jueves, marzo 28, 2024

Juan Carlos Calvo. Taxonomía verde: ¿una nueva oportunidad, o un galimatías?

Texto: Juan Carlos Calvo. Abogado Ambientalista

Desde hace un par de meses todos los medios de comunicación se han hecho eco del enardecido debate en torno al concepto de Taxonomía Verde y sus implicaciones en diversos sectores. El debate arrecia, sobre todo, en torno a la consideración de la energía nuclear como uno de los sectores incluidos dentro del ámbito de la taxonomía verde y, precisamente por, según los medios, considerarla como energía renovable o verde.

Pero lo cierto es, a mi juicio, que el debate en torno a este tipo de producción de energía no deja de tener un sesgo completamente ideológico y político cuando, en realidad, si el análisis se realizase con la debida mesura y sentido práctico, nos daríamos cuenta de que, por ahora, es la forma de producir energía eléctrica más barata en cualquiera de los “mix” energéticos que los países contemplan y, adicionalmente, resulta extraordinariamente segura (con seguridad en Occidente) tanto desde el punto de vista tecnológico como ambiental y, en este sentido, baste recordar la ausencia de accidentes relevantes desde el accidente de Chernobyl. Ello no obsta para ser consciente del problema que subyace con la, por ahora, pobre tecnología para gestiones sus residuos.

Y eso, en la coyuntura actual de precios, inflación creciente, fiscalidad asociada, no deja de tener cierta gracia. De hecho, el debate ha vuelto a poner en primera línea para algunos países de la Unión Europea la necesidad de potenciar esta forma de producción de energía con la finalidad, entre otras, de garantizar independencia y suministro energético.

Me parece de todo punto obvio que todas las formas de producir energía deben ser bienvenidas (al menos mientras no llegue en condiciones comerciales y de seguridad la energía de fusión nuclear y, por supuesto, el hidrogeno) en cualquier país, pero también debería reconocerse un elevado grado de practicidad y sentido común en la toma de decisiones a la hora de configurar el mix energético de cada país, o incluso el de la Unión Europea.

No en vano, acertar en una adecuada política energética llevará consigo que la industria dependiente de la energía (tanto la productora como la consumidora, incluyendo a los ciudadanos) constituye un elemento clave para lograr crecimiento y estabilidad en el ámbito económico y las finanzas sostenibles y, por demás, acercarnos cada vez más al ansiado Desarrollo sostenible.

Así las cosas, el debate mediático y político surgido a raíz de la inclusión de la energía nuclear en el ámbito de la Taxonomía Verde, nos debe llevar necesariamente a examinar en qué consiste tal cosa para no llevarnos a error o engaño.

La Taxonomía verde es una derivada necesaria del denominado Pacto Verde de la Unión Europea, es decir está considerada como una herramienta critica para la implementación real del Pacto Verde de la UE específicamente implicada en la financiación del crecimiento sostenible de Europa y cuya influencia se antoja como un pilar fundamental para la determinación de modelos de gestión financiera, económica y legal que nos lleve a fortalecer a la Unión Europea y alcanzar altas cotas de Desarrollo Sostenible. La apuesta, en este sentido, de la Unión Europea es clara y justificada.

El Pacto Verde de la UE es “una nueva estrategia europea de crecimiento económico para lograr una economía circular, competitiva y climáticamente neutra para 2050. Su objetivo fundamental es garantizar que Europa viva y crezca dentro de los límites del planeta y proporcione un futuro sostenible para las generaciones venideras”.

A ello, poco o nada cabe objetar al menos por mi parte. Ahora bien, como todo en el mundo económico y jurídico, a los innegables “pros” que genera este Pacto Verde, le siguen sus correspondientes “contras” y, entre ellos el más destacable es que dará lugar a una proliferación regulatoria que tendrá consecuencias a largo plazo cambiando el modelo de las finanzas actuales y de la forma de entender sectores y modelos de negocio. Se corre el riesgo evidente de que con la proliferación de normas y exigencias derivadas del Pacto Verde, Desarrollo Sostenible, finanzas sostenibles, descarbonización, resiliencia, Economía Circular, ODS, y otras tantos nuevos conceptos que emergen en la actualidad presuntamente ligados todos ellos a lo sostenible, lo ambiental, lo industrial, la forma de movernos (movilidad que… también debe ser sostenible), lo social… etc…que podamos perder de vista la tan necesaria seguridad jurídica y la percepción, al menos por mi parte, de que la libertad es, hoy en día, unos de los bienes jurídicos y derechos más perseguidos, vigilados y controlados que existen, y para los que innumerables gobiernos dedican enormes esfuerzos a través de la regulación de todos los aspectos que acabo de citar.

