Por Duaa Naciri Chraih
Cada vez se escucha más hablar del colágeno. En redes sociales, en farmacias, en charlas entre amigas. Se ha convertido en uno de los suplementos estrella de los últimos años. Promete cuidar la piel, fortalecer las uñas, reducir el dolor en las articulaciones y hasta mejorar el cabello. Se presenta en polvo, cápsulas, barritas o incluso en cafés listos para tomar. Parece casi mágico. Pero antes de dejarnos llevar por las promesas, conviene hacerse una pregunta muy básica: ¿sabemos realmente qué estamos tomando?
Lo primero es entender qué es el colágeno. Aunque ahora suene muy moderno, el colágeno es algo que ya tenemos dentro. Es una proteína que fabrica nuestro propio cuerpo y que sirve para mantener unidas distintas partes: la piel, los músculos, los huesos, los tendones, los cartílagos. Es como el pegamento natural que nos da firmeza, elasticidad y resistencia. Sin colágeno, literalmente, nos desmoronaríamos. Pero hay un detalle importante: con los años, el cuerpo deja de producirlo con la misma fuerza. A partir de los 25 o 30 años, esa producción empieza a bajar, y es entonces cuando aparecen los primeros signos: la piel pierde firmeza, duelen más las rodillas, los huesos se resienten. Y ahí es cuando muchas personas empiezan a buscar suplementos para «rellenar» esa falta.
Hasta ahí, todo suena lógico. Pero ¿de dónde viene ese colágeno que tomamos? La mayoría de los productos que encontramos en el mercado están hechos a partir de restos de animales: piel, huesos o cartílagos. No es algo muy agradable de imaginar, pero es importante saberlo. En concreto, hay tres fuentes principales: El colágeno bovino viene de las vacas. Es uno de los más comunes y suele utilizarse para ayudar a las articulaciones o a los músculos. El colágeno porcino, extraído del cerdo, es muy parecido, aunque menos habitual por razones culturales o religiosas. El colágeno marino se obtiene de restos de pescado: escamas, espinas o piel. Es más fino y se dice que el cuerpo lo absorbe mejor. Por eso se usa mucho en cosmética o productos enfocados a la piel.
Entonces, ¿y el colágeno vegetal? ¿Existe? La respuesta corta es: no. No hay colágeno vegetal. Lo que sí existe son suplementos a base de plantas que ayudan al cuerpo a producir su propio colágeno. Estos productos suelen llevar vitamina C, biotina, zinc o aminoácidos. No aportan colágeno directamente, pero sí pueden estimular su fabricación.
Ahora bien, ¿sirve de algo tomar colágeno? ¿Es solo marketing o hay resultados reales?
Los estudios más recientes dicen que el colágeno hidrolizado, el que está partido en trocitos pequeños para que se absorba mejor, puede ser útil si se toma de forma constante. Puede mejorar la elasticidad de la piel, reforzar las uñas y el pelo, y aliviar molestias articulares. Pero hay un matiz importante: no funciona de un día para otro, ni hace milagros. Además, el colágeno que tomamos no va directo a las arrugas o a las rodillas, como si fuera un parche. Cuando entra en el cuerpo, se descompone en pequeñas partes, y luego nuestro organismo lo utiliza donde más lo necesita. Tal vez en la piel, tal vez en un músculo dañado o incluso en órganos que ni imaginamos. Es decir, no podemos elegir dónde actúa.
Otra cosa que mucha gente no sabe es que no todos los productos son iguales. Hay diferencias según el origen del colágeno, la calidad del proceso y los ingredientes que lo acompañan. Algunos llevan vitamina C, que ayuda a su absorción. Otros mezclan colágeno con ácido hialurónico o magnesio. Y también cambia el formato: no es lo mismo tomarlo en polvo con el desayuno que en una cápsula que no se digiere bien. Por eso, antes de comprar, conviene leer bien las etiquetas. Y, si se puede, preguntar a alguien que sepa: un farmacéutico, un nutricionista, incluso tu médico. No es necesario volverse experto, pero sí tener claro que no todo lo que brilla en la caja es oro.
Otro aspecto que vale la pena mencionar es el ético. Muchas personas no se sienten cómodas tomando un producto de origen animal, y está bien. Por eso es importante que las marcas sean transparentes y lo digan claramente. Los llamados “colágenos veganos” en realidad no son colágenos, sino mezclas vegetales que ayudan al cuerpo a crear el suyo. No hacen daño, pero tampoco son lo que muchos piensan.
El colágeno no es magia, pero tampoco es mentira. Puede ayudar, sobre todo a partir de cierta edad, como parte de un cuidado integral. Pero no sustituye una alimentación variada, el ejercicio regular, dormir bien y beber agua. Tampoco reemplaza el paso del tiempo, ni borra arrugas por arte de magia. Tomarlo o no tomarlo es una decisión personal. Pero si se toma, que sea con información, no por moda. Que no se convierta en otro producto que compramos sin saber qué lleva, solo porque alguien lo recomendó en redes. Al final, cuidarse va mucho más allá de seguir tendencias. Tiene que ver con conocerse, escuchar al cuerpo y decidir qué necesita de verdad. Y si el colágeno forma parte de ese cuidado, que sea con los ojos bien abiertos, sabiendo lo que nos llevamos a la boca… y por qué.
