Texto: Mar Olmedilla / Fotos: Alek Nieto
Es un músico que se refugia en el silencio. Y es que del sonido que le trae el silencio es desde donde le fluye la pasión de crear. En la funda de la guitarra no sólo guarda a su fiel amiga, sino también su alma libre de ataduras y postureos de la industria musical. Ahora regresa desde su paraíso particular en Murcia -sí, es de esos que han sabido encontrar su propio paraíso- con acordes nuevos de ilusión y las cicatrices curadas para cantar con todo el alma, junto a Leire Martínez, de La Oreja de Van Gogh, en “Tuvo su tiempo”, su nuevo single de su último disco “14.09.18”, cuyo nombre se debe a la fecha del nacimiento de su hijo.
Diego Martín conoció el éxito muy joven, apenas era un veinteañero, con la melodía de “Déjame verte”. En esa ocasión fue con Raquel del Rosario, de El sueño de Morfeo, con quien cantó este dueto que le situó en el puesto número 1 de los más vendidos en cuestión de semanas. Hasta ese momento Diego era un joven lleno de sueños y con la osadía de querer comerse el mundo a bocados. Y lo consiguió, pero, ahora desde la perspectiva que da el tiempo y la madurez, reconoce que no fue de la manera que a él le hubiera gustado. Esta tarde, justo cuando el sol empieza a descender por el horizonte, charlamos sobre esas cosas que tiene la vida y nos preguntamos eso ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos?, nada originales, pero nos apetece charlar sin prisas y sin normas.
A los dieciséis años, aunque era un buen estudiante, se aburría mucho en el colegio. El sistema de enseñanza de aquella época no fue capaz de estimular a este joven inquieto y demasiado impaciente por querer saber. “Debido al trabajo de mis padres durante esos años me cambiaba mucho de colegio y no tenía un grupo de amigos como tal, digamos que fui un chico un tanto solitario que se refugiaba en las palabras volcadas en un papel para expresar lo que sentía”, me cuenta con cierta añoranza. Por ello, se aficionó a fumarse las clases de vez en cuando. En una de esas ocasiones se quedó en la parte de atrás del colegio dispuesto a comerse un bocata mientras soñaba despierto. Allí se encontró con otro chico que estaba tocando la guitarra. “¿Puedo sentarme contigo? -recuerda que le preguntó-. Me encantó, a partir de ahí me plantee aprender a tocar la guitarra y así lo hice, de forma autodidacta, claro”.
Del campo de fútbol a los conciertos
Entre acordes desafinados y letras llenas de sentimiento, Diego descubrió por fin algo que no le aburría, todo lo contrario. Encontró a las musas, la inspiración y, lo más importante, su destino. Iba a ser cantante. Su otra afición, el fútbol, poco a poco fue perdiendo terreno y eso que llegó a destacar como futbolista, incluso llamó la atención de un equipo como Segunda B del Cartagena por sus habilidades y con el que casi estuvo a punto de fichar. Pero si la música ya le había abducido, una lesión terminó por dirigir su vida hacia su destino: cantar.
Sin padrino alguno en la música y sin conocer cómo funcionaba ese mundo, Diego Martín siguió aporreando la guitarra y componiendo canciones en sus ratos libres. Su objetivo era poder grabar una maqueta. Trabajó en una gasolinera, de camarero en bodas y bautizos… Por fin ahorró un poco, pero fue gracias a la ayuda de su madrina Josefa Galindo Ruiz, quien le prestó 100.000 pesetas de la época, que logró grabar no sólo la maqueta sino su primer single bajo el nombre artístico de Iris. Diego, por entonces el artista conocido como Iris, cogió su mochila y metió en ella las 250 copias de su sueño hecho realidad para patear las calles de Murcia ofreciendo aquella joya por 500 pesetas a cualquiera que quisiera comprar su disco. No conocía el miedo ni la vergüenza. Un día pasó por delante de una de las míticas salas de conciertos de Murcia, La puerta falsa, por su escenario habían pasado aquellos a quien tanto admiraba: Antonio Orozco, Estopa, David de María…
─Me tienes intrigada, ¿qué hiciste?
─Entré (risas). Yo quería tocar y así se lo dije al que estaba allí. Me preguntó ¿tienes una banda? Yo no necesito una, le dije. Vente mañana y hablamos. Al día siguiente me presenté y lo primero que me dijo es que estaba muy verde y que no podía tocar. Eso sí, me presentó a Javier Tomás, uno de los managers musicales más importantes de nuestro país. Eso fue decisivo, empecé a trabajar con la persona que había descubierto a Funambulista, Efecto Pasillo, Antonio Orozco, Maldita Nerea… A los dos años de eso mi disco “Déjame verte” era el número 1 de los 40. Visto así, fue todo muy fuerte.
