miércoles, abril 24, 2024

MARÍA ENGRACIA SÁNCHEZ RUIZ: “Si los políticos además fueran psicólogos, tal vez no habría esa falta de contacto con la realidad que perciben los ciudadanos”

Texto: Mar Olmedilla / Fotos: M.E.S.R.

El día que tiene tiempo, que la política se para por unas horas, le gusta ponerse el delantal y encender los fogones para preparar un buen arroz a fuego lento, escuchar a Bruce Springsteen a todo trapo y relajarse pintando el mundo con un poco de color. Ese día es del todo perfecto cuando puede echar a volar su imaginación y escribir historias que espera, tal vez un día, vean la luz. Sin embargo, hay pocos días perfectos cuando se trata de política. Se llama María Engracia Sánchez Ruiz, tiene 52 años,  es madre, esposa, psicóloga y alcaldesa de Ontígola, un pequeño municipio de la provincia de Toledo (Toledo), al que ha decidido entregarle la vida y su tiempo por muchas piedras que encuentre en el camino. Ha aprendido a bailar en aguas turbulentas y a cosechar la paciencia del que cree firmemente en lo que hace y piensa a pesar de las críticas.

Hace 17 años Gracia, como todos la conocen, y su marido Daniel decidieron por fin parar  y conocer un pueblo, Ontígola (Toledo), siempre les había despertado curiosidad. Cada vez que iban a visitar a la familia en Socuéllamos (Ciudad Real) se decían el uno al otro, un día tendríamos que detenernos y ver cómo es Ontígola. Cuenta que cuando lo hicieron “era un día precioso, de esos en los que La Mancha resplandece con sus campos dorados bajo un cielo de azul infinito. Ese mismo día nos enamoramos de Ontígola y nació la idea de trasladarnos a vivir allí”. Estaban cansados de la gran ciudad, su hijo Alejandro tenía un año y miraban al futuro pensando en un mundo mejor donde asentar la familia. En la actualidad Alejandro está en 2º de Bachillerato y, su segunda hija, Alicia, nacida en Ontígola, cursa la ESO. María Engracia Sánchez Ruiz es la alcaldesa y jamás se ha arrepentido de tomar aquella decisión.

A los siete años la familia de Gracia, como tantas otras en aquella época, se marchó de su pueblo natal, Socuéllamos, para instalarse con sus padres en la calle Alcalá, de Madrid. Al principio se sentía como don Quijote sin Rocinante, perdida. “Los mejores recuerdos de mi infancia son de La Mancha, son recuerdos de libertad. De pronto me trasladé a una gran ciudad donde no había horizonte. Estaba acostumbrada a jugar en la calle, a mirar y ver el horizonte, un montón de nubes, contemplar atardeceres… Eso ya no era posible y en Madrid me ahogaba, lo único que veía era el Retiro, fui una afortunada dentro de lo que cabe, y muchos edificios, el cielo era muy pequeño. No paraba de preguntarle a mi madre dónde estaba el horizonte, me pasaba el día quejándome. Me costó adaptarme, la verdad”, reconoce al echar la vista atrás.

