sábado, abril 20, 2024

Qué esperar (y qué no) de un psicólogo. Mitos que conviene conocer (y desmitificar)

Texto: Belén Picado

“¿Ir a terapia? Perdona, pero no estoy loco”

Es uno de los mitos más extendidos. Nadie se extraña si vas al médico porque te duele el estómago o si te has torcido un tobillo. Sin embargo, en cuanto mencionas que vas al psicólogo los ojos de tu interlocutor se abren de par en par, mientras se pregunta (sin atreverse a decirlo en alto) qué anda mal en tu cabeza. Son muchas las situaciones de la vida diaria por las que acudir a la consulta de un profesional sin necesidad de experimentar un sufrimiento extremo o padecer una enfermedad mental.

Un psicólogo puede ayudarte en áreas muy variadas: desde dificultades para conciliar el sueño hasta problemas de autoestima, pasando por bloqueos provocados por el estrés o duelos debidos a rupturas sentimentales. Incluso si no sufres ningún malestar, puedes beneficiarte mejorando y desarrollando tu autoconocimiento y tu crecimiento personal. Precisamente son las personas que mejor se conocen a sí mismas quienes son capaces de darse cuenta de que tienen un problema y saben cuándo pedir ayuda.

“¿No estarás psicoanalizándome, verdad?” (Durante una charla informal)

No, no estoy psicoanalizándote ni tampoco puedo leerte la mente. Por mucho que me apasione mi profesión, yo también necesito desconectar del trabajo, relajarme y disfrutar de mi tiempo de ocio. Tampoco voy a interpretar tus sueños ni estar atenta a tus lapsus inconscientes para encontrar significados misteriosos. La terapia requiere un entorno tranquilo y seguro que facilite la confidencialidad y en el que el profesional pueda poner en práctica la escucha activa y estar totalmente disponible para el paciente. Además, no todos los psicólogos son psicoanalistas.

“No creo que contarle mi vida a un psicólogo sirva de nada, prefiero desahogarme con un amigo”

En primer lugar, hablar de nuestros problemas puede proporcionarnos alivio, pero no hace que se solucionen. Por otra parte, los amigos pueden proporcionarnos apoyo y comprensión, pero no poseen los conocimientos sobre el comportamiento humano necesarios para desentrañar los bloqueos o dificultades que han originado nuestro malestar ni para elaborar un plan de acción que nos lleve a encontrar la solución. Y su implicación emocional les impedirá ser objetivos.

“Ir al psicólogo consiste en pagar para que te escuchen”

Si bien la escucha activa es indispensable en la consulta, no es el único objetivo del profesional. Antes de que el paciente llegue y después de que se vaya, el psicólogo sigue pendiente del caso preparando las sesiones y los materiales que utilizará, trazando nuevas estrategias para el plan de tratamiento y recabando información que le ayude en su labor.

“Los psicólogos no tienen problemas, ellos siempre saben qué hacer”

Ojalá, pero no. Otro de los mitos sobre psicólogos más socorridos. Es cierto que contamos con más herramientas para lidiar con los reveses del día a día, pero también somos humanos y, como tales, experimentamos las mismas emociones e impulsos que el resto de los mortales. Nosotros también nos enfrentamos a conflictos y situaciones difíciles y dolorosas como un divorcio o la pérdida de un ser querido, por ejemplo.

Justo porque somos conscientes de la importancia de la salud mental, necesitamos ponernos en el asiento del paciente con otros colegas de profesión y no solo cuando tenemos problemas personales que escapan a nuestro control. En el desarrollo de nuestra actividad nos enfrentamos a situaciones realmente duras, como casos de abuso sexual, maltrato o pérdidas muy traumáticas, que provocan emociones difíciles de gestionar y suponen una considerable carga mental. Acudir a terapia con otro psicólogo es un modo de evitar el síndrome burnout y, de paso, nos sirve de supervisión para trabajar dificultades que se pueden estar dando con un paciente.

“No entiendo por qué tengo que hablar de mi infancia si la dificultad la tengo ahora”

Entre los mitos sobre psicólogos este también es habitual. El terapeuta necesita conocer distintas áreas de la vida de la persona que llega a su consulta para comprender el origen de su angustia. Una de esas áreas es la historia del paciente y de las relaciones que ha mantenido a lo largo de su vida con las personas que le han rodeado, especialmente con sus figuras de apego. No se trata tanto de enumerar un recuerdo tras otro, sino de descubrir qué huellas emocionales, mentales e incluso corporales permanecen en el presente.

Muchas veces los problemas actuales no son más que el eco de situaciones no resueltas del pasado y solo trayendo esos asuntos pendientes al “aquí y ahora” podremos solucionarlos y seguir adelante con nuestra vida.

“Ya tomo mi medicación, así que no necesito terapia”

Es tentador pensar que una pastilla acabará con lo que nos aflige, aunque no es tan sencillo. Tomados bajo supervisión médica y para determinadas psicopatologías, los fármacos pueden aliviar los síntomas más molestos (o, en ocasiones, esconderlos). Ahora bien, por sí mismos son insuficientes, pues no ayudan a conocer la causa de la dificultad, qué circunstancias la mantienen o qué hacer para superarla. Al fin y al cabo, el síntoma es solo la punta del iceberg, una alarma que nos indica que algo no marcha bien. En los casos en los que la medicación es necesaria, lo ideal es combinarla con psicoterapia.

“La labor del psicólogo es decirte qué tienes que hacer para solucionar tus problemas”

Un proceso terapéutico requiere la participación activa y el compromiso del paciente. El psicólogo le acompañará en calidad de guía para que pueda ver lo que le preocupa desde otras perspectivas y le ayudará a obtener nuevos recursos y estrategias de afrontamiento… o descubrir los que ya posee. Sin embargo, es el propio paciente quien deberá tomar sus propias decisiones y hacerse responsable de ellas.

Para explicar esto, me gusta mucho la metáfora de los escaladores: Imagina que tu terapeuta y tú sois dos alpinistas y estáis subiendo por montañas distintas, pero cercanas. El terapeuta puede ver una senda que puede ayudarte a alcanzar mejor la cima, pero no porque sea más listo o porque haya subido antes. Lo que ocurre es que desde su posición puede ver cosas que tú aún no alcanzas a divisar desde donde estás. Finalmente, aunque él te indique el camino, eres tú quien tiene que subir la montaña. La ventaja que tiene el psicólogo es la perspectiva y a ti te tocará integrar la información que él te facilita con la que ya tienes para avanzar.

BELÉN PICADO. PSICÓLOGA

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