jueves, febrero 23, 2023

MARÍA LUISA SAN JOSÉ: “HABRÉ SIDO LA CHICA ESTUPENDA DEL CINE, PERO TAMBIÉN FUI LA MONTADORA DE LA PELÍCULA ‘VIRIDIANA’, DE BUÑUEL”

Texto: Mar Olmedilla/ Fotos: Lucas Abreu, Juanjo Vega y Virginia Luengo.

Hay veces que los focos ciegan de tal manera que no nos permiten ver más allá de la imagen cautivadora que aparece en la pantalla. Algo así ha pasado con María Luisa San José. Una actriz que ha aprendido y ejercido su oficio junto a los más grandes de la escena española, que es historia viva del cine español, pero que, aún hoy, al pronunciar su nombre muchos sólo la recuerdan como la que fuera “la mujer más deseada de España” durante los años 70. Etiqueta que la ha perseguido siempre y con la que ha tenido que cargar, muy a su pesar. Esto nunca la hizo perder su rumbo: ser una actriz buena, en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. Sentarse hablar con ella es perder la noción del tiempo y asistir a toda una lección de profesionalidad, cultura y, por supuesto, sentido del humor.

No es que naciera ya sabiendo que quería ser actriz, pero sí que lo suyo iba a ser cualquier cosa que tuviera relación con el arte y la cultura. Ya a los cinco años, cuando su padre consentía en llevarla algún domingo a escucharle cantar flamenco, ella en vez de quedarse sentada como una buena niña, no podía evitar mover pies y manos para enseguida ponerse a bailar. “Debía tener ya cierta gracia porque los amigos de mi padre le decían esta niña tiene vena artística, deberías llevarla a alguna escuela a que aprenda de verdad”, recuerda con añoranza.

María Luisa es la mayor de tres hermanas que crecieron en la castiza calle Mesón de Paredes, en pleno barrio de Lavapiés. Su madre, María Jesús, a quien también le tiraba mucho “eso del artisteo”, fue la que le inculcó su amor por el cine. “Nos llevaba siempre que podía al cine de Lavapiés, al Olimpia o al de San Cayetano a ver películas en blanco y negro: ‘Ciudadano Kane’, ‘El Tercer Hombre’ o ‘Bienvenido Míster Marshall’… La que más me impactó, creo fue la que más me influyó para dedicarme a esto, fue ‘Trapecio”, con Burt Lancaster y la maravillosa Gina Lollobrigida”. Esta chica de barrio, que estudió en un colegio de monjas, empezó a soñar de esta manera a lo grande y no paró hasta ver hecho realidad su sueño.

“Si a papá le gustaba cantar, a mamá le encantaba recitar y lo hacía muy bien, lo sigue haciendo a sus 90 años –me cuenta llena de orgullo-. Además, era una gran atleta. Se escapaba del colegio para ir a entrenar al circo. Fue Chica Charivari, salía a la pista dando saltos y volteretas para presentar los números al público. Era tal su pasión que, a los 17 años, llegó a casa y les dijo a mis abuelos: me marcho de casa, me voy con el circo”. Obviamente, a su madre le prohibieron cumplir su sueño. “Ha sido su frustración, por eso cuando su hija le salió artista, ella no dudó en animarme y apoyarme”.

Foto: Lucas Abreu

Su madre no sólo la inculcó su amor por el Séptimo Arte, sino también por el deporte. María Luisa San José  ha sido una nadadora de competición, “hacía natación sincronizada y saltos de trampolín”. En la actualidad ya no salta desde el trampolín, pero acude todos los días al gimnasio –hasta la llegada del Covid-, anda mucho y procura estar muy activa.  “Tengo una gran fortaleza física y no quiero perderla, no valgo para estar sentada, siempre tengo que estar haciendo cosas”.

Gracias a un conocido de un conocido de sus padres, a los 17 años empezó a trabajar en los laboratorios Madrid Films, donde aprendió a revelar y montar las películas en blanco y negro. “De no haber sido actriz, hubiera sido montadora, era buena. Me encantaba. Mi paso por el laboratorio me sirvió para  ampliar mi cultura cinematográfica y conocer a mucha gente del cine. Habré sido la chica estupenda del cine –bromea-, pero también fui  la montadora de la película ‘Viridiana’, de Luis Buñuel”.

─Me estás diciendo que “Viridiana”, de Buñuel, ¿es una película montada por María Luisa San José?

