viernes, septiembre 26, 2025

Tetuán, un secreto marroquí que brilla en blanco

Por Duaa Naciri Chraih

Entre el Mediterráneo y las montañas del Rif, Tetuán se descubre como una joya luminosa. Una ciudad que respira historia y tradición, pero que también sabe sorprender con sabores, paisajes y experiencias que se quedan grabadas en la memoria

Viajar a Tetuán es entrar en un Marruecos auténtico, sin decorados de postal ni artificios para turistas. Aquí el tiempo parece fluir con calma, como si la vida transcurriera a otro ritmo. La llaman la “paloma blanca” porque sus casas encaladas brillan bajo el sol del norte, pero también porque transmite paz. Basta con pasear por sus calles para sentir una serenidad que invita a dejarse llevar sin prisas, a disfrutar de la hospitalidad de sus habitantes y a impregnarse del ambiente cercano que parece envolver cada rincón de la ciudad; en el corazón de este lugar se encuentra su Medina, reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y entrar en ella es como dar un salto atrás en el tiempo, adentrándose en un laberinto de callejones donde cada esquina guarda un descubrimiento y el aire se llena del olor a pan recién horneado, del aroma especiado del café y del perfume de las montañas de especias que tiñen el paisaje de tonos cálidos, mientras los talleres artesanales continúan latiendo con fuerza, moldeando mosaicos pieza a pieza, trabajando el cuero con paciencia y bordando prendas que mantienen viva la huella andalusí. Aquí no se pasea como en un museo al aire libre, se vive una ciudad que late al ritmo de su gente. Sentarse en un café, pedir un té a la menta y observar las conversaciones animadas, los saludos efusivos o las risas compartidas es la mejor manera de entenderlo.

La gastronomía es otra de las puertas de entrada a la identidad de Tetuán. Sus recetas concentran lo mejor de la tradición marroquí: intensidad en los aromas, equilibrio en los sabores y mucho cariño en la preparación. La pastela de pescado, delicada combinación de marisco, masa ligera y un toque dulce, es casi obligatoria para cualquier visitante. Los tajines de cordero con ciruelas reflejan la importancia de la paciencia en la cocina, en tanto que el cuscús de los viernes va mas allá de lo puramente culinario y se convierte en un ritual capaz de reunir a familias enteras alrededor de la mesa, transformando cada comida en un momento de encuentro y tradición. Para disfrutar de estas experiencias gastronómicas, Tetuán cuenta con restaurantes que se han convertido en auténticas referencias, cada uno con su propio encanto y carácter; El Reducto destaca por ofrecer platos tradicionales servidos en un ambiente elegante y tranquilo, perfecto para quienes buscan autenticidad con un toque de sofisticación, mientras que en Riad Blanco la experiencia se enriquece gracias a un entorno que conserva todo el encanto de los riads andalusíes, creando una atmósfera única donde cada bocado se convierte en un descubrimiento; y en Rahmouni, la tradición se endulza con vitrinas repletas de cuernos de gacela, galletas de almendra y pastelitos de miel, elementos que forman parte inseparable de la identidad tetuaní y que convierten cada visita en un auténtico viaje por los sabores y la cultura de la ciudad. Probarlos es más que un capricho, es participar de una herencia repostera que ha pasado de generación en generación.

Tetuán, sin embargo, no se queda solo en lo local. Para quienes deseen variar, ofrece opciones internacionales que sorprenden. En Little Mama, por ejemplo, la pasta y las pizzas italianas tienen un lugar destacado; en Fuji Wara se pueden degustar sushi y especialidades japonesas; y en La Maymana se combinan recetas marroquíes con guiños internacionales en un ambiente acogedor. Así, el visitante puede recorrer el mundo sin salir de la ciudad, siempre con la misma hospitalidad de fondo.

Entre las experiencias más arraigadas está la visita al hammam, una tradición que sigue siendo parte de la vida diaria. El Hammam Ouetia es uno de los más auténticos: vapor envolvente, exfoliación con guante de kessa y masajes que devuelven ligereza al cuerpo. El ritual del hammam es una tradición que los locales han conservado durante siglos y que conecta con la esencia del bienestar marroquí, ofreciendo un espacio donde cuerpo y mente se relajan en un entorno cargado de historia; para quienes buscan una experiencia más moderna y lujosa, lugares como Tamuda Spa o Hamam & Spa combinan la tradición con servicios exclusivos que hacen de la visita un momento de cuidado completo. Y si lo que se desea es llevarse un recuerdo con un toque artístico, la aplicación de henna en manos y pies sigue siendo una costumbre que perdura, decorando la piel con motivos llenos de simbolismo y herencia cultural.

La naturaleza también forma parte esencial de la experiencia tetuaní. Muy cerca de la ciudad, el Mediterráneo ofrece playas tranquilas como las de Cabo Negro o Rincón (Mdiq), perfectas para caminar descalzo, sumergirse en aguas cristalinas o simplemente dejarse llevar por la brisa marina; y cuando llega la tarde, pocos momentos pueden igualar la magia de contemplar el atardecer desde la colina de Dersa, donde el blanco de la ciudad se funde con los tonos naranjas del cielo, dejando una estampa que se queda grabada en la memoria.

El patrimonio cultural de Tetuán merece también una mención especial. El Museo Arqueológico conserva piezas que recorren siglos de historia, desde restos romanos hasta los ecos de la influencia andalusí, mientras que el Palacio Real, aunque no pueda visitarse por dentro, impresiona por su majestuosidad vista desde el exterior; y la Plaza Hassan II, siempre llena de vida, se convierte en el mejor escenario para observar el pulso de la ciudad, entre cafés, comercios y el constante ir y venir de sus habitantes, mostrando la mezcla perfecta entre tradición y vida cotidiana.

Si se dispone de más tiempo, las montañas del Rif completan la visita con paisajes de serenidad y senderos que invitan a desconectar. Los pueblos parecen detenidos en otra época y transmiten una calma difícil de encontrar en otros lugares. Y, a poco más de una hora, aparece Chefchaouen, la célebre ciudad azul, que contrasta de forma fascinante con el blanco luminoso de Tetuán y que añade un nuevo colorido a la experiencia del norte marroquí.

Pero lo que de verdad marca al visitante no son solo sus monumentos ni sus paisajes. Lo más inolvidable de Tetuán es su gente. Los tetuaníes son hospitalarios por naturaleza. Una charla espontánea en la calle, una recomendación sincera sobre dónde comer o incluso una invitación a probar un dulce casero bastan para entender que aquí la calidez humana es parte del patrimonio, tan valiosa como cualquier edificio o playa. Tetuán no necesita grandes adornos para conquistar a quienes la visitan, porque su verdadero encanto se encuentra en lo cotidiano: en un callejón silencioso que invita a perderse, en el aroma envolvente de un tajín recién hecho, en el vapor cálido de un hammam tradicional o en un atardecer que tiñe de magia las fachadas encaladas; es una ciudad que se descubre sin prisas, que pide ser vivida con calma y que siempre deja la sensación de haber encontrado un rincón genuino y sincero en el corazón del norte de Marruecos.

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