Texto y Fotos: Valeria Vargas Esquivel
Viajar no solo es una experiencia, nos permite conocer otras culturas y vivir en ambientes distintos a lo que estamos acostumbrados. Vivimos en un mundo culturizado y globalizado, y viajar nos abre las puertas a descubrir otros estilos de vida en cuestión de días. Los lugares turísticos son visitados por millones de personas al año, sin embargo, hay lugares que no suelen recibir tantas visitas debido a problemas sociales, políticos o económicos.
Me inscribí en el viaje de servicio comunitario a Haití con mucha ilusión de ser escogida. Sabía que iba al país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo. Sin embargo, uno nunca llega a imaginarse la magnitud de la situación, hasta que la vive. Desafortunadamente, Haití es una nación que ha sido víctima de desastres naturales, gobernantes corruptos y mucha pobreza. Haití es un lugar que no suele estar en un buen camino, pero su gente es la que construye un ambiente de positivismo y fe que se siente al estar ahí.
Antes que nada, me gustaría aclarar que cada persona tiene experiencias diferentes, y esta fue la mía. Probablemente muchas cosas vividas pasaron debido a que iba en un viaje planeado con anticipación y con mucha seguridad. Sin embargo, si llegue a conocer partes muy necesitadas. Viajé con mi colegio, con un par de profesores y compañeros de clase. El punto principal del viaje era recaudar fondos durante un año y viajar a una escuela, fundada en Haití después del terremoto del año2010, que alcanzó una magnitud de 8.8MW y donde murieron 316.000 personas.
La escuela tenía seguridad, habitaciones y comida para los niños. No todos podían dormir ahí, pero los que vivían más lejos sí. También había varios niños que vivían en la escuela debido a que perdieron a sus familiares en el terremoto. La escuela los alimentaba en las tardes y noches, les daba ropa, agua, medicaciones y educación, todo lo básico que necesitaban. Era un lugar seguro en medio de un mundo caótico, donde no había calles, ni semáforos, ni aceras. Cada uno de los estudiantes que iban tenía que llevar una actividad para que los niños hicieran. Además de esto, les daríamos clases de inglés por 10 días. Los niños ya contaban con un profesor de inglés, nuestras clases se basaban en reforzarlo y enseñarles actividades nuevas.
Fue una de esas experiencias que te cambian la perspectiva de casi todo en la vida. Son cosas tan básicas las que hacen que estos niños estén felices. Las actividades que hicimos eran deportes, manualidades, juegos y hasta cocina. Eran cosas que nosotros vemos como normales, que las hacíamos cuando éramos niños y con frecuencia. Son cosas que se dan por hechas, pero no lo son para todo el mundo. Y esas son las experiencias que nos cambian y nos convierten en mejores personas.
Además del servicio comunitario, nos conocimos mucho. Es una pena que el país tenga zonas tan lindas que probablemente no se van a llegar a conocer. Jamás me hubiera imaginado que subiría una montaña en burro, que visitaría playas y hasta escalaría una catarata. La naturaleza era increíble, nadamos en aguas claras y conocimos a los locales que nos enseñaron sobre sus estilos de vida y cultura. Lo que sí es una pena, es que casi todo está derrumbado, vimos más ruinas que cualquier otra cosa. Debido a los terremotos, su patrimonio se han ido cayendo con el tiempo y desafortunadamente no hay liderazgo ni desarrollo en el país.
Me prometí volver por los niños, por el lugar y por su esencia. Es un lugar que ha pasado por mucho, por desastres e injusticias. Su gente sigue tratando de mantener la fe y las ganas de seguir adelante. Me prometí volver por la impotencia que sentía al irme, porque hay tan poco que podemos hacer por ellos. La impotencia de no poder ayudarlos como quisiera, o de ser capaz de cambiar las cosas. Es uno de esos viajes que estará siempre en mi corazón y que me enseñó más de lo que jamás imaginé.