Texto: Mar Olmedilla / Fotos: V.A. /M.O.
“Por mí y por todos mis compañeros”, este es su grito de guerra durante toda esta pandemia. No está jugando al rescate, se trata de algo más serio. Lo que en realidad quiere rescatar es la dignidad y el respeto hacia su profesión: la enfermería. Durante estos meses se ha convertido en el rostro y la voz de un oficio al que considera se está ninguneando y al que no se valora en su justa medida. A estas alturas ya no le valen las buenas palabras, aunque también ha sido víctima de numerosos insultos, ni que en los titulares les tilden de héroes. Se llama Víctor Aparicio, trabaja como enfermera de UCI en el hospital Gregorio Marañón y en estos momentos se encuentra solo frente al peligro. Dice que en su casa, en el hospital, en la que prácticamente se ha criado y ha crecido como enfermera y como persona, le están castigando por abrir demasiado la boca y exigir, ni más ni menos, lo que les corresponde. ¿Cómo se entiende que ahora quieran suspenderlo de empleo y sueldo? Todavía no se ha dicho la última palabra, faltan diez días para ello. Así es la vida de una enfermera –no, no me confundo, a los hombres se les nombra también en femenino ya que es una profesión donde más del 80 por ciento son mujeres-, que ha pasado de ser de una princesa de Asturias a “villana”.
Luce ojeras, una mirada triste y su voz baila entre la risa y el llanto, como su estado de ánimo. Aún así, Víctor Aparicio me abre la puerta de su casa regalándome una sonrisa y abriéndome sus brazos tatuados. No es la primera vez que le visito durante la pandemia, ni que le entrevisto, pero sí la primera en la que le siento más decepcionado. Intuyo que es consecuencia del desgaste tras quince meses en lucha contra la Administración Pública. “No sé qué buscan con la investigación que me han abierto, no tiene sentido. ¿Acaso buscan suspenderme de empleo y sueldo? ¿De verdad he sido tan mal profesional que después de este año merezco ser investigado y castigado?”, se desahoga conmigo para explicarme el por qué de su decepción. Le entiendo, sé que en el hospital Gregorio Marañón ha vivido los mejores años de su vida, allí ha creado una familia propia, por eso no es de extrañar que esté dolido.
Entrar en su mundo es entrar en un rincón lleno de luz, color y superhéroes como el Capitán América. Todo está impoluto, ordenado y en su sitio, claro reflejo de una personalidad metódica y disciplinada, “defecto profesional”, bromea mientras nos acomodamos en el sofá. Frente a nosotros unas preciosas vistas de Madrid al atardecer. Su ciudad, la villa que le vio nacer y en la que siempre se ha imaginado paseando por sus tejados como buen gato que es de varias generaciones. Será por eso que le gustan tanto las acrobacias, algo que ejerce con gran habilidad. Las practica desde hace mucho por afición, aunque durante este año también las ha convertido en su método de relajación.
En esta ocasión quiero conocer algo más de este hombre. Víctor Aparicio no ha cesado de convocar manifestaciones y denunciar la verdadera situación en la que se encuentran las enfermeras mientras que arriesgan sus vidas para salvar las de otros. En pocos minutos descubro a un hombre vulnerable, más en estos momentos que su cuerpo no le responde como él quisiera y como tantas otras veces, pero con la mente muy clara. Tal vez más clara que nunca. Ahora que por fin el lobo le ha enseñado las orejas, sabe muy bien quién está a su lado y con quién puede contar a la hora de la verdad. “Todos los que me entrevistáis me hacéis siempre la misma pregunta: ¿con qué o quién te quedas de todo lo vivido bajo el terror del virus? A ti te voy a decir lo mismo que a tus compañeros, me quedo conmigo mismo, con todo lo que he aprendido, lo bueno y lo malo, que ha sido mucho. Yo sí he aprendido, es muy triste que hayan personas o compañeros que no hayan querido aprender de todo lo que estamos viviendo”, dice sin temblarle la voz.