─(Risas) Como lo oyes, y otras muchas. Hacia todo el proceso: revelado, positivado y proyección. Una vez que montaba la película, había que proyectarla y ahí me tenías a mí, corriendo por los pasillos de los estudios con las bobinas debajo del brazo para llegar a tiempo. Así conocí a casi todos los directores, claro que ellos apenas se fijaban en mí. Fernando Fernán Gómez, Carlos Saura, Mario Camus… Yo les veía y me decía a mí misma: algún día trabajaré con vosotros, os pongáis como os pongáis, voy a trabajar con vosotros. El tiempo me dio la razón, pasado los años rodé con ellos, fuimos compañeros e incluso amigos. A Fernán Gómez un día le dije tú te acuerdas de aquella chica de las bobinas… No daba crédito.

Foto: Juanjo Vega

De la publicidad al éxito como actriz

Era una simple aspirante a actriz que se ganaba la vida como montadora de películas, pero, María Luisa, la chica de barrio quería más. Durante el descanso de la comida cruzaba la calle y se colaba en Radio Intercontinental, donde se convirtió en becaria como presentadora de concursos y de anuncios. “Lo que quería es que me dieran una oportunidad, que me descubrieran”. Por esa razón, y azuzada por los amigos, se presentó al concurso de la “Casta y la Susana” en la Verbena de la Paloma. Ganó el premio de la Casta. A partir de ahí todo fue rodando poco a poco. Jerónimo Meseguer se convirtió en su representante y su rostro y voz se hicieron muy populares gracias a un contrato publicitario durante tres años con los Estudios Moro, creadores de la Familia Telerín. Comenzó a viajar por todo el país para anunciar turrón El Almendro o La Española, aquella aceituna que era como ninguna. En poco tiempo debutó como actriz con papeles cortos “de extra distinguida”. Uno de los primeros fue una coproducción hispano-francesa, “Hagan juego, señoras”, con José Luis Dibildos de productor. Pero la primera vez que se subió a un escenario lo hizo en el Teatro Maravillas con la comedia “Golfus de Roma”, donde interpretaba a  una esclava. Allí conoció a Luis Sánchez Polac y José Luis Coll, que por entonces, 1965, todavía no habían formado el famoso dúo Tip y Coll.

─Fue empezar y ya no parar, alcanzó su sueño, ser actriz.

─Mi sueño se hizo realidad, sí, pero trabajé muchísimo. Me hice toda la época en blanco y negro de TVE, era la época dorada de los espacios dramáticos. “Estudios 1”, “Hora Once”, series…. Después hice mucho, mucho teatro, y de la mano de las más grandes. Trabajé con Irene Gutiérrez Caba y Jaime Blanch en “Adiós, señorita Ruth”, con la gran Mari Carillo en “La Mamma”. Todo un lujo.

─Y con el éxito la convirtieron en “la mujer más deseada” de España. ¿Cambió mucho su vida?

─No te creas, era una chica muy normal, con los pies en la tierra. En mi familia había una norma sagrada, no creerse más de lo que uno era y ser honesta en lo que hicieras. Además, era muy tímida. Sí, sí, muy tímida, y lo sigo siendo. Era una chica muy mona, la verdad, pero me daba mucha vergüenza que me mirasen por la calle. ¡Si hasta me encogía de hombros y bajaba la cabeza cuando iba por la calle! No fui muy consciente del éxito, hasta mis amigos me regañaban por ser tan ‘normal’, y yo les respondía ¿qué le voy a hacer? ¿No puedo ser normal?

Foto Juanjo Vega

─Pues ser tímida y ser un sex symbol, no son muy compatibles, ¿no?

─Ya (risas), pero así era. Lo de sex symbol no lo busqué, todo lo contrario. Trabajaba mucho en teatro,  pero llegaron los años 70 y con ellos el destape. Fueron años de grandes cambios y de apertura, gracias a Dios, pero nos desnudaron a todas. Cuando digo a todas, es que fue a todas: Concha Velasco, Ana Belén… Era lo que había si queríamos trabajar, pero a ninguna de nosotras -no sé, puede que alguna haya-, pero en general a ninguna nos hacía gracia. Nos tocó defender que sí, que podríamos ser las mujeres ‘estupendas’ de la Transición, como muchos nos encasillaron, pero por encima de todo éramos actrices y con un bagaje muy profesional, no habíamos salido de la nada. Veníamos de aparecer tapadas como monjas en la tele y nos desnudaron, entiendo que eso sorprendiera, pero es injusto que sólo se acuerden de eso. Luchar contra esa etiqueta ha sido tremendo y, aún hoy, tienes que seguir haciéndolo. No hay entrevista que no me lo pregunten.

