Por José Agustín Solís
En un rincón de la historia donde convergen el poder, la fe y el misterio, la película Los dos papas ofrece una mirada fascinante, aunque ficcionada, a uno de los episodios más impactantes del catolicismo moderno: la renuncia del papa Benedicto XVI y el ascenso de Jorge Mario Bergoglio al papado. Dirigida por Fernando Meirelles y escrita por Anthony McCarten, la cinta de Netflix presenta una ficción inspirada en hechos reales, protagonizada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, que encarnan respectivamente a los papas Benedicto y Francisco.
La narrativa se estructura alrededor de un encuentro imaginario entre ambos personajes en Castel Gandolfo, la residencia de verano papal, justo antes de la renuncia de Ratzinger en 2013. En esta conversación ficticia, se enfrentan dos visiones opuestas del mundo y de la Iglesia: la conservadora, representada por Benedicto XVI, y la progresista, por el entonces cardenal argentino. Lo que empieza como un debate cargado de tensión ideológica, se transforma en una especie de reconciliación, donde ambos personajes se humanizan y, simbólicamente, se pasan la estafeta.
Aunque gran parte del atractivo del filme está en este intercambio intelectual y espiritual, muchas de las escenas carecen de sustento histórico. Por ejemplo, no existen pruebas de que Jorge Mario Bergoglio haya viajado a Roma antes del cónclave para conversar con Benedicto. Tampoco hay constancia de cenas informales con pizza y Fanta, ni de confesiones personales entre ambos dentro de la Capilla de las Lágrimas. Sin embargo, Meirelles defiende la veracidad emocional del guion, asegurando que las frases empleadas están extraídas de entrevistas, discursos o escritos de ambos pontífices.
Uno de los puntos fuertes del filme es la recreación del cónclave de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II. En esa ocasión, como refleja la película, Ratzinger era el favorito y fue elegido tras varias rondas de votación. Aunque algunos informes filtrados sugieren que Bergoglio fue el segundo más votado, todo lo que ocurrió dentro de la Capilla Sixtina está rodeado por un estricto voto de secreto. Por tanto, los supuestos lobbies y maquinaciones atribuidos a Ratzinger en la cinta son, en esencia, especulación dramática.
La película también se adentra en la crisis que atravesó la Iglesia católica en los últimos años del pontificado de Benedicto XVI, incluyendo los escándalos financieros del Banco Vaticano y los abusos sexuales encubiertos durante décadas. Uno de los puntos más delicados fue el caso del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, cuya protección por parte del Vaticano generó escándalo internacional. La cinta sugiere que estas crisis socavaron la fe de Benedicto y lo llevaron a su renuncia, algo que, aunque plausible, no ha sido confirmado por fuentes oficiales.
En febrero de 2013, Benedicto XVI anunció en latín su decisión histórica de dejar el trono de San Pedro, alegando «falta de fuerzas». Fue la primera vez en más de 600 años que un pontífice renunciaba. La película plantea que este retiro fue, en parte, un acto de humildad y autoconciencia, y que Ratzinger ve en Bergoglio a su sucesor natural. Esta lectura es coherente con el tono conciliador del filme, pero nuevamente se basa en conjeturas.
En cuanto a la figura de Jorge Bergoglio, la película lo retrata como un hombre humilde, cercano al pueblo y abierto al cambio. Se explora su pasado en Buenos Aires, desde sus años como químico hasta su entrada en la Compañía de Jesús. También se aborda, aunque de forma matizada, su relación con la dictadura militar argentina. El filme sugiere que su actuación durante esos años fue un intento de proteger a sus sacerdotes, aunque esta parte de su historia sigue siendo objeto de debate.
Una de las escenas más criticadas por sectores conservadores es la representación de los dos papas como «arquetipos morales»: Francisco como el papa compasivo y reformista; Benedicto como el dogmático y distante. El diácono Steven Greydanus y otros analistas han señalado que esta dicotomía es simplista y no hace justicia a la complejidad de ambos personajes. Benedicto XVI, por ejemplo, fue uno de los primeros en enfrentarse a los abusos sexuales desde el interior del Vaticano, mientras que Francisco ha recibido críticas por su gestión de casos similares durante su papado.
A pesar de sus licencias creativas, la película ofrece una mirada íntima y entretenida al funcionamiento interno del Vaticano y al choque de visiones dentro de la propia Iglesia. Desde lo estético, la puesta en escena es impecable: desde la recreación digital de la Capilla Sixtina hasta la fotografía de los jardines vaticanos, cada detalle está pensado para transportar al espectador al corazón de Roma. Las actuaciones de Hopkins y Pryce también han sido ampliamente elogiadas, aportando una profundidad emocional que sobrepasa el guion.
A nivel narrativo, el filme funciona como una fábula moderna sobre el poder, el perdón y la transformación personal. La ficción permite imaginar lo que podría haber sucedido entre bambalinas en uno de los momentos más cruciales de la historia reciente de la Iglesia católica. Aunque no todo lo que se muestra ocurrió tal como se cuenta, Los dos papas logra algo más difícil: generar conversación, empatía y reflexión sobre una institución muchas veces opaca y distante.
Al final, la película no pretende ser un documental ni un tratado histórico, sino una representación emocional de una transición papal sin precedentes. En ese sentido, cumple su cometido con eficacia. Invita a mirar más allá de los titulares y los dogmas, y a comprender que, detrás de la sotana blanca, hay también seres humanos enfrentando sus dudas, temores y convicciones.
Los dos papas no buscan decir toda la verdad, pero invita a pensar en ella. Y, para muchos, eso ya es suficiente. Cierra como una película profundamente humana, que mezcla la realidad con la imaginación, la historia con la esperanza, y que, en tiempos de polarización, apuesta por el diálogo como camino de encuentro.