lunes, febrero 10, 2025

El patrimonio folclórico y cultural de la Navidad está siendo recuperado con éxito en numerosos pueblos de España

Por Antonio de Lorenzo

En la localidad castellonense de Morella, por ejemplo, se ha retomado la representación de un auto sacramental que se escenificaba desde el siglo XIV. Además, han recuperado las pastorelas, unos regalos ofrecidos al Niño Dios. En tierras castellanas, representaban diversos Autos de Navidad, algunos de los cuales han perdurado en lugares como la villa toledana de Marjaliza o la albaceteña Valdeganga.

En la villa cordobesa de Obejo, la magia navideña se vive de una manera especial: los niños se visten de ángeles y recorren las casas recitando rimas y villancicos mientras piden el aguinaldo. Algunos de los versos populares son:

Dame el aguinaldo,
carita de rosa,
que no tienes cara
de ser tan roñosa.
La campana gorda
de la catedral
se te caerá encima
si no me la das,
y si me la das,
y si me la das:
¡que pases la Pascua
con felicidad!

En los años 50’, uno de los platos más típicos del día de Navidad en la región levantina de Castellón eran los pelotes de Nadal. Este delicioso manjar se preparaba con pan rallado, magro y manteca de cerdo, perejil y piñones, y se añadía al puchero. Era un condimento muy apreciado en las celebraciones navideñas, especialmente para ser degustado tras la misa del gallo y el canto de los albaes.

La tradición del aguinaldo

El origen del término aguinaldo, antiguamente llamado aguilando, proviene del sintagma latino in hoc anno (en este año).

El filósofo, poeta y teólogo francés Pedro Abelardo, conocido como «El enamorado de Eloísa», escribía en la primera mitad del siglo XII sobre una festividad religiosa:

“Qué hermosas son aquellas fiestas que para siempre tienen lugar en la celeste curia. ¡Qué rey, qué palacio, qué descanso, qué alegría aquella!”

Abelardo se refería a la Nochebuena, una celebración cuyo mensaje principal es el de la paz por excelencia. Una paz que, como expresó San Francisco de Asís, «destila del nacimiento de Jesús».

El nacimiento de Jesús vino a sustituir las fiestas paganas

En sus inicios, la Iglesia primitiva consideraba un pecado conmemorar el nacimiento de Jesús, ya que en el mundo antiguo el único cumpleaños celebrado era el del faraón. Sin embargo, con el tiempo, se interesaron por determinar la fecha exacta del nacimiento del Niño Dios, lo que dio lugar a una gran confusión. Se propusieron varias fechas, como el 1 y el 6 de enero, el 25 de marzo y el 20 de mayo.
Estos debates se basaban en lo que relata San Lucas sobre los pastores a quienes el ángel anunció la llegada de Jesús. Según el evangelista, los pastores vigilaban sus rebaños a altas horas de la noche, algo que solo hacían durante el nacimiento de los corderillos, ya que en invierno el ganado solía permanecer estabulado. Finalmente, se escogió el 25 de diciembre para coincidir con las festividades paganas de esa fecha.

La Fiesta del Sol Invicto, instaurada en el año 274 bajo el emperador Aureliano, estaba relacionada con el culto al dios Mitra y desembocó en el Mitraísmo, una religión monoteísta. Para contrarrestar esta celebración popular, la Iglesia decidió ofrecer a sus fieles un motivo alternativo. Así, el nacimiento del Sol Invicto pagano se transformó en el nacimiento del Sol Invicto cristiano: Cristo. Su dies natalis comenzó a celebrarse oficialmente a partir del año 337.

En España, la conexión entre la vigilia de Navidad, conocida como Nochebuena, y las tradiciones populares es abundante. Muchas de estas celebraciones mantenían vínculos con antiguos rituales paganos, lo que motivó que fueran prohibidas en algunos concilios, como el de Trento a mediados del siglo XVI. Sin embargo, estas restricciones teológicas no detuvieron al pueblo, que continuó celebrándolas bajo otras formas y en momentos distintos del año.

Códice de Autos Viejos del siglo XVII

Los Autos de Navidad, como el que se celebra en la villa cacereña de Galisteo desde mediados del siglo XVII, forman parte de una tradición común que tiene su origen en el teatro renacentista, heredero del teatro religioso medieval. Esta tradición persiste de manera destacada en nuestra literatura, como se refleja en el Códice de Autos Viejos. Este códice es una colección de autos religiosos, farsas relacionadas con temas y sentimientos religiosos, representaciones que originalmente tenían lugar en catedrales o claustros, pero que más tarde se trasladaron a los atrios. Finalmente, fueron expulsadas de las iglesias por la degeneración de sus contenidos.

En el siglo XVI, sin embargo, estas representaciones volvieron al interior de las iglesias debido al interés del pueblo por conocer cómo habían ocurrido los hechos narrados desde el púlpito o en los oficios religiosos.

Los autos litúrgicos, como los dedicados a los Reyes, la Asunción de la Virgen, la Semana Santa y la Navidad, eran representados en vivo por gentes del pueblo. Por su parte, las farsas se especializaban en temas sacramentales y eucarísticos. De estas expresiones teatrales derivaron, en los siglos de oro, los Autos Sacramentales, que abordaban los ciclos litúrgicos tradicionales de Navidad y Reyes.

Los temas más importantes giraban en torno a la Epifanía, la Adoración de los Reyes, la Huida de la Sagrada Familia a Egipto, la Circuncisión del Señor, la Entrada de Jesús en Jerusalén, la Resurrección, entre otros.

El término auto proviene del latín autum, una forma neutra del participio pasivo de agere (obrar, hacer, representar). En la Edad Media, designaba obras dramáticas que también se conocían como misterios o moralidades. Estas obras se secularizaron a finales del siglo XIV y, especialmente, en el siglo XV, alcanzando una enorme popularidad.

El rey Carlos III trajo el belén a España desde Nápoles

La representación popular del nacimiento del Señor tiene su origen en el primer belén viviente, creado por San Francisco de Asís a principios del siglo XIII. Este tipo de representaciones tienen raíces en los ciclos litúrgicos de la Alta Edad Media, una época en la que el teatro religioso ocupaba un lugar destacado en las iglesias. Esto se debía a que la mayoría de los fieles no sabían leer y dependían de la iconografía y las dramatizaciones litúrgicas para comprender los misterios de la fe. Por ello, las portadas de los templos medievales estaban adornadas con numerosas figuras, y las ceremonias religiosas a menudo incluían escenificaciones de los acontecimientos bíblicos.

Los primeros belenes no solo representaban el establo con María, José y el burro en vísperas del nacimiento de Jesús, sino también escenas como la posada y la matanza de los inocentes, por su dramatismo y capacidad de impactar a los fieles.

Aunque San Francisco de Asís popularizó esta tradición, su origen era anterior. Él se limitó a reproducirla y darle un nuevo enfoque, sacándola de las iglesias y los claustros conventuales para que cobrara vida. Esto favoreció que el belén llegara a los hogares, especialmente los de la nobleza y la alta burguesía.

En cuanto a su introducción en España, fue el rey Carlos III quien lo trajo desde Nápoles, donde esta tradición ya era muy popular. Sin embargo, el belén ya había sido introducido en Madrid en siglos anteriores.

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