miércoles, abril 23, 2025

“El infinito en un junco”: Irene Vallejo y la historia del libro como resistencia

Por José Agustín Solís

En un tiempo dominado por la velocidad, lo efímero y lo digital, Irene Vallejo propone detenernos y mirar hacia atrás. No por nostalgia, sino para entender de dónde venimos. El infinito en un junco, publicado en 2019 por Ediciones Siruela, no es solo un ensayo sobre la historia del libro. Es también una defensa del conocimiento, de la memoria y de la palabra escrita como refugio frente a la barbarie.

Vallejo, filóloga clásica y divulgadora con un estilo muy propio, construye una obra híbrida: a medio camino entre el ensayo, la crónica histórica, la autobiografía intelectual y la narración poética. Con una prosa envolvente, cargada de sensibilidad y referencias culturales, la autora nos lleva de la mano por un viaje milenario que comienza en el Egipto de los papiros y llega hasta nuestros días.

No es una cronología seca ni un tratado académico. Lo que ofrece Vallejo es un relato vivo, humano, lleno de detalles inesperados, guiños modernos y conexiones que sorprenden. En sus páginas, conviven Alejandro Magno y Harry Potter, la Biblioteca de Alejandría y las bibliotecas escolares, los copistas medievales y las mujeres que leían a escondidas. Todo está unido por un hilo común: la pasión por los libros y por su capacidad de resistir, adaptarse y sobrevivir a todo.

Una historia escrita contra el olvido

El infinito en un junco podría considerarse una historia del libro como objeto. Pero sería quedarse corto. Irene Vallejo va más allá: lo que le interesa no es solo cómo se hicieron los libros, en papiro, pergamino, papel o pantalla, sino por qué seguimos haciéndolos. Qué dice de nosotros esa obsesión por guardar palabras, por fijar ideas en algo físico, por desafiar al tiempo.

Desde los orígenes de la escritura en Mesopotamia hasta el surgimiento del alfabeto griego, la autora recorre momentos clave con una habilidad narrativa poco común. Nos habla de Homero y de cómo la oralidad dio paso a la escritura. De los filósofos que sospechaban del libro como un sustituto de la memoria. De los emperadores que quemaban libros como forma de control. De los que, en cambio, los protegían como tesoros sagrados.

Uno de los grandes logros del libro es mostrar cómo cada avance técnico (el junco, el códice, la imprenta) no solo cambió la forma del libro, sino también el modo de pensar y de vivir. Cada transformación material implicó también una transformación cultural. Y en cada etapa hubo alguien que resistió, que copió, que escondió, que salvó.

Vallejo pone especial énfasis en el papel de los invisibles: copistas anónimos, mujeres lectoras en mundos hostiles, esclavos que memorizaban libros prohibidos, refugiados que cargaban con palabras en lugar de objetos. Hay una dimensión política clara en su relato: leer y escribir no siempre fueron actos libres, y todavía hoy siguen siendo una forma de poder.

Entre lo clásico y lo actual: una obra de conexión

Aunque buena parte del libro se sitúa en la Antigüedad clásica, Vallejo logra que el lector no sienta esa distancia temporal. Al contrario: sus reflexiones sobre los antiguos se conectan constantemente con lo contemporáneo. Habla de las fake news de la Roma imperial, de la censura, de los exilios, del miedo al saber. Y también del placer de leer, de la curiosidad como motor humano, de la literatura como consuelo.

Esa conexión entre lo antiguo y lo moderno es una de las claves del éxito de El infinito en un junco. No es un libro encerrado en el pasado, sino un puente entre tiempos. Irene Vallejo lo escribe desde la emoción, desde su propia historia como lectora. Se nota que no quiere solo informar: quiere contagiar.

De hecho, muchas de las escenas más potentes del libro son personales: la autora enferma, de niña, refugiada en la lectura; su admiración por su padre y su maestro; su recorrido por las librerías de segunda mano o las bibliotecas públicas. Estos pasajes no distraen, sino que humanizan y anclan el relato.

En un mercado editorial saturado de novedades rápidas, El infinito en un junco se convirtió en un fenómeno inesperado. Ganó premios, fue traducido a más de 30 idiomas y alcanzó cifras de venta que pocos ensayos consiguen. Pero más allá del éxito comercial, lo que sorprende es su recepción en públicos muy diversos: desde lectores académicos hasta jóvenes curiosos, pasando por profesores, bibliotecarios, activistas o simples amantes de los libros.

El libro como acto político y emocional

Una de las tesis centrales del ensayo es que el libro no es solo un objeto cultural, sino también político. Cada vez que una sociedad decide invertir en bibliotecas públicas, proteger archivos o facilitar el acceso a la lectura, está haciendo una declaración de principios. Del mismo modo, cada vez que se censura un libro, se persigue a un autor o se impone el olvido, también se define un proyecto de sociedad.

Vallejo, sin ser panfletaria, deja clara su postura: frente al ruido, el libro; frente a la superficialidad, la palabra cuidada; frente al olvido, la memoria compartida. En tiempos de hiperconexión, fake news y algoritmos que lo simplifican todo, apostar por el libro es una forma de resistencia.

Este enfoque cobra aún más fuerza si consideramos que muchas de las batallas contemporáneas siguen girando en torno a la información: quién la produce, quién la controla, quién la conserva. En ese sentido, leer El infinito en un junco es también una forma de tomar conciencia sobre la fragilidad, y la importancia, del conocimiento libre.

¿Qué nos deja esta lectura?

Más allá de su contenido, el libro tiene un estilo muy particular. La prosa de Vallejo es lírica, llena de imágenes, metáforas y asociaciones inesperadas. A veces, incluso se vuelve densa o demasiado ornamentada. Pero en general, ese estilo es parte de su encanto: se nota que está escrito desde el amor por el lenguaje.

Algunos críticos han señalado que el ensayo idealiza demasiado la figura del libro, como si fuera un objeto sagrado. Y es cierto que hay momentos de romanticismo evidente. Pero incluso esa idealización tiene sentido dentro de su propuesta: reivindicar lo que otros han olvidado, devolverle valor a lo que parece anticuado.

Como lectores, El infinito en un junco nos invita a mirar nuestros propios libros de otra manera. A pensar en todo lo que hay detrás de una estantería. En los siglos de historia, los silencios, los sacrificios, los gestos de amor que permitieron que un texto llegara hasta nuestras manos. Nos hace más conscientes, más agradecidos y, quizás, también más responsables.

Una carta de amor que también es una advertencia

El libro de Irene Vallejo no es solo una celebración de la historia de los libros. Es también una advertencia. Nos recuerda que la cultura no está garantizada, que el conocimiento puede perderse, que lo que hoy parece eterno puede desvanecerse si no lo cuidamos.

En esa línea, el ensayo puede leerse como una carta de amor al libro, sí, pero también como una llamada de atención. Porque la historia que cuenta está llena de incendios, saqueos, prohibiciones y exilios. De pérdidas irreparables. Y, sin embargo, también está llena de gestos de esperanza: manos que copiaron, voces que leyeron, ojos que soñaron.

En tiempos inciertos, El infinito en un junco ofrece algo raro: profundidad sin arrogancia, belleza sin pretensión, historia sin nostalgia. Es una invitación a detenernos, a leer, a recordar por qué los libros siguen importando. Y por qué vale la pena luchar para que nunca dejen de hacerlo.

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