Pasó de corretear por las calles de polvo y barro con la cuadrilla a hacerlo en el patio asfaltado del cole, Nuestra Señora de la Almudena, donde además durante tres años fue la única chica. “Vivíamos en el barrio de El Retiro y el colegio era sólo de niños, pero era el más cercano. Crecí entre niños jugando al baloncesto y al fútbol, hacía mucho deporte, fue una etapa muy bonita. Nunca me sentí diferente, sino una más entre tanto chico, uno de ellos era Javier Bardem. Durante esos tres años nunca me sentí discriminada por ser la única niña del cole y estaba tan contenta que después del primer año quise quedarme allí, me daba igual que no hubiera más chicas”, asegura. En sexto de EGB  se acabó aquello de los niños con los niños y las niñas con las niñas y el colegio pasó a ser mixto. Con los años, según fue abandonando la infancia y pasando a la adolescencia, descubrió que “las chicas era más coquetas, no es que yo fuera un chicazo, pero hasta entonces  no me fijaba en cosas como el peinado, la ropa… (risas)”. A pesar de convertirse en una adolescente más presumida, nunca abandonó el atletismo y se matriculó en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma, donde conoció al que hoy es su marido, Daniel, mientras se preparaba para entrar a INEF.  La Gracia atleta, la que parecía una gacela corriendo los 200 metros lisos, sufrió una lesión grave que la obligó a abandonar su meta: “En realidad la vida me ha ido llevando por donde ha querido, supongo que todo ocurre por algo. Tuve que dejar el deporte, fue así como terminé matriculándome en Psicología y descubrí que me encantaba. He trabajado como psicóloga durante treinta años en distintas organizaciones sociales y me siento orgullosa de todo lo que he hecho. Me ha permitido estar en contacto con la realidad y, como terapeuta, tener la oportunidad de trabajar de lleno con problemas tan importantes como la violencia de género, el abuso infantil, el Alzheimer…”, me cuenta en un tono más serio.

¿Acabará alguna vez la violencia de género?

Hemos trabajado mucho por erradicarla, pero me temo que no lo suficiente. No hemos evolucionado como se debería. Tengo la sensación de que estamos hablando mucho de violencia de género, sin embargo no vamos al núcleo del problema, nos quedamos en la superficie. La única esperanza que me queda es que los niños son lo que están realmente asimilando el mensaje, no así los adolescentes. Educación desde que nacen, esa sería la solución. Me temo que hasta dentro de un par de generaciones no empezaremos a ver realmente los resultados.

María Engracia Sánchez Ruiz en el año 2000 diseñó el proyecto contra la Violencia Familiar y en 2007 puso en marcha Dispositivo Itinerante del Menor y la Familia (DIAM), para la Junta de Castilla-La Mancha. Gracia no ha tenido que tomar conciencia política para luchar por los más vulnerables, siempre la ha tenido, está en su ADN. Tal vez por eso, por el querer ayudar o aportar algo a la sociedad y con su experiencia como psicóloga, un buen día se acercó a la agrupación socialista de Ontígola. La Gracia psicóloga tardó muy poco en convertirse en la Gracia política. “Quería hacer algo por los demás, quería seguir haciendo cosas y luchar por ellas, siempre he tenido esa inquietud. En los últimos años había desarrollado mi trabajo para la Junta, diseñado y puesto en marcha proyectos de los que me siento muy orgullosa, pero sentí la necesidad de dar un paso más, por eso me metí en política”. En 2015 aceptó el reto de presentarse a alcaldesa de Ontígola: “era algo diferente, trabajar a nivel social desde otro prisma muy distinto, pero bonito también y que respondía a mi faceta reivindicativa. Fue todo un reto, la verdad, aunque vivía en el pueblo no conocían mi cara. Al final ganamos las elecciones gracias a un pacto con Podemos y Ciudadanos y me convertí en alcaldesa. Nunca pensé ni imaginé que esa primera legislatura iba a ser tan dura”.

En este momento de la conversación temo que su lenguaje se vuelva demasiado político, eso de hablar mucho y decir poco me refiero. Temo que desaparezca la mujer luchadora y apasionada con la que he estado hablando hasta ahora, la que habla sin poner cortapisas ni mirar el reloj porque el tiempo es oro. Una vez más me equivoco, pero necesito saber porqué su entrada en política fue tan dura como asegura. La curiosidad me puede.

¿Por qué dice que la primera legislatura fue tan dura? ¿Por falta de experiencia? ¿Por no ser una nacida en el pueblo?

