sin el colectivo de enfermeras y el resto del personal sanitario superar esta pandemia sería imposible. “Esta pandemia es muy perversa -me quiere explicar-. La gente se ha cansado de nosotros, de escucharnos decir que estamos agotados. Se nos puso en valor durante la primera ola, cuando el número de fallecidos era tan abrumador, salían al balcón para aplaudirnos, a llamarnos héroes, pero ahora se nos ha olvidado. Hay personas que siguen muriendo, sigue habiendo contagios… pero se han cansado de nosotros”. En su voz no hay rabia ni enfado, tan sólo decepción. Beatriz Alba ha asumido que una vez que las restricciones de movimiento son menores, que se ha empezado ya a vacunar, las personas comienzan a olvidar. Olvidar para seguir avanzando, dicen algunos. “El ser humanos es egoísta, no de ahora, esto es de siempre. Entiendo, porque de verdad lo entiendo, que están hartos de llevar mascarilla, de no poder salir libremente a la calle, de viajar… Que cuando uno tiene cubiertas sus necesidades más primarias, las demás necesidades dejan de ser importantes. Se les olvida que nosotras, las enfermeras, al igual que el resto de los mortales, estamos hartas, pero seguimos ahí porque sigue muriendo gente. Sin embargo, debemos superar esa sentimiento y nos vemos obligadas a incrementar la protección, el uso de epis, guantes y mascarillas… eso todos los días y durante muchas horas. La única vía de escape que nos queda es dar nuestro testimonio, ventilarnos emocionalmente, recordar a todos que si nosotras caemos, caemos todos. Sí, se nos ha aplaudido incluso políticamente, pero luego se nos ha penalizado con contratos precarios y sin protección alguna. Yo no quiero que me den un premio Princesa de Asturias, lo que quiero que es yo y el resto de mis compañeros estemos protegidos, que se nos cuide y no se nos olvide. Por todo esto digo que la pandemia es perversa”.
Tanto Beatriz como Alberto y Pedro (ambos a punto de no contarlo tras contagiarse), así como Jorge, siguen sudando durante horas cada vez que tienen un aviso por covid y deben ponerse los epis, las gafas y los guantes con la meticulosidad del primer día. Ellos siguen palpando diariamente las consecuencias del virus y la irresponsabilidad de algunos. Las sirenas de su ambulancia no se silencian nunca. Están agotados, pero no se rinden. Conocen a muchos otros compañeros que han dejado o quieren dejar la profesión. La factura que han y están pagando todavía es demasiado elevada. Pero está UVI Móvil de San Sebastián de los Reyes (Madrid) se mantiene unida y en pie. “Lo mejor que me puede pasar es llegar al trabajo y encontrarme con mis compañeros. Estar con ellos es una alegría, disfrutamos de cada momento que pasamos juntos. Intentamos no hablar mucho del tema, no hemos acordado nada al respecto, es algo implícito. Preferimos echar mano del buen humor, sobre todo con Pedro, y reírnos todo lo que podamos. A veces bromeo con ellos y les digo que somos como el Club de la Comedia. Es como entrar en una burbuja, en la que estamos aislados y nos mimamos los unos a los otros”, me cuenta la enfermera temiendo que no la entienda.
Pero la entiendo, claro que la entiendo. Durante estos meses he tenido el privilegio de acompañarles en algunos de esos avisos de emergencias. Le he visto trabajar en plena acción, me han acogido en sus casas y en sus familias, y he comprobado que todo es real, que nada es ficción, que su valor y profesionalidad no se pueden discutir ni poner en duda. Es admirable que puedan seguir recurriendo al humor para desengrasar su día a día. Es la única manera de mantenerse cuerdo ante tanta locura y no caer en la depresión más absoluta y peligrosa. “Hay muchos compañeros que están en tratamiento farmacológico y psicológico para poder seguir trabajando –me cuenta Beatriz Alba-. Otros muchos están de baja. Los que no han pedido ayuda es, creo, porque somos un colectivo al que nos cuesta reconocer que necesitamos ayuda, o nos da vergüenza, es, no sé, como si por hacerlo fuéramos a ser vistos como menos profesionales. No sabría decirte si te soy sincera, pero esto que te digo es una realidad. Lo que sí nos hace falta es un salario emocional, eso no se contabiliza en euros sino en respeto”.
Aprovechamos que la casa se ha vuelto a quedar tranquila y retomamos la entrevista. Salimos al jardín. Por suerte dispone de una casa con jardín para respirar y nos sentamos a escuchar el trinar de los pájaros mientras su perra Alya corretea tras ellos. Sentadas al pie de un árbol, hago lo que ella tan bien sabe hacer, escuchar. Le pregunto dónde le gustaría estar ahora, no lo duda: “En Cádiz, respirando su energía, tomando el sol, disfrutando de la familia… ¡Qué ganas!”. No sabe cuándo podrá hacer una escapada, de momento intenta sacar segundos a la vida para estar junto a su marido, Nacho, así como de sus cinco hijos. Tres hijas de su primer matrimonio y dos aportados por su actual pareja. “Ellos me dan la fuerza necesaria que a veces me falta. Es complicado ahora vivir conmigo. He dejado de meditar o de restaurar muebles, que eran cosas que me relajaban y me hacían más soportable todo esto. Como te he dicho antes, la pandemia ha terminado por afectar mi vida personal. Mis cambios de humor, mis subidas y bajadas, es como una montaña rusa. Nadie me ha hecho nada, pero… Ahora, por ejemplo, me agobia meterme en sitios cerrados donde hay mucha gente. Es como si me negara a disfrutar de la vida en cierto modo. No entiendo muy bien el por qué, pero es así. No es que no quiera, es que no puedo. Por eso te digo que vivir conmigo se ha vuelto un tanto difícil”, me confiesa.
Tras un silencio compartido, siento que la conversación debe llegar a su final. Beatriz Alba ha sido testigo de todo aquello que muchos niegan o no quieren ver. Ha recorrido una ciudad fantasma por la que únicamente circulaban ambulancias, coches de policía y coches fúnebres. Ha trasladado a las UCIs de los hospitales a cientos y cientos de enfermos por covid, muchos de ellos no han sobrevivido. Se presentó voluntaria, después de sus correspondientes guardias en el SUMMA 112, en el IFEMA y comprobó que el horror siempre se puede multiplicar. Nunca olvidará el día que entró en el gimnasio de La Paz, el mismo en el que ella y su hija habían hecho rehabilitación pocos meses antes, y lo vio convertido en un hospital de guerra. Beatriz Alba ha tenido que aprender a vivir con el miedo y hoy se pregunta: ¿vivir con miedo es vivir?
Primero fue la preocupación, después el coraje y la fuerza, terminó llegando el cansancio y con él la tristeza. Ahora sólo siente decepción. Sabe que vendrá un renacer porque nunca dejará de intentarlo, aunque sea agotador. Ama a su profesión, lo suyo es pura vocación y cuando hace un repaso de los últimos meses vividos sólo me puede decir: “A veces pienso que es como una película en la que yo no he trabajado. Tengo la sensación de que se me ha olvidado todo aquello, pero un buen día pones la tele y ves las imágenes de India, y me despierto. Es real, está ocurriendo, lo he vivido, lo vivo, y se me caen las lágrimas”.