Por Duaa Naciri Chraih
Encender la tele del salón ya no significa lo mismo que hace veinte años. Antes, la televisión era el corazón de la casa: ese lugar donde toda la familia se juntaba después de cenar para ver el informativo, un partido o una serie. Era normal pelearse por el mando, discutir por el canal y comentar cada escena en voz alta. Hoy, esa escena convive con otra muy distinta: plataformas que ofrecen todo a la carta, horarios que ya no existen y generaciones que apenas distinguen entre la pantalla grande del salón y la pequeña que llevamos en el bolsillo. Y la pregunta se hace sola: ¿está muriendo la televisión de toda la vida?
Los datos dicen que algo se está apagando, o por lo menos, cambiando a toda velocidad. Según el último Panel de Hogares de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), casi 9 de cada 10 hogares españoles tienen conexión a Internet, y más del 60% usan a diario plataformas de vídeo bajo demanda como Netflix, HBO Max o Amazon Prime Video. A esto se suma que, por primera vez, el tiempo medio que pasamos viendo la tele de toda la vida ha bajado de las tres horas diarias: ahora ronda los 190 minutos, según cifras de Barlovento Comunicación y Kantar Media. Hace diez años, encender la tele ocupaba fácilmente cuatro horas al día. Hoy, esas horas se reparten entre mil pantallas. Y no es algo que pase solo en España. La European Broadcasting Union (EBU), que reúne a las televisiones públicas de toda Europa, confirma que en solo una década la tele tradicional ha perdido más de una cuarta parte de su audiencia más joven. Mientras tanto, el streaming, YouTube o los vídeos que saltan en redes sociales llenan cada minuto de ocio. Los expertos coinciden: el problema no es la tele como tal, sino que su modelo rígido de horarios fijos y parrillas cerradas encaja cada vez peor con una sociedad que quiere elegir qué ve y cuándo lo ve.
Aun así, hablar de que la televisión está muerta quizá sea pasarse de dramáticos. Lo que pasa es que está obligada a reinventarse. En España, grandes cadenas como RTVE, Atresmedia o Mediaset han lanzado sus propias plataformas a la carta para competir cara a cara con los gigantes del streaming. Y muchos salones ya no distinguen entre tele y ordenador: una Smart TV combina canales, YouTube, Twitch y apps en la misma pantalla. Según Statista, más del 75% de los televisores que se venden en España ya vienen preparados para eso.
Y hay algo que la televisión clásica sigue haciendo mejor que nadie: reunirnos para vivir juntos algo en directo. Para millones de personas, sobre todo mayores de 55, el telediario de la noche sigue siendo la referencia diaria para saber qué pasa en el mundo, según recuerda el último informe del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo. Lo mismo ocurre con finales deportivas, Eurovisión o debates políticos: nada conecta a tanta gente a la vez como encender la tele y compartir reacciones en tiempo real. El streaming puede ofrecer todo, pero todavía no iguala esa sensación de estar viendo lo mismo que tus vecinos, tus padres o tus amigos, todos al mismo tiempo. La tele, en realidad, se está mezclando con todo. Hoy un reality o un talent show no acaba cuando se apaga la emisión: se convierte en fragmentos virales que vuelan por TikTok, se comentan en Twitter y se suben a YouTube para alargar la conversación. La nueva televisión es híbrida: mezcla directo y bajo demanda, combina el sofá con la tablet y convierte la publicidad tradicional en formatos cada vez más creativos para enganchar a públicos que se dispersan en mil ventanas.
El gran reto para las cadenas es seguir interesando a los de siempre sin perder a los que ya no saben lo que es esperar a las nueve para ver una serie. Los expertos en medios coinciden: el futuro pasa por formatos más flexibles, contenidos pensados para todos los dispositivos y la valentía de reinventarse para que la pantalla del salón siga encendiéndose cada noche. La televisión tradicional no se muere: se transforma. Quizá dentro de diez años sigamos encendiendo la tele en el mismo rincón del salón. Quizá el mando siga estando sobre la mesa. Pero todo lo que pasa detrás, cómo se hace, cómo se emite, cómo se comparte ya no volverá a ser igual. Y eso, más que un final, es la prueba de que la televisión aún tiene mucho que contar.