Desde pequeño no le ha quedado otra que aprender a marchas forzadas, a superar miedos e inseguridades, a saltar en triple salto mortal al vacío sin red. “Mido 1,64 cm, soy maricón y enfermera, ¿qué más se puede pedir? Lo tengo para que nadie me lo ponga fácil en esta vida -dice sin tapujos-. A mí me ha tocado pelear por cosas que mis hermanos, por ejemplo, nunca han tenido que hacerlo como es darse la mano o un beso con tu marido en plena calle”. De niño soñó con ser artista, después abrió su abanico de posibilidades y a los 13 tenía que ser artista o enfermera, pero terminó matriculándose en Derecho. Estaba estudiando ya cuarto de carrera cuando por fin se atrevió a luchar por lo que en realidad deseaba y anhelaba, ser enfermera. “Un día, faltando apenas un año para que me licenciase como abogado, decidí que la vida era demasiado corta como para perder el tiempo en algo que no me gustaba en realidad. Estudié Derecho condicionado por mi entorno si soy sincero. Bien, pues llegado el momento senté a mis padres y les comuniqué mi decisión: dejo Derecho y voy a estudiar Enfermería. Imagínate, en casa eso de ser artista no estaba muy bien visto, pero lo de ser enfermera no mucho más, era una profesión de mujeres o de maricones”, recuerda ahora con normalidad.
Dicho y hecho, se matriculó en la Universidad, terminó los cuatro años de carrera con buenas notas, después los dos años de especialización, luego vinieron distintos cursos y todavía, al día de hoy, después de trece años ejerciendo como enfermera de UCI, no ha dejado de estudiar y prepararse. “Es hora de que este país deje de hacer alusión a nuestra vocación y se centre en nuestra formación como ya se hace a nivel internacional Esta no es una carrera de relleno, ni secundaria, pero eso hay mucha gente que parece que no lo sabe y nos juzgan desde la ignorancia. De hecho, en mi época para acceder a la universidad de Enfermería te exigían una nota altísima. Junto con Telecomunicaciones y Fisioterapia era una de las carreras más inaccesibles que había. Nuestros expedientes son brillantes, por eso no entiendo en qué momento mi profesión bajó de rango por decirlo de alguna manera. Es como si hubiera perdido carácter, amor propio y dignidad en cierto modo. Estoy harto de que se quiera vender como una profesión vocacional y de gente bondadosa. No, señores. Hay muchas enfermeras que no son vocacionales, ni siquiera les gusta su trabajo, pero son grandísimos profesionales que saben hacer su trabajo a la perfección. No somos voluntarios, somos trabajadores muy especializados y, al igual que el resto, tenemos nuestros derechos”, insiste para aclarar que no se puede confundir a las enfermeras con hermanitas de la caridad.
Eso no quiere decir que no ame por encima de todo su trabajo, quiere que esto lo deje bien reflejado en la entrevista. Que sí que tiene que gustarte lo que haces, de acuerdo, pero como sería lo lógico para todos sea el trabajo que sea. Admite que tiene una parte de sacrificio porque exige mucha dedicación, porque hay una pérdida de libertad, sobre todo cuando eres joven y lo que más desearías es irte de fiesta a ligar o de viaje. Que es una profesión en la que tienes que estar muy preparado para saber gestionar las emociones ya que son testigos de la parte más oscura de la vida, esa que está llena de dolor, enfermedad y tristeza. Pero para todo ello hay que ser, por encima de todo, grandes profesionales no personas con vocación simplemente. Personas que no se hunden ante situaciones críticas, con una gran rapidez mental para buscar soluciones y no colapsarse. Tienen tal templanza que su ritmo cardiaco no se acelera cuando se puede perder una vida en cuestión de segundos. Pero son humanos y esta pandemia, día a día, semana a semana, mes a mes, también ha dejado una huella imborrable en ellos.