Pero aunque parezca fácil, esos dos años Diego Martín tuvo que aplicarse mucho y trabajar duro, componer y componer. Vivía exclusivamente para su sueño. “Tenía un sueño y quería comerme el mundo, vivir de lo que hacía, quería ser el número uno. A los 21 años uno no tiene miedo a soñar, supongo”, comenta. Conoció el éxito demasiado rápido, tal vez demasiado pronto. Firmó con Warner y se zambulló en una espiral en la que no pudo coger el timón de su propia vida, un poco por inexperiencia, otro por ignorancia y un mucho por falta de conciencia de lo que realmente le estaba pasando. “No supe cuidar mi profesión, tendría que haberme cuidado más, estar encima de los míos mucho más y pasó lo que pasó, perdí lo que no me merecía. Lo perdí todo económicamente, perdí mi casa, a mis amigos… No tenía los pies en la tierra. Tenía un pequeño trauma debido a la soledad, a no tener amigos, quería que todos estuvieran conmigo y, obvio, a veces no siempre los que tienes a tu lado son los buenos, los que te dicen las verdades a la cara”, me confiesa sin sentir ya vergüenza alguna.
El éxito tiene un precio
Así aprendió que “Vivir no es sólo respirar” como se titulaba su primer LP, que la vida son unos continuos “Puntos suspensivos” (segundo disco). Viajó a su infancia por las dos ciudades que le vieron nacer y crecer como son Murcia y Melilla en “Melicia” (tercer disco, donde hace un dueto con Malú en la canción “Haces llover”) y en ese no parar de cantar fue “Siendo” su cuarto disco, después de tres años del último. “Necesitaba trabajar como fuera porque necesitaba dinero, tenía que vivir, no podía quedarme de brazos cruzados”, asegura cuando hacemos un repaso por su trayectoria musical. Pero fue con el quinto, “Con los pies en el cielo” cuando no pudo más. “Fue una época tormentosa, no me gustaba el camino que había tomado ni mi vida ni mi carrera. No me gustaba yo”, afirma Diego.
─La industria musical tiene fama de despiadada.
─Hay de todo, sí que es verdad que la industria musical no es como uno se imagina, es muy dura y competitiva. Hay que aprender mucho para saber moverse en esas aguas un tanto turbulentas.
La sinceridad me abruma. Me sorprende que no intente disimular ni camuflar sus errores. Vivimos unos segundos sin palabras. Sin hacer demasiadas preguntas volvemos a retomar la conversación. Me cuenta sobre una mala experiencia en la que se dio cuenta que su don era componer, pero con lo que respecta a tocar, no sabía tocar. Estaba en la cima de la ola y alguien le dijo: tú no sabes tocar. En ese momento Diego Martín se sintió el hombre más pequeño del mundo y “me acomplejé bastante”, dice. “Me cabree con el mundo, con toda la gente, con la vida… al final, me terminé aislando y encerrando en Murcia, en casa de mi abuela, fueron tiempos de introspección, muy duros y a la vez muy enriquecedores”, añade.
Una vez más, Diego, lleno de rabia pero de certezas aprendidas a golpe de decepciones, continuó con el empeño de ser músico desde su pequeño refugio. “Me compré un teclado, libros y libros de acordes, estudie todo lo que pude, en cierto modo me reinventé a golpe de piano y aprendí a tomármelo todo mucho más en serio”, reconoce. Podría haber guardado la guitarra en la funda para no abrirla jamás, pero, por suerte, Diego no es de los que se rinden fácilmente. Está acostumbrado a luchar por sus sueños y, desde otra perspectiva muy distinta, así lo hizo. Puede que no quisiera darle la razón a su padre, quien siempre tuvo dudas de su elección, para él ni el fútbol ni la música eran trabajos serios, “ponte a trabajar que es lo que tienes que hacer”, le dijo en más de una ocasión mirando, como tantos otros padres, por el bien de su hijo. Por eso se sorprendió tanto cuando su hijo sonaba a todas horas en las emisoras de radio.
─Ahora tienes 42 años y sigues cantando, ¿Cómo es el Diego Martín que escuchamos ahora?
