sábado, septiembre 27, 2025

El último lecho

Por Hipólito Pecci

Y al final, ¡todos al hoyo!

Lo único cierto es que sí se nace, se muere.

Sí, ¡sé que es un tema tabú!, aquello de lo que nadie quiere hablar.

En este mundo, priman aspectos tan banales como la búsqueda de la comodidad, en muchos casos sin realizar esfuerzos para ello, la diversión constante, que no está mal, aunque debería dejar hueco, de vez en cuando, a otros temas más trascendentales, o la juventud más allá de los años de esplendor.

La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo ”, diría Enrique Jardiel Poncela (1901-1952).

No hay más que visionar los anuncios de la “tele” para confirmar esa manipulación, ese intento de engatusar al telespectador, el cual, en su candor, aspira a estar a un paso de la lozanía eterna.

Pero las cremas antiedad y los bálsamos potenciadores de la mocedad perenne no hacen milagros. ¡Doy fe!

Y ¡ahí están las Parcas! ¡al acecho!

Las Hilanderas que deciden el destino, las que poseen el poder sobre la vida: Nona, que hila, Decima, aquella que mide el hilo y Morta, la encargada de cortar el hilo con sus tijeras. 

Y finalmente, ¡Sit tibi terra levis! ¡que la tierra te sea leve!, el sueño eterno.

Y para ello ¡que mejor que una buena cama, un buen lecho, que posea un soporte adecuado para ofrecer comodidad!

Podríamos decir que cada uno elige su morada perpetua, si bien, es una afirmación que no es del todo veraz, pues depende de muchos factores, entre ellos, el periodo histórico que a cada cual le ha tocado vivir, el poder adquisitivo, las “modas” existentes en una época concreta, los rituales funerarios, etc.,

No obstante, desde que el “Homo neanderthalensis”, el famoso “Hombre de neandertal”, el cual habitara fundamentalmente el continente europeo entre el 400.000 y el 28.000, dejara evidencias solidas que indican la práctica del enterramiento de sus muertos, tales como la instalación del cadáver en una fosa con acompañamiento de ajuar, hasta la actualidad, se han ido repitiendo diferentes pautas a lo largo de la Historia, fundamentalmente algún tipo de creencia, de certidumbre sobre un posible “más allá”, de cierta existencia tras la muerte.

Pero, no es hasta el Paleolítico Superior, cuando el Homo sapiens desarrolla un universo, una concepción de ideas que permitieran explicar algún tipo de transición hacia una nueva realidad, un nuevo renacimiento.

Los enterramientos, en fosas, abrigos o cuevas, poco a poco, se hacen más numerosos y presentan mayor complejidad, surgiendo inhumaciones, tanto de adultos como de niños, en donde se depositan cierto número de elementos y piezas que conformarían su ajuar funerario, armas, adornos, etc., llegándose a hablar de una diferenciación social incipiente.

Según avanzamos en el tiempo, el ser humano cambia sus hábitos, dado que, gradualmente,  consigue hacerse con el control de plantas y animales, lo que conllevaría una transformación social, abandonando las formas de vida nómadas para crear asentamientos estables, surgiendo esa etapa que conocemos como Neolítico.

Si en las primeras fases se localizan lugares de inhumación en el interior de cuevas, se puede decir que, en este período, ya se constituyeron las primeras necrópolis, aunque, en algunas zonas, los enterramientos, como una forma de seguir teniendo lazos entre vivos y muertos, tendrán lugar bajo los suelos de las casas.

Un factor importante sería el surgimiento de un fenómeno conocido como Megalitismo, basado en una arquitectura encaminada a la erección de construcciones monumentales, cuya extensión sería bastante dilatada en el tiempo, ya que se prolongaría hasta la etapa conocida como Calcolítico, esto es, la Edad del Cobre, e incluso, hasta comienzos de la Edad del Bronce, es decir, en torno a dos mil quinientos años. 

En este contexto, nos encontramos con una construcción en piedra conocida como dolmen, formada por grandes bloques de piedra verticales, y sobre ellos una losa horizontal, cuya función era eminentemente funeraria, enterramientos colectivos reutilizados durante generaciones.

Durante el Calcolítico, la edad del Cobre, los enterramientos, cistas, cuevas, dólmenes etc., podían ser tanto individuales como colectivos, existiendo una adaptación a las condiciones imperantes en los asentamientos, aunque, los primeros, comienzan a ser más comunes, visualizándose la aparición de una sociedad cada vez más jerarquizada.

Sin embargo, más o menos a mediados del III m. a. C., junto a la inhumación se hace muy común otra forma de depositar el cuerpo, esto es, la cremación.

El proceso era bastante simple, se erigía una pira en un espacio abierto, y tras acicalar el cadáver, posiblemente vestido y adornado con sus mejores galas, se le exponía a altas temperaturas, puesto que, los huesos necesitarían, según los especialistas, entre 700 y 1100 grados centígrados.

Pasadas varias horas, cuando el fuego había fenecido y la pira enfriado, se recogían los restos y se introducían en un recipiente cerámico, una urna, que sería depositada en el interior de un receptáculo o una fosa, siendo acompañada del ajuar.

Estas prácticas, tanto inhumación como incineración, se fueron manteniendo en el tiempo, compartiendo algunos rasgos comunes, obviamente, dependiendo de las zonas.

Es así, como nos las encontramos en la antigua Grecia, totalmente impregnadas de un halo de religiosidad, pues una ceremonia adecuada, esto es, preparación del cuerpo, velatorio, la procesión y el acto mismo del sepelio, permitía al alma del difunto marchar al Hades.

Y paralelamente, en Roma, si bien, con dos momentos diferenciados, ya que la cremación era la ceremonia predominante durante la República, siendo paulatinamente sustituida, a partir del siglo II, por el enterramiento.

Según vaya pasando el tiempo, y se expanda el cristianismo, la cremación iría desapareciendo, ya que, por una parte, estaba asociada a costumbres paganas, y por otra, las creencias imperantes basaban en la preservación del cuerpo la resurrección en el Juicio Final, tal como Jesús había resucitado.

No será hasta el siglo XIX, y sobre todo en el XX, cuando la cremación vuelva a hacer acto de presencia.

Las líneas aquí expresadas, no pueden ser más que pequeñas gotas, que ni siquiera empapan los estudios sobre enterramientos y rituales funerarios en la Historia.

Para ello, contamos con una ciencia, la Arqueología de la Muerte, encargada del conocimiento del mundo y de las prácticas funerarias, sepulturas y creencias.

Por lo que respecta a nosotros, sigamos disfrutando de nuestra juventud (la que nos quede), de nuestra madurez, o de nuestra vejez, hasta que las Moiras decidan.

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