domingo, abril 28, 2024

¿Tiene la amistad fecha de caducidad?

Por Paula Calas

Hoy por fin, después de casi seis meses, hemos conseguido quedar, vernos y ponernos al día, que falta hacía. Cuadrar una tarde de café con los amigos y amigas es complicado, pero con un poco de esfuerzo se consigue. Cuando nos hemos encontrado ha sido como que hubieran pasado mil años, todos hablando a la vez, abrazos, besos, piropos… y alguna mala cara, no os voy a mentir. ¿Qué le pasa a la amistad después de 30 años? porque algo le pasa, nada vuelve a ser igual que antes. Todos me diréis que los años pasan, que nuestras prioridades cambian y que la vida nos pone en otro lugar, a veces muy lejos de los que hace 30 años era lo más importante. Puede ser, pero el sentimiento de tener, querer y necesitar a un amigo o amiga debería ser eterno. Los problemas no son los mismos que cuando teníamos 18 o 20 años, pero nos siguen pasando cosas que contar, miedos que compartir y, sobre todo, la necesidad de confiar en ese alguien con el que tantas veces lloramos y reímos. ¿Qué hemos perdido por el camino? ¿la confianza? ¿la necesidad? Creo que hemos perdido las ganas, estoy segura, porque si no hay ganas, todo se va a la mierda.

Me toca sentarme entre Daniel y Carla, no es el sitio que más me apetecía, pero he tenido que ir al baño, y a la vuelta, ya estaban todos acoplados alrededor de la mesa. La próxima vez me vengo meada de casa. Entonces empiezan las miradas, nos ponemos en posición de observación para ver cuanto hemos envejecido, cuanto hemos engordado y, sobre todo, si los chicos se están quedando calvos. Casi todos hemos cumplido los 50, pero es verdad que no a todos nos ha sentado igual, yo creo que la vida trata de diferente manera según el trabajo que tengas y la pasta que ganes, eso se nota, y, si tienes hijos o no. No penseis que estoy cayendo en mitos o esterotipos, es la cruda realidad. Por ejemplo, Carla, es abogada y soltera, se le nota muchísimo que vive sola, su ropa está perfectamente planchada y no se la ha comprado en el Primark, ya os lo digo yo. Por como lleva el pelo, me arriesgaría a decir que se ha pasado toda la mañana en la peluquería y lleva las uñas hechas, en resumen, va «perfecta». No recuerdo la última vez que pude ir a la peluquería a pasar la mañana y ¿hacerme las uñas?, desde mi boda, y ya han pasado más de quince años. Sé que está muy bien lo de cuidarse y esas cosas, pero a algunas nos falta tiempo, qué le vamos a hacer.

Lo opuesto a Carla podría ser yo, pero también lo es Marta, tiene dos niños, gemelos, y aunque ya han superado los diez años aún pesa el haber tenido dos a la vez. Ella es una mujer «impresionante», tanto físicamente como a nivel intelectual, y además es una gran persona. Es pediatra en un hospital de la capital y se casó con el amor de su vida, Mario, al que conoció en el instituto y con el que, más tarde, estudió en la facultad de medicina. La observo durante un instante, no ha cambiado nada, la sonrío y me devuelve la sonrisa, para después señalarme con la cabeza a Daniel.

Marta y yo hablamos ayer por teléfono, estuvimos casi una hora al móvil, teníamos que prepararnos para la quedada de hoy, y, salió el tema de la separación de Daniel, de la que yo no tenía ni idea. Así que, decidí preguntarle directamente cómo estaba. No sé muy bien como interpretar su primera mirada, quizás debí ser un poco más sutil, pero no me gusta dar vueltas a lo que quiero saber, pregunto y punto. «Llevábamos dos meses muy malos«, me contesta sin mirarme, ¿perdona?, ¡si lleváis cuatro meses casados! No me lo puedo creer, necesito imitar el emoji del whatsapps, ese que tiene la mano en la frente. «Estoy muy jodido«, añade poniendo su mano en mi muslo. Uyyy, pues a mi no me mires, ya pasó la época de ayudar sexualmente a un amigo para olvidar el mal de amores. Marta nos está mirando fijamente, no parece muy sorprendida con la situación, pero yo si lo estoy. A ver, que Daniel y yo fuéramos folla-amigos hace veinte años, no significa que me vaya a acostar con él a estas alturas de mi vida, no soy la persona indicada. «Lo siento mucho Dani» le digo con voz apenada y añado: «No vamos a echar un polvo, así que, quita tu mano de mi pierna«. Los minutos posteriores fueron algo tensos, fue cuando me di al gin-tonic como si no hubiera mañana. Mientras saboreaba mi segunda copa quise preguntarle si había una tercera persona por el medio, pero conté hasta diez antes de abrir la boca, ¿Qué coño? tengo que preguntar. «Oye Daniel, ¿hay una tercera persona?» dije. Se volvió hacia mi y de su boca salió un suspiro. «No, no nos hemos puesto los cuernos, si es lo que quieres saber«, contestó tajante. Creo que sonreí, porque por su cara supe que uno de los dos había metido a alguien en la cama. «¿Porqué coño sonríes? ¿te hace gracia lo que me está pasando?» me dijo en un tono bastante alto. No contesté, no me iba a poner a discutir y mucho menos reprocharle que me estaba mintiendo.

Hace unos años Daniel no me hubiera hablado así, no se hubiera puesto a la defensiva, simplemente me hubiera contado la verdad, habría confiado en mi. Pero ahora ya nada es como antes, quizás hemos perdido la complicidad y no nos hace falta ser sinceros, mejor aparentar que todo está bien y contar lo mínimo de nuestras vidas. Vuelvo a mirar a Daniel y recuerdo todos los momentos que vivimos juntos, las noches de cervezas en el coche, las risas y las lágrimas después de alguna ruptura, todo parece nublado y muy muy lejano.

Los años nos hacen cambiar, para bien o para mal, nos cambian. Ya no somos unos adolescentes que buscaban divertirse, ya no somos esos chavales y chavalas a los que todo les parecía muy fácil, ahora somos adultos con problemas de adultos. Esa confianza que teníamos se quedó por el camino, ahora ya no podemos decirnos las cosas sin pensarlas porque pueden doler y mucho, todo ha cambiado. Por un momento miro a mi alrededor y es como si no los reconociera, como si mis amigos fueran otras personas completamente diferentes. Ya no hablamos de amor, ni de sexo, ya no hablamos de sentimientos, simplemente hablamos, y lo hacemos sin mirarnos a los ojos, porque parece que ya no tenemos nada en común. En el camino de la vida han surgido nuevos amigos, amigos con los que compartimos el presente y que nada tienen que ver con nuestro pasado. Gente completamente diferente a nosotros, pero que, sin embargo, están ahí para casi todo. Ya no tenemos veinte años, tenemos cincuenta, y aún así sentimos miedo al pensar que ya nada será como antes, que el tiempo vivido no volverá y que, posiblemente, esos amigos irán desapareciendo de nuestra vida sin hacer ruido, igual que cuando llegaron.

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