Por Laura Fernández Rodríguez/ Fotos: B.S.
El rugby no es solo un deporte, es una herramienta que transforma vidas, promueve la inclusión y que, sobre todo, enseña valores que van más allá del terreno de juego. Beatriz Sanjurjo empezó su carrera deportiva desde pequeña, cuando jugaba al balonmano en el colegio, y no fue hasta su llegada a la universidad que descubrió un deporte que le ofrecía algo que no hacía el resto. El rugby es un deporte muy competitivo, pero no es solo una prueba física, sino un espacio donde las relaciones humanas juegan el rol más importante: «Es un deporte muy de contacto, donde se fomenta mucho el respeto, el trabajo con las compañeras, el tomarte algo con el rival después«.
El rugby fue algo totalmente nuevo para Beatriz, una experiencia que le abrió puertas a un mundo completamente diferente al de los deportes que había practicado. Encontró en el terreno de juego un lugar donde no importa el tamaño ni la velocidad, porque lo que realmente cuenta es la actitud y el trabajo en equipo. El rugby le hizo sentirse parte de una comunidad más inclusiva donde las diferencias se celebran, no se juzgan: «Siempre la gente grande, normalmente en los deportes, suele sentirse un poco mal por no ser tan rápida, no ser tan ágil. Y de repente llegas al rugby donde de verdad hay como sitio para todas«.
Enseñar es mucho más que transmitir habilidades técnicas, y Beatriz no solo jugó, sino que también consiguió convertirse en entrenadora con el paso del tiempo, y este cambio de rol le permitió mirar el deporte desde otra perspectiva: «Siempre me ha gustado mucho enseñar, porque me gusta cuando siento que algo no lo entiendo y alguien me ayuda a entenderlo«. La entrenadora reconoce que el rugby es mucho más que un deporte; es una verdadera escuela de vida. «Es increíble cómo puedes ver a las jugadoras evolucionar. No solo se trata de mejorar en el deporte, sino también como personas«, afirma, insistiendo en cómo el rugby tiene la capacidad de desarrollar carácter, disciplina y trabajo en equipo y permite empoderar a otras personas, especialmente jugadores que están comenzando. Este proceso de cambio es para Sanjurjo uno de los aspectos más gratificantes de ser entrenadora: «Recuerdo a algunas jugadoras que llegaban al equipo con poca confianza en sí mismas. Poco a poco, las vi crecer, no solo en el campo, sino fuera de él. Esa es una de las cosas más bonitas que me ha dado el rugby: ver cómo las jugadoras se empoderan y descubren que tienen mucho más potencial del que pensaban«.
El rugby femenino respecto al masculino tiene mucha menos visibilidad, en parte porque el deporte tiene menos promoción en general. A pesar de esto, la entrenadora sigue adelante, convencida de que el rugby tiene un impacto profundo tanto en los hombres como en las mujeres que lo practican. A pesar del crecimiento del rugby femenino, todavía existen muchos desafíos a los que Beatriz está decidida a enfrentarse: “A nivel de visibilidad, seguimos luchando. En los medios de comunicación, en el apoyo institucional… aún queda mucho por hacer«, señala. A pesar de estas dificultades, el rugby sigue ganando popularidad entre las mujeres, especialmente gracias al gran número de jóvenes que se sienten atraídas por los valores que transmite este deporte.
Más allá de la fuerza física que se necesita para jugar al rugby, lo que realmente se cultiva es una mentalidad de superación y compañerismo, que es fundamental tanto dentro como fuera del campo: «lo que más me satisface como entrenadora es ver cómo una jugadora, a medida que va mejorando, se da cuenta de su propio potencial. El rugby tiene un poder transformador«, afirma.
Para Beatriz, el rugby es mucho más que una competición; es una forma de cambiar vidas, de crear un espacio de respeto y de empoderar a mujeres que encuentran en el deporte un lugar para desarrollarse. «El rugby no solo me ha dado amigos y compañeras, sino una familia que comparte los mismos valores. Eso es lo que hace especial a este deporte«, explica. A lo largo de su carrera, ha habido momentos que la han marcado profundamente. Recuerda especialmente el impacto que tuvo en uno de sus jugadores más jóvenes: «Me contaba el padre que le decía a su hijo que el año que fui su entrenadora había sido su mejor año de rugby. Y para mí eso es lo más especial, porque significa que les ha influido como personas«. A pesar de limitar su visión en un primer momento cuando no tenía una figura a la que admirar, Beatriz insiste en que es fundamental tener un referente dentro del deporte y Patricia García, quien fue capitana de “Las leonas”, ha sido una fuente de inspiración. «Nunca tuve ningún referente, nunca vi ningún partido de balonmano femenino en la tele…«
Al final, su mensaje para los jóvenes y no tan jóvenes que piensan en unirse a un deporte es claro: «No dejéis nunca de jugar. Jugar es divertidísimo, competir de forma sana, tener retos… eso te genera mucha felicidad de continuo«. También anima a todos aquellos que desean dedicarse de manera más profesional a perseguir sus sueños con dedicación y pasión, destacando que la constancia y el esfuerzo siempre llevan al éxito. En cada jugador que ve crecer y superar sus propios límites, Beatriz encuentra la razón de seguir adelante: un deporte que no solo forma atletas, sino también personas con un carácter fuerte y una visión más amplia de lo que significa realmente la victoria.