Habla con vehemencia, pero en realidad más que vehemencia es pasión por su oficio. A muchos les puede parecer que está enfadado, pero no es cierto, ya no tiene tiempo para el enfado. Le ha costado dominar la rabia ante las injusticias, pero lo ha logrado. “Desde hace mucho tiempo –continua Víctor– las enfermeras hemos sido muy valoradas y reclamadas en toda Europa, no pasa lo mismo en nuestro país sin embargo. Aquí se ha edulcorado nuestra profesión en cierto modo. Se ha vendido la imagen de que tenemos un gran espíritu de sacrificio, que lo nuestro es cien por cien vocacional y todo eso. Tal vez parte de la culpa la tengamos nosotras, nos habíamos vuelto muy sumisas, no limitábamos a trabajar y a no decir esta boca es mía. ¿Qué ha pasado ahora? Que por fin hemos levantado la voz para denunciar una situación precaria en nuestros puestos de trabajo y eso no ha gustado. Esto no sólo ha sido a raíz de la pandemia, eh, que ya nos veníamos quejando de antes, lo que pasa que ahora nuestra protesta se ha hecho más evidente”.
Le pregunto qué interés puede haber por vender esa imagen peliculera de las enfermeras, no tarda ni un segundo en contestarme, lo tiene muy claro: “Tienen temor a que la Enfermería sea consciente del valor que tiene en realidad. Nosotras somos el sostén de la Sanidad Pública. Para que me entiendas, déjame que recree una situación extrema. Un hospital puede estar un día entero sin médicos, sin auxiliares, sin limpiadoras, sin celadores, que saldría adelante dentro de las malas, pero no ocurriría lo mismo sin nosotras. Sin enfermeras, ni media hora podría estar. Al fin y al cabo nosotras estamos capacitadas para cuidar y atender a los pacientes, para trasladarlos, para limpiar el suelo si es necesario, somos el mejor de los comodines. Estamos hipercualificadas y somos extremadamente resolutivas”.
En el cielo se mezclan naranjas y violetas. La luna empieza a levantar su falda, en poco más de una hora y media se encenderá el firmamento. Víctor calla por unos minutos. Se levanta sin decir nada, trae unos refrescos y se queda contemplando la ciudad. De pronto se me queda mirando y me dice: “Sé que a muchos les gustaría que me marchase, que tirase la toalla, que dejara de molestar. Están jugando conmigo al desgaste porque creen que van a vencer, pero se equivocan. Tengo todo el tiempo del mundo para luchar y por mucho que se empeñen, no me voy a callar. Yo siento mucho mi profesión y no me van a quitar lo que yo siento. Ya está bien de usar la vocación como medio de explotación. Tenemos muchas responsabilidad dentro de la Sanidad y no me da vergüenza exigir que se me pague lo que me corresponde”.
Admiro su firmeza, pero le pregunto si realmente le merece la pena tanta lucha. Tiene 40 años y todavía podría reinventarse. Le invito a repasar las últimas cifras arrojadas por Sanidad sobre la situación de la Enfermería en estos momentos. Un 50 por ciento ha pensado en abandonar, un 63 por ciento no se siente representado por sus superiores, un 27 por ciento ha sentido rechazo a su trabajo y casi un 50 por ciento sufre algún trastorno mental a consecuencia del coronavirus, son esas huellas invisibles que no se ven a simple vista. Por otro lado, si comparamos su situación con la de sus colegas europeos, aquí están en clara desventaja. En Europa hay 14 enfermeras por personas, en España 5,8 por persona. Es evidente que hay un déficit de 100.000 enfermeras en nuestro país si comparamos. “Es cierto, por muchos motivos, no sólo de salud, en estos momentos nuestra Sanidad está enferma, está en shock postraumático, como yo y muchos compañeros, ¿por qué ocultarlo?”.
Me habla de la perdida de ilusión, de insomnio, de ansiedad, de los cambios repentinos de humor, de irascibilidad, de la pérdida de paciencia de la familia y los seres queridos. Lo que me cuenta no me asombra, lo mismo me han dicho muchos miembros del personal sanitario con los que he tenido trato durante este tiempo. Víctor Aparicio tiene días y días, pero sabe que tarde o temprano volverá a hacer la maleta y viajar hasta Egipto o Costa Rica, esos destinos que el virus le ha impedido visitar con su marido. Mientras llega ese momento, seguirá practicando acrobacias y mejorando su voz, porque a Víctor otra de las cosas que le apasionan es cantar. Cuando le pregunto cómo se ve en un futuro, duda por primera vez, luego sonríe y me dice: “No lo sé, quién lo sabe, pero espero que celebrando lo bueno de la vida, rodeado de mis seres queridos y viviendo con pasión”.