sábado, septiembre 27, 2025

Mindfulness: ¿herramienta de autoconocimiento o moda pasajera?

Redacción

Por Duaa Naciri Chraih

Hace no tanto, la palabra mindfulness sonaba a algo lejano, casi exótico. Hoy está en boca de todos: en talleres de empresa, en apps de meditación, en libros de autoayuda y hasta en anuncios de cereales. Lo que empezó como una práctica ligada a la tradición budista y a la meditación oriental se ha convertido, para muchos, en una especie de salvavidas exprés para lidiar con un mundo cada vez más rápido y más ruidoso. Pero, ¿Qué hay detrás de esta palabra que se repite tanto? ¿Es realmente una herramienta para conocerse mejor o solo un eslogan bonito para vender cursos y cojines de yoga?

Quien lo practica de verdad suele insistir en lo mismo: no se trata de vaciar la mente, ni de sentarse en silencio como si eso borrara problemas mágicamente. El mindfulness o atención plena tiene más que ver con aprender a mirar dentro de uno mismo sin juzgar. Observar pensamientos, sensaciones y emociones tal como aparecen, sin intentar empujarlas ni maquillarlas. Una forma, dicen quienes saben, de dejar de ir en piloto automático y empezar a estar realmente aquí.

Muchos lo descubren por casualidad. Quizá un amigo te envía un audio de meditación guiada. Quizá lo pruebas en una clase de yoga. Quizá aparece recomendado por el médico cuando la ansiedad empieza a apretar. Y, a veces, basta sentarse cinco minutos, respirar y prestar atención para notar algo tan básico como que la mente va de un lado a otro sin parar.

En un mundo que empuja a hacer mil cosas a la vez, parar es casi revolucionario. Pero ahí está la trampa: la popularidad del mindfulness ha crecido tanto que para muchos se ha vaciado de contenido. Lo curioso es que, cuando se practica con constancia y sin tantas etiquetas, el mindfulness no tiene nada de moda pasajera. Hay estudios que respaldan sus beneficios: ayuda a gestionar mejor la ansiedad, a dormir mejor, a relacionarse de forma menos reactiva con los pensamientos. Eso no significa que sea una receta milagrosa ni que funcione igual para todos. Ni tampoco que sustituya a una terapia psicológica o a un cambio de hábitos más profundo. Pero para muchas personas sí se convierte en una puerta de entrada a algo más grande: conocerse mejor y entender qué pasa dentro cuando todo alrededor va tan rápido.

Quizá por eso engancha a quienes lo integran de verdad en su día a día. Porque no requiere nada que no tengamos: solo tiempo, paciencia y algo tan olvidado como escuchar la propia respiración. Un café sin móvil. Una caminata observando cómo suenan los pasos. Una ducha sintiendo el agua en la piel en vez de repasar mentalmente la lista de tareas.

Pero como pasa con casi todo, la industria sabe bien cómo empaquetar lo que funciona. Hoy se venden retiros de lujo para desconectar y apps con suscripciones que prometen calma en cinco minutos. Y no está mal, siempre que no se pierda de vista que la esencia no está en pagar más ni en convertirlo en obligación, sino en practicarlo como parte de una rutina que cada uno adapta a su vida. En realidad, el mindfulness no promete hacernos mejores ni más productivos —aunque a veces se venda así—. Su mayor valor es recordarnos algo tan básico que cuesta hasta creerlo: que estamos aquí, ahora, respirando, y que eso es suficiente para empezar a escucharnos.

¿Es una moda? Puede serlo para quien lo use solo como palabra bonita de escaparate. ¿Es una herramienta de autoconocimiento? Sin duda, para quien esté dispuesto a mirar dentro con honestidad. Al final, como casi todo lo importante, depende menos de la etiqueta y más de la intención. Y ahí está la parte más difícil: parar, aunque sea cinco minutos, y ver qué pasa cuando dejamos de correr.

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