La híper-regulación puede llevar, sin duda alguna, a que perdamos el norte, a que los juristas tengamos hablar de contradicciones, de excesos, de inseguridad jurídica, perdida de libertad o autonomía para desarrollar empresas y negocios como la consecuencia de querer controlar hasta la última coma de lo que empresas, sectores y ciudadanos podamos hacer para gobernar nuestras vidas, negocios y planeta. O se hace bien, claro y comprensible, o corremos el riesgo de fracasar en la implementación de una idea que debería servir para cohonestar nuestra actividad económica y personal con el Planeta (y digo “Planeta” de manera consciente y meditada porque considero que en realidad no se trata, como se pretende, de una cuestión tan debatida como la del supuesto cambio climático de origen antrópico sino de guardar y conservar el planeta).

La Taxonomía Verde de la Unión Europea ha sido definida por sus creadores como una herramienta central para implementar la visión del Pacto Verde de la UE, específicamente en términos de financiación del crecimiento sostenible y la transición hacia una Europa resiliente al clima.

La Unión Europea crea esta “herramienta” para lograr el objetivo de un crecimiento sostenible articulado sobre un lenguaje común y una definición clara de lo que es ‘sostenible’ y, por consiguiente de lo que no lo es. Por ello, justifica que el plan de acción sobre la financiación del crecimiento sostenible exige la creación de un sistema de clasificación común para las actividades económicas sostenibles, o como ya todo el mundo conoce como una “taxonomía de la UE”.

Por tanto, la Taxonomía Verde de la Unión Europea es un nuevo tipo de sistema o forma de clasificación diseñado para describir lo que se considera una actividad o inversión empresarial como sostenible con la intención de guiar en el buen camino a los inversores y empresarios. En consecuencia, si una actividad comercial o de inversión está alineada con la Taxonomía Verde, se considerará sostenible según el Pacto Verde de la UE y la enorme cantidad de normas que se prevé articularán esa consideración.

El Reglamento sobre taxonomía se publicó en el Diario Oficial de la Unión Europea el 22 de junio de 2020 y entró en vigor el 12 de julio de 2020. El Reglamento de Taxonomía establece seis objetivos medioambientales: (i) Mitigación del cambio climático, (II) Adaptación al cambio climático, (III)El uso sostenible y la protección del agua y los recursos marinos, (IV) La transición a una economía circular, (V) Prevención y control de la contaminación y, (VI) La protección y restauración de la biodiversidad y los ecosistemas

Para lograr el cumplimiento de esos objetivos, el Reglamento encomienda a la Comisión que establezca la lista real de actividades medioambientalmente sostenibles mediante la definición de criterios técnicos de selección para cada objetivo medioambiental elaborados por un Grupo de Expertos para luego reflejar el resultado de sus trabajos en actos delegados.

Y todo ello, además, debe alcanzar una velocidad de desarrollo extremadamente ambiciosa y en que el año 2022 resulta una de sus hitos más relevantes.

En fin, el debate está servido, el camino esta trazado por la Unión Europea y ahora toca interpretar el mapa con las instrucciones básicas con la finalidad de intentar lograr el objetivo y hacerlo, en mi opinión, utilizando bien el conocimiento científico, la tecnología actual y futura y, por supuesto, dentro de los límites de la sana critica, la prudencia, y nuestro ordenamiento jurídico con palmario respecto a las libertades básicas que propiciaron el nacimiento de la Unión Europea para proteger a sus ciudadanos, empresas y, en definitiva el progreso y el bienestar, dejando de un lado oscuros espurios intereses políticos y económicos.

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