Fue una legislatura atípica, de coalición con partidos como Podemos y Ciudadanos. Fue muy violenta y agresiva. Me encontré con un ayuntamiento lleno de deudas, al borde de la bancarrota, donde era imposible acometer ningún proyecto, se debían facturas de luz, de los autobuses, se debía más de medio millón de euros… A los cinco meses me presentaron una moción de censura, me quedé sola. Fueron momentos muy duros, me sentí impotente. Pasaron cinco meses hasta que quedó reflejado en la sentencia que se actuó de forma ilegal y que todo se debía a motivos personales.

Podía haber tirado la toalla, ella se había ganado la vida bien siempre sin necesidad de meterse en política, pero no lo hizo debido a su creencia firme de que desde ese pulpito se puede “luchar por mejorar las cosas. La política te da la oportunidad de conseguir cosas que perduren en la sociedad, crear proyectos que cambien la vida o ayuden a mejorarla. Supongo que es lo que llaman el ego del servicio público. No sé, que en el futuro pueda decir ¿ves esto? Pues yo contribuí a hacerlo posible”, explica sin temor a que pueda malinterpretar sus palabras. Cuando alguien habla de ego uno puede pensar en exceso de vanidad o soberbia. En el caso de María Gracia el ego es sinónimo de satisfacción, sentir que ha aportado su pequeño granito de arena para que en el futuro de sus hijos, de todos los hijos, haya esperanza.

¿Usted es consciente que los políticos no están bien vistos en la actualidad? Que si no tienen carisma, que piensan más en ellos que en los ciudadanos… En fin, no tienen muy buena publicidad.

No es de extrañar. Desgraciadamente, en estos momentos los políticos no ayudamos a pacificar una sociedad que está ya de por sí crispada. Estamos normalizando situaciones y mensajes que no pueden darse, no deberían darse. La política es saber hablar, comunicar, negociar, sentarse e intentar avanzar por un bien común, no estar tirándose los tiestos a la cabeza todo el rato. Me exaspera que esto se esté normalizando. ¿Qué ejemplo estamos dando a los ciudadanos? No podemos pedir respeto al vecino cuando nosotros mismos no nos lo tenemos. A veces somos un mal ejemplo, eso me frustra y enfada.

Es usted valiente, en política no es frecuente la autocrítica, más bien les da por tirar balones fuera.

Bueno, también hay que decir que una cosa es la crítica, que siempre es buena, y otra la faltas de respeto. Puedo llegar a entender que se crea que la política se haya denostado en cierto modo, pero lo que no entiendo es que se crucen ciertas barreras. Me estoy refiriendo a los ataques, no ya políticos sino personales, que se hacen por las redes sociales y desde el anonimato. Tampoco se puede olvidar que existe la buena política, no todo ni todos somos malos.

¿Se comprende a los políticos?

(Risas) Parece que resulta difícil, ¿no? Soy alcaldesa de un pueblo de 4.700 vecinos censados, aunque en realidad hay unos 8.000, te puedo hablar políticamente a escala de un pequeño municipio. A nosotros, por lo general, nos juzgan por inacción, es decir, porque creen que no hacemos lo suficiente. Muchas veces están equivocados, los vecinos nunca llegan a saber en realidad los condicionantes a los que nos tenemos que enfrentar en la alcaldía, las restricciones que hay en el derecho administrativo y que nos impiden poder a hacer muchas veces lo que queremos. Intentas explicar que si no se puede hacer más es porque, por ejemplo, no es legal o nos lo impide una ley administrativa, burocrática. Eso no lo entienden, los vecinos quieren ver resultados, no quieren escuchar lo que muchos entienden como excusas.

Sabe que nunca va a gustar a todos, menos siendo política, ¿verdad?

(Risas) Lo asumo, no me importan las críticas, es más, son necesarias para mejorar las cosas, pero también hay ciertos límites que se están sobrepasando, hablo en general. Para dedicarte a la política hay que tener las espaldas muy anchas.