─Supongo que he tenido que tragar mucho para llegar a ser quien soy. Ahora las cosas son como yo quiero que sean, soy el dueño de mi carrera, es mi música y son mis canciones. Si fallo, seré yo quien falle, no los demás. Desde hace tres años, que regresé con Javier Tomás, soy una persona totalmente distinta. He buscado mi camino y lo he encontrado. Tengo una creatividad total a la hora de trabajar. Quiero sacar mi música adelante, tengo el corazón contento (risas). Me quedé sin corazón y me encerré, hoy mi corazón está feliz y mucho más despierto.
─Eres consciente de que hay muchos que han sido devorados por la industria, sólo se salvan los inteligentes…
─Mi guerra ha sido no convertirme en un monstruo. Poder mirarme al espejo y reconocerme. Supongo que me ha faltado poco, pero para eso he tenido que creer mucho en mí y dejar de ser un gilipollas.
Que viva el amor… por la interpretación
La inteligencia emocional de Diego Martín no se puede poner en duda, ya no sólo por la forma en la que ha conseguido escaparse del marketing y la presión de la industria musical, también al escuchar cualquiera de sus canciones. Irradian emoción y romanticismo, tanto que consiguió volver a enamorar por segunda vez a la que hoy es su mujer. Algunas autobiográficas, otras inspiradas, pero siempre llenas de vida. Una vida, que según él, está repleta de esperanza por ver crecer a su hijo y disfrutar de las simples cosas rodeado de sus seres queridos.
La esperanza de seguir aprendiendo y descubriéndose a él mismo. Quién le iba a decir que aquel joven inconformista e impaciente lograría revelarse como todo un actor prometedor. Y todo por saber contar bien un chiste.
─¿Cómo que por saber contar chistes llegaste a ser actor?
─(Risas). Pepa Aniorte, una gran amiga y mejor actriz, me invitó un día a una barbacoa en su casa y allí me dio por contar chistes, parece que no lo hice mal. El caso es que a los tres meses me llama y me dice que están haciendo casting para una nueva serie y que buscaban a un actor para el que yo podía dar el perfil. Imagínate. Yo no soy actor, Pepa, le dije, soy cantante. Vente para Madrid, me insistió y allí que fui. Para mi sorpresa, me cogieron.
─Precisamente Nacho, tu personaje en la serie “El Incidente” (Prime Video), no es muy de chistes que digamos. Se trata de un tipo que despierta del coma y que da miedito más bien, de gracioso nada de nada… ¿Cómo lo afrontaste?
─Ya ves como es la vida (risas). Esto me pasa por decir a todo que sí. Cuando llegué al rodaje lo primero que pensé fue ¿qué hago yo aquí, en dónde me he metido? Pero ahí me tenías, me busque un piso en Madrid y me puse a estudiar el guión como un loco. Me di cuenta de que aprendo rápido y soy capaz de adaptarme a las circunstancias. Fue una experiencia increíble.
─Tanto como para repetir, porque hasta hace bien poco te hemos podido ver también en la serie “Acacias 38”, de TVE.
─A mí siempre me ha gustado mucho el cine y cuando surge la oportunidad de hacer algo, no digo que no. Aquí interpreté a Higinio Baeza, un médico, y, de nuevo, me encantó trabajar como actor. La verdad es que todo se lo debo a los consejos de los compañeros y de los directores, no sabes cómo me acogieron. En cierto modo un cantante cuando sale al escenario también interpreta, pero los actores lo hacen casi las 24 horas al día a veces. Les admiro y respeto mucho. Tienen la capacidad camaleónica para transformarse en cuestión de segundos. Me alucina.
Sea a través de sus interpretaciones como actor, en las que ha recibido excelentes críticas, o de sus canciones, Diego Martín lo único que quiere es emocionar al público. Tiene muy claro que para él lo primero es la música, pero siempre se dejará arrastrar por la creatividad allá donde esta le lleve. No le importa que le comparen con Alejandro Sanz, al cual admira profundamente, a él sólo le basta con subirse a un escenario y “que mi música emocione a alguien, que al mirarle a los ojos reconozca que está sintiendo de verdad, conectar con él desde el corazón, por eso escribo desde mi verdad, poniendo mi alma en todo lo que compongo”, asegura.
Y es que Diego ha madurado por la cuerda tensa del Do, Re, Mi, Fa, Sol, La y ha afinado por fin su carrera y su vida con su propia melodía. Es un hombre “muy normal”, como él dice, enamorado de la música y de la vida. Todas las mañanas se levanta con la intención de descubrir un mundo mejor y aprender del silencio que tanto le alimenta. Le gusta recrearse con un atardecer, el olor de la madrugada o del café. Su motor no es otro que la risa inocente de su hijo y la mirada cómplice de la mujer que ama, mientras vive de lo que más le apasiona, la música.