Por Cristina Azofra Besada
La Industria textil tiene una dimensión oscura que no siempre vemos. Cada temporada, los escaparates se renuevan con nuevas colecciones, las prendas a precios bajos nos invitan a comprar y las tendencias cambian a un ritmo desenfrenado. Todo invita a gastar y gastar sustituyendo todo el ropero casi en una temporada. Sin embargo, detrás de esta inmediatez, accesibilidad y despreocupada compra, se esconde un problema grave: Según el Banco Mundial, el sector de la moda a lo largo de toda la cadena de valor (cultivos, fabricación y transporte) es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono y se encuentra entre las industrias más contaminantes del planeta.
El modelo del fast fashion ha transformado la forma en la que consumimos moda, pero a un alto costo. Ha impuesto un ritmo de consumo insostenible, basado en la sobreproducción, la sobreexplotación de recursos hídricos, las bajas condiciones salariales y de empleo de ejércitos de campesinos y operarios y el desperdicio masivo de recursos. El algodón, el lino y otras fibras naturales son producidas de forma intensiva en medios rurales poco desarrollados, mezclados con acrílicos y otros componentes artificiales fabricados con pocas condiciones de salud e higiene y alto riesgo de impacto ambiental. Las prendas viajan después miles de kilómetros hasta llegar a las tiendas, se usan unas pocas veces y, en cuestión de meses, terminan en los vertederos. ¿El resultado? Un daño social y medioambiental irreparable.
Fast fashion: un ciclo vicioso
El fast fashion impulsa un modelo de producción masiva de ropa barata que fomenta el consumo desmedido y el derroche. El ciclo se reproduce una y otra vez: las prendas se fabrican en condiciones laborales precarias, en países con regulaciones laborales mínimas donde los trabajadores son explotados para reducir costos. Los materiales son de poca calidad, tienen escaso gramaje, pero el precio final es bajo. Los precios bajos incentivan compras impulsivas mientras las tendencias cambian rápidamente y convierten la ropa en anticuada en pocos meses, cuando no en semanas. La mayoría de las prendas no se reciclan y acaban en vertederos, y el proceso vuelve a empezar. La agencia de protección del medio ambiente de EE. UU. (EPA) ha calculado que en 2018 se desechó una media de 36 kg de ropa por persona y el 85% de los textiles acabó como residuo urbano. Mientras la industria sigue produciendo sin freno, el impacto ambiental y social se vuelve cada vez más y más alarmante.
El impacto ambiental de la moda rápida
La industria textil es una de las más contaminantes del planeta. No sólo genera emisiones de CO₂ sino que también agota los recursos naturales y destruye la biodiversidad. Un claro ejemplo es el uso excesivo de agua: ¿sabías que producir una sola camiseta de algodón requiere alrededor de 2.700 litros de agua? ¡Sí, sí 2700 litros! El cultivo de algodón devora el 69% del agua utilizada en la fabricación de fibras textiles. Además, en países como Bangladesh, Vietnam e Indonesia, los productos químicos y tintes utilizados en el proceso contaminan ríos y ecosistemas, empeorando la situación.
El costo humano del fast fashion
El impacto del fast fashion va más allá de lo ambiental; también afecta gravemente a las personas. Las cadenas de suministro están altamente fragmentadas y muchas marcas producen en países con regulaciones laborales deficitarias. Como consecuencia, los trabajadores de la industria textil se enfrentan a condiciones de vida y trabajo inaceptables. Los salarios son extremadamente bajos. Por ejemplo, en Bangladesh suponen sólo el 19% del salario mínimo necesario para que una familia satisfaga las necesidades más esenciales, en la India el 26% y, en China, el 46%. Además, las condiciones de trabajo son muchas veces precarias, con largas jornadas, falta de seguridad en las fábricas y, en muchos casos, explotación infantil. La falta de regulación y la extrema pobreza de esos países o regiones hace que sea casi imposible mejorar las condiciones. Sólo los compradores (las marcas de ropa para quienes se producen esas prendas) pueden, realmente, hacer cambiar las cosas. En este sentido, hemos de reconocer los crecientes esfuerzos de las compañías textiles por controlar sus cadenas de suministro, si bien, como ya hemos comentado es bastante difícil por su elevada fragmentación.
Hacia una moda más sostenible: la economía circular
Os preguntaréis, ¿cómo podemos frenar esto? Pues bien, es importante remarcar que para lograr la reducción de emisiones tiene que involucrarse toda la larga cadena de valor. En primer lugar, los proveedores, que producen y procesan las materias primas, mediante la eficiencia energética, el uso de energías renovables, químicos no tóxicos y mejoras tecnológicas. Esto no es fácil, como hemos comentado, el supply chain de la industria es global y está muy fragmentado, lo que dificulta la disciplina y el control; muchos proveedores son pequeños, están en países en desarrollo, lo que complica la implementación de medidas de descarbonización. Las marcas tienen que colaborar aquí porque son responsables de sus cadenas de suministro. En segundo lugar, las marcas directamente. Se trata de buscar nuevos materiales que sean reciclables, de evitar la sobreproducción alargando la vida del producto y, por supuesto, usar energías, transportes y embalajes sostenibles. Esto es más fácil y ya se está haciendo. En tercer lugar, nosotros, los consumidores, que tenemos que convencernos de la necesidad de un consumo responsable.
En este sentido, la economía circular es una buena solución. La circularidad permite desacoplar el crecimiento de los ingresos de las empresas con modelos circulares del crecimiento en el consumo de recursos escasos y limitados. De este modo, no sólo ayuda a la descarbonización (reducción de emisiones) sino que además reduce el impacto en la biodiversidad (disminuyen los residuos y el uso del agua), los dos problemas medioambientales de la industria de la moda.
Cuando hablamos de economía circular en la industria de la moda no nos referimos sólo al reciclaje (un proceso que también consume energía) sino que es un concepto mucho más amplio que abarca todas las formas de alargar la vida del producto. Hablamos de modelos de negocio basados en el “producto como un servicio” (servicios de reutilización del producto (2ª mano), de redistribución (outlets), de economía colaborativa, es decir, más usuarios por producto (alquiler), servicios de mayor uso por usuario (mantenimiento y de reparación en lujo). Plataformas de moda de segunda mano como Vinted, Depop, Zara Pre-Owned, Vestiaire Collective…permiten dar una segunda vida a la ropa, mientras que empresas de alquiler de ropa como Rent the Runway y My Wardrobe HQ, fomentan el concepto de armario compartido lo que reduce la necesidad de producir más.
Cada prenda que eliges tiene un impacto
Otra fórmula es la concienciación del usuario y su exigencia de moda sostenible, que imponga a las marcas producir en condiciones dignas, aunque sea a costa de incrementar los precios y reducir los márgenes empresariales, con el objetivo último de que se produzcan menos nuevas prendas cada año.
Romper con el ciclo del fast fashion es posible: optar por una moda más consciente y responsable está en tus manos.
2 comentarios en “Fast Fashion: el impacto oscuro de la moda y las alternativas sostenibles”
Súper interesante muchas gracias.
Excelente visión de la triste realidad de la fast fashion. Much@s de nosotr@s tenemos prendas de temporadas anteriores q vuelven a la moda con mínimos cambios. Es fácil y divertido reinventar nuestros look reutilizando esas prendas en vez de volver a comprarlas y colaborar en la protección del
medio ambiente, gastar menos y poner nuestro grano de arena para virar la explotación de las personas en esos países pobres. Gracia Cristina A por darnos alternativas.