Espaldas anchas, pero sobre todo empatía. Ejercer la política en un pueblo pequeño es muy distinto a una gran ciudad. En Ontígola se conocen todos. Si haces algo mal te lo van a reprochar en la panadería o el mercadillo, si haces algo bien, puede que te ganes el respeto. Eso lleva su tiempo. María Gracia Sánchez Ruiz parece que lo ha conseguido, de vivir una primera legislatura traumática a volver a salir elegida como alcaldesa por mayoría: “En 2015 la gente votó a una siglas, PSOE. En 2019 ha sido muy distinto, la gente no ha votado a unas siglas sino a la persona, ya me conocían, sabían de mi forma de trabajar, son situaciones muy distintas. Ahora las cuentas del ayuntamiento están saneadas, se han estabilizado, poco a poco hemos sacando para adelante proyectos muy necesarios como el campo de fútbol, el hogar del pensionista, las pistas deportivas, el asfaltado de las calles, se ha relanzado el polígono industrial…Falta mucho por hacer como lograr, por ejemplo, una buena red de comunicaciones para Ontígola, entre otras cosas, pero estamos trabajando para seguir avanzando”.

¿Es más fácil o difícil gobernar en un pueblo pequeño que en una gran ciudad?

Es más difícil. Creo que todos deberían pasar primero por la experiencia de gobernar en un pueblo. Aquí no hay tantos medios, te las tienes que apañar como puedes y sin apenas recursos. Estás sólo al frente de todo, sin nadie para ayudarte. La política municipal puede llegar a resultar agotadora. Por ejemplo, debido a los Presupuestos Generales del Estado y la tasa de reposición, en Ontígola no podemos ampliar la plantilla del ayuntamiento y la mitad de la ellos están de baja.

Este último año debido al confinamiento y la pandemia ha sido en los pequeños municipios donde se ha puesto en valor la figura de los alcaldes. Gracia, al igual que otros muchos ediles, ha tenido que demostrar, más que nunca, que su trabajo es ante todo un servicio público. “El trabajo de los alcaldes en la pandemia ha sido bestial –afirma-. Hemos tenido que hacer un seguimiento día a día, las veinticuatro horas, de nuestros convecinos. Hemos ido mucho más allá de nuestras responsabilidades. No he dudado en coger el teléfono y hablar con aquellos que estaban solos, que no tenían a nadie, que no podían ver a sus familiares, hacerles sentir que estaban acompañados y no en soledad, que había alguien que se preocupaba por ellos… Como alcaldesa poner los medios necesarios para que les llegase comida, medicamentos, mascarillas… No nos podíamos olvidar de los más vulnerables”. Tal ha sido su empeño que Protección Civil le otorgó la Medalla de Oro por ir más allá de su deber.

Dice que la María Graciade hoy es “mucho más fuerte que cuando empecé mi andadura política, aunque lo he tenido que pagar caro. Me he dado cuenta de que los cuentos de hadas no existen. Entonces era muy ilusa, pensaba que no había gente mala. Me he tenido que topar con la cruda realidad y aprender”, reconoce la alcaldesa. A pesar de las piedras en el camino sigue creyendo que hay esperanza para una convivencia mejor. Mientras tanto está dispuesta a seguir batallando. En los ratitos libres, María Gracia Sánchez Ruiz sacará tiempo para disfrutar con un paseo por los Montes de Toledo, deleitar a su familia con un pisto manchego, unas exquisitas carrilladas o terminar su segunda novela, en la que se mete de lleno en la piel de una mujer con fibromialgia, su protagonista.

Permítame una última pregunta, ¿los políticos tendrían que ser psicólogos para ser mejores políticos?

(Risas) Sería maravilloso que así fuera. Si los políticos además fueran psicólogos, no habría esa falta de contacto con la realidad que perciben los ciudadanos. Es importante entender y empatizar con la gente que más sufre.

Artículos relacionados

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

logo-diario-mas-noticias
Recibe las  últimas noticias

Suscríbete a nuestra newsletter semanal