jueves, abril 25, 2024

Nápoles y su lógico desorden

Texto: Beatriz Tello

Coches, motos, furgonetas, motocarros, “mira antes de cruzar que van como locos”, más coches, más motos, “mira, allí se ve el Duomo”, turistas, olores, calor, niños corriendo, ancianos sentados al sol o señoras sacando la basura que perdurará días y días si estás en Ferragosto.

Siempre se ha dicho que los españoles y los italianos somos muy parecidos en la forma de comportarnos y de relacionarnos con el resto de las personas. En el sur España los Del Río cantan que Sevilla tiene un color especial; pero en Italia, especialmente en la región de Campania, no necesitan canciones para describir sus calles llenas de gente, las casas de los pueblos pintadas en tonos color pastel ni las melodías que crean con el desparpajo que tienen con su forma de hablar.

Según cuenta la leyenda y la mitología griega, la ciudad de Nápoles se fundó gracias a una historia de amor. Decía el mito que había una joven, llamada Parténope, que era tan hermosa que hasta la diosa Afrodita tenía celos de ella, por lo que decidió castigarla convirtiéndola en un ser mitad pez y mitad mujer. Con el tiempo, la sirena cayó prendada del navegante, Ulises. Estaba tan enamorada de él que, cuando supo que su barco pasaría por el golfo de las sirenas, engañó a sus hermanas para ser la única que fuera a cantarle. Según narra la Odisea, Ulises ya sabía de los poderes sobrenaturales que caracterizaban a estos seres, por lo que mandó a su tripulación que lo ataran al mástil del barco y ordenó a los marineros que se pusieran tapones en los oídos. Parténope decidió acudir a cantar a su amado aun sabiendo que si una sirena le dedicaba una melodía a un mortal y este no caía rendido en su brazos, ella moriría. Al principio, la canción de amor sonó intensa y muy sentida; pero, poco a poco, su voz se fue perdiendo hasta quedar en silencio. Las corrientes marítimas transportaron su cuerpo inerte hasta la orilla del golfo de Nápoles, bañado por el mar Tirreno, donde unos pescadores la encontraron, dieron sepultura y levantaron un templo en su honor. Pero como nunca se halló el cuerpo, una parte de la literatura mitológica sugirió que de su cabeza nació Capodimonte y de su cola Posillipo, barrios históricos de Nápoles. Esta ciudad, que se encuentra a poco más de dos horas y media en avión de Madrid, es la capital de Campania, y la tercera más grande de Italia. Pero Nápoles no se caracteriza por esto, sino por su caos absoluto. Coches, motos, furgonetas, motocarros, “mira antes de cruzar que van como locos”, más coches, más motos, “mira, allí se ve el Duomo”, turistas, olores, calor, niños corriendo, viejos sentados al sol o señoras sacando la basura que perdurará días y días si estás en Ferragosto. Mientras, tocarte los bolsillos y revisar el bolso se convierte en uno de los tics más habituales del viajero, y rezar porque no te atropelle una vespino conducida por un ragazzo sin casco, se convierte en la oración más repetida. A pesar del peligro que tiene pasear por sus callejuelas, recorrer kilómetros y kilómetros con un gelato artiglianale di cioccolato en la mano es uno de los mayores placeres de la vida; al igual que tomarte un café en la Plaza del Plebiscito; eso sí, el café sin hielo, que si no le puede dar un ataque al corazón al camarero por destrozar un espresso.

Pero si ya de por sí Nápoles es un desorden absoluto, en agosto es totalmente indescriptible y maravilloso a la vez. Sí, ellos se van de vacaciones ese mes. Es más que probable que al visitar museos tan destacados como el de Capodimonte haya salas y salas cerradas por falta de personal de vigilancia. Porque si en algo nos ganan los italianos, aparte de en Eurovisión -y a veces en el fútbol-, es en disfrutar de sus días de descanso cuando ellos lo consideran, olvidándose del turista ávido de saber. Pero merece la pena disfrutar del arte que envuelve a la ciudad.

 La luz inunda palacios e iglesias renacentistas y barrocos que conviven con puestos de comida callejera, que desprenden un característico olor a pizza Marguerita, pequeñas tiendas de productos locales y puestos de venta de camisetas de imitación entre las que no puede faltar el 10 de su ídolo. Porque si hay alguien que desata más fervor que San Genaro, el patrón de Nápoles, es Maradona. Los napolitanos tienen dos lugares de culto: el estadio de fútbol que lleva el nombre del jugador argentino y la capilla del Tesoro de San Genaro de la Catedral, donde se conserva una ampolla con sangre del santo, obispo de Benevento hacia el año 305. Según la tradición, el gobernador romano de la ciudad decidió quemarlo por no querer renegar de su fe, pero el cuerpo salió intacto del martirio. Para continuar con el tormento lo lanzó a los leones, que se tumbaron a sus pies como gatos inofensivos; hasta que, finalmente, optó por decapitarlo. La sangre que se derramó en aquel suplicio quedó recogida en una redoma de cristal. Actualmente está seca, pero milagrosamente se licúa tres veces al año. Si no sucede el prodigio, la tradición afirma que se avecina un tiempo de dificultades. Y la última vez que sucedió fue en diciembre de 2020.

Otro de los símbolos de la ciudad es la Capella de Sansevero, construida en el siglo XVI, donde se guarda una verdadera joya artística: el Cristo Velato de Sanmartino. Esta obra dieciochesca representa a un impresionante e inquietante yacente de mármol cubierto con un velo. El exquisito trabajo artístico hace que la tela se adhiera al cuerpo postrado, que parezca casi invisible y totalmente realista. Y si hay algo que no pasa desapercibido es el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, donde se conservan los mosaicos, esculturas y pinturas más valiosas de las ciudades desaparecidas de Pompeya y Herculano; que quedaron sepultados por la lava caída tras la erupción del Vesubio, el volcán que vigila la ciudad de Nápoles. La sala más llamativa para los turistas es la conocida como el Gabinete Secreto, que alberga un surtido de pequeñas piezas de naturaleza erótica. Tras los levantamientos revolucionarios de mediados del siglo XIX esta colección fue censurada porque fue considerada demasiado realista. Más tarde se decidió volver a exponerla al público, pero con la llegada de la dictadura fascista del siglo XX se cerró de nuevo. Ahora la entrada es totalmente libre, aunque los menores de 14 años deben ir acompañados de un adulto durante todo el recorrido por la sala; y cuando estos la visitan no dejan de oírse risitas. Pero no solo podemos encontrar arte en su superficie, sino también en el subsuelo. Debajo de las iglesias, palacios y el farragoso tráfico habitual se encuentra uno de sus tesoros históricos, el llamado Nápoles subterráneo. Bajo nuestros pies, la ciudad se despliega en un laberinto de catacumbas, refugios antiaéreos de la II Guerra Mundial, espacios de investigación científica, una estación sísmica e incluso jardines. Lo más peculiar son los restos de un anfiteatro grecorromano, un antiguo mercado con sus tiendas o los acueductos del siglo IV a.C. Una visita con mucho encanto no apta para las personas claustrofóbicas, ya que en varios pasillos solo permiten el paso de una persona por su estrechez.

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