La actriz dijo basta

Llegó un momento que María Luisa San José se negó a hacer papeles con desnudos. Cada vez que asistía a una rueda de prensa, le entraba pánico. Temía la clásica pregunta de “¿Te desnudas en esta película?”. Muchas veces los compañeros tenían que echarle un capote. A ella le hubiera gustado tener la soltura de su amigo y compañero, Pepe Sacristán. En una ocasión, un periodista le preguntó al actor si no se avergonzaba de hacer las películas que hacía y este le contestó: “Ni tu escribes en el New York Times, ni yo soy Robert Redford”. La actriz se parte de la risa al recordar aquello y enseguida reconoce “cómo me hubiera gustado ser más descarada y soltar alguna fresca de ese tipo, era tan cortada”.

Cuando Carlos Saura la ofreció un papel en “Pajarico” y vio que tenía que enseñar el pecho, le regañó entre bromas, “¿pero tú también?”, le dijo. “Pero no tenía nada que ver, era sólo una escena y muy cuidada, aquello fue arte, pero es que estaba muy harta. La diferencia es que entonces no se sabía fotografiar desnudos y no se cuidaba nada en esas películas”. Se refiere a títulos como “Mi mujer es muy decente, dentro de lo que cabe”, “Más fina que las gallinas”, “Las señoritas de mala compañía”, “Busco amante para un divorcio”, “La mujer es cosa de hombres”… Títulos que hoy en día serían más escandalosos por su nombre que por lo que realmente se enseñaba. “¿Y qué pasaba con las series radiofónicas y los consejos radiofónicos que se lanzaban a las mujeres? Era otra época, sin duda. Vivíamos en un patriarcado absoluto, a las mujeres se nos aconsejaba poco más que si tu marido te pegaba, fueras paciente, le hicieses la cena y le pusieras las zapatillas al llegar a casa para que estuviera feliz”, cuenta con la ironía de la distancia.

María Luisa San José, a pesar de provenir de familia republicana, no tomó conciencia de izquierdas hasta esos años, los últimos coletazos del Franquismo, en el que desde el cine se inició una crítica social que exigía una libertad de expresión y una necesidad del cambio. El productor cinematográfico José Luis Dibildos fue el impulsor de la “Tercera Vía”, un movimiento cultural que la actriz vivió muy directamente junto a Carlos Saura, Mario Camus, Luis García Berlanga o José Antonio Bardem, Pepe Sacristán, Juan Diego, entre otros muchos directores y actores.  Fue la época en que la actriz consiguió el reconocimiento de la profesión con el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo, serían los Goya de hoy, por formar parte del elenco de la película “Los nuevos españoles”. Se llevó el galardón Torre de Hércules a la mejor interpretación dentro del Festival Internacional de Comedia (La Coruña), por su papel en “País S.A.”, dirigida por Antonio Fraguas Forges, con el que también trabajaría en “El Bengador gusticiero y su pastelera madre”. Puso a un país en pie por series como “Tormento”, de Pedro Olea, o la polémica “El Diputado”, de Eloy de la Iglesia, que se ha convertido en todo un clásico de nuestro cine yde la que el año pasado se cumplieron 40 años de su estreno.

Significarse políticamente, ¿le perjudicó de algún modo?

─No. Bueno, cuando detuvieron a varios compañeros, nos manifestamos a las puertas de la cárcel de Carabanchel y se montó una buena. Juan Diego nos dijo a Aurora Bautista y a mí que nos subiéramos en su coche para salir de allí, y la guardia civil nos paró metralleta en mano, creo que nos tomaron por terroristas. Ahora me río, pero estábamos acojonados. Recuerdo que Juan les decía: ‘Se han equivocado. ¿Ustedes saben quién son estas mujeres? Una es Agustina de Aragón y la otra es la sex symbol de España’. Pero ellos no dejaban de apuntarnos con el fusil. Terminamos en la DGS, llegaron telegramas y adhesiones de todo el mundo, hasta Yves Montand, Jean Pierre Léaud, el cardenal Tarancón… Salimos después de ocho horas de los calabozos y había más de 700 personas esperándonos en la calle.

“En los calabozos –sigue recordando- uno de los que nos cacheaban decía ‘ay, señor, ¿y esto cómo lo cuento yo en casa? Ayer estuve en el cine viendo una de sus películas y míreme hoy. Pobre, hombre. Fue todo surrealista, pero pasé miedo. No entendía nada”.

María Luisa San José tiene podría contar mil anécdotas, pero se hace tarde y sería imposible recogerlas en una sola entrevista. Como aquella en la que creó un precedente al ganar una demanda al Grupo Zeta por publicar unas fotos robadas de un desnudo. “Por aquel entonces mi representante era Damián Rabal me propusieron hacer un posado desnudo para Interviú. Yo me negaba a hacerlo, pero Damián me dijo, mira hay mucho sinvergüenza suelto, en cualquier momento, en un rodaje por ejemplo, pueden hacerte una foto y publicarla sin tu permiso. Con un posado, tú lo controlas todo. Al final me convenció. Firmamos un contrato y nos fuimos durante tres días a las dunas de Almería. El fotógrafo era César Lucas, el mejor, y todo estuvo muy, muy cuidado. En el contrato se estipulaba que sólo se podían publicar en Interviú y una sola vez. La sorpresa fue cuando a los siete meses en otra revista del Grupo se publicaron parte de esas fotos, las peores, donde salía con el culo al aire. Los denuncié. Todos me decían estás loca, qué vas a conseguir. Bueno, pues al cabo de un año, cuando menos se esperaba, un juez me dio la razón y tuvieron que indemnizarme por incumplimiento de contrato y deterioro de mi imagen. Fue lo nunca visto. Me indemnizaron con casi un millón de pesetas, para aquellos años era mucho dinero. Lo importante es que se sentó precedente”.

Foto: Virginia Luengo

Siempre mirando al futuro con una sonrisa

Afirma que “una actriz nunca deja de ser actriz” y que, salvo excepciones como Concha Velasco, Carmen Maura y pocas más, “las actrices de edad somos invisibles para los nuevos directores. Siempre me ha pasado lo mismo. Que si eres demasiado joven, que si eres demasiado mayor. No saben dónde colocarte. Ahora, además, en el mercado impera la gente muy joven. Las abuelas de hoy las interpretan mujeres de cuarenta. Eso sí, resulta que con los actores no pasa lo mismo. Hay más papeles para actores mayores que para mujeres”. Es difícil de entender, le digo, que teniendo en su haber infinidades de películas, cientos de obras de teatro interpretadas, series de televisión, una de las voces más evocadoras de la industria, un rostro inolvidable y una mente privilegiada, cómo es posible que no se le explote más. “¿Cómo ocurre en Francia, por ejemplo, con Catherine Deneuve te refieres?», me pregunta. Sí, contesto, o como ocurre con Jaime Blanch, Juan Diego, Pepe Sacristán… “No, sé. Es cierto que en Francia y otros países como Estados Unidos, contar en el reparto con actrices veteranas es algo normal, incluso las ofrecen protagonistas. Se escriben papeles específicamente para ellas y funcionan muy bien. Aquí, no sé, tal vez no se quieran pillar las manos. Es más seguro contar con un rostro joven que ya de antemano es un reclamo seguro para un público joven que consume mucho. No sé, ya me gustaría saberlo”.

 Pero ella está no es Norma Desmond, ni vive el crepúsculo de una diosa. María Luisa San José es nuestra Sharon Stone o Kim Basinger, una mujer plenamente feliz, que disfruta de su tiempo como nadie. Sigue siendo aquella chica de barrio, de espíritu combativo y luchadora hasta la médula. En sus ojos sigue brillando la chispa de la ilusión, contempla con orgullo en el espejo el paso del tiempo y acepta el presente tal y como es, “con los pies en la tierra siempre”. No para quieta ni un momento. Su voz sigue recitando allá donde la reclaman, le encanta ser jurado en festivales de cine, contertulia en charlas sobre el cine español… Pero, sobre todo, vive feliz con su marido, su madre y su perrita en lo que ella define el paraíso, Villafranca del Castillo. “Lo único que echo de menos es viajar. Soy una viajera empedernida, pero ahora con la pandemia es imposible. Eso sí, no dejo de dar caminatas por el campo, hago yoga, leo, y organizo mi vida en cajas. Durante este año he estado ordenando fotos, entrevistas… Me ha servido para hacer un repaso de mi vida. Y he llegado a la conclusión de que soy una privilegiada, he hecho realidad mis sueños. No tengo derecho a quejarme”.

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