jueves, abril 25, 2024

Voluntariado en Tanzania

Texto y fotos: Alicia Adroher

Hice mi primer voluntariado con 14 años en Ghana, África. Siempre he intentado priorizar el ayudar al resto, y, por eso, decidí hacer un voluntariado. Personalmente, fue complicado ir a un país tan necesitado siendo tan joven, ver la situación en la que viven muchísimas personas por todo el mundo y salir de la burbuja en la que yo había vivido toda mi vida. Por eso, no volví a atreverme hasta los 18 años, que fui a Costa Rica, y luego a los 19 años que fui a Tanzania. Y ahora, os voy a escribir sobre mi voluntariado ahí.

Recuerdo como si fuera ayer organizar el viaje a Tanzania con mi prima. Fuimos con una organización llamada IVHQ (International Volunteer HQ), la cual lleva a personas de todo el mundo a ayudar a los países más necesitados. Tienen diferentes programas para viajar, como cuidado de niños, voluntarios médicos, proteger a tortugas marinas, cuidado de discapacitados, entre muchos otros. Nosotras escogimos el voluntariado de cuidado de niños, en Tanzania.

A pesar de haber estado emocionada por ir los meses anteriores, en el momento en que me subí al avión me comenzaron a entrar las dudas, ya que me había afectado el voluntariado anterior. Pero supe que ayudar al resto me hacía feliz.

Llegamos a la casa de voluntarios en la que nos íbamos a quedar esas tres semanas por la noche. Dormíamos en la misma habitación todas las chicas, que éramos unas 15, además de utilizar el mismo lavabo. Al día siguiente fuimos con unos cuantos voluntarios al centro de Arusha, la ciudad donde nos quedamos, para saber dónde coger el transporte para el colegio donde dábamos clase, y también para pasar por el supermercado y cambiar euros a chelines tanzanos. Fuimos a Kilombero, que era el sitio donde estaban todos los “daladalas”, que eran mini autobuses. Recuerdo que antes de ir a Kilombero, un voluntario argentino nos dijo que en su país se decía “quilombo” al barullo, y que Kilombero no tenía otra definición que esa. Cuando llegamos, entendí a qué se refería. Era un caos, había muchísima gente y “dalasdalas” por todos lados, todo el mundo gritando y los mini autobuses pasaban rápido, esperando a que la gente se apartara sola. No hice más fotos a Kilombero, más que la siguiente, ya que se nos recomendaba no sacar el móvil en zonas con mucha gente.

Mi prima y yo nos quedamos alucinadas con los tanzanos, que se nos acercaban para cogernos de las manos y nos llamaban “muzungus”, que significa “persona blanca”. Nos rodeaban y nos gritaban que nos querían.

Nuestro voluntariado era en un colegio en un poblado a las afueras de la ciudad. Cuando llegamos al poblado, nos impresionó mucho que las casas fueran de barro.

El nombre del colegio donde íbamos a dar clase las siguientes tres semanas era “Power the Children”, y la directora se llamaba Mrs. Paskalina. Estuvimos tres semanas dando clases a 40 niños de entre 2 a 6 años en este colegio. El colegio estaba dentro de la casa de la directora, y tenía una habitación habilitada para dar clases, y los niños estaban apelotonados en el mismo espacio para poder entrar todos. Les dábamos clases de matemáticas y de inglés. Les enseñabamos los nombres de los animales y de los colores, a escribir, a leer números, etc.

Pero, para mi, lo más especial era ver la ilusión que tenían los niños por aprender. Además, participaban mucho en clase, y cada vez que participaba algún alumno, daba igual que hubiera fallado o no, todos los alumnos le cantaban una canción animandole a volver a participar. Este gesto de aplaudir a los alumnos que participaban, me pareció una forma increíble de animarles a participar. Todos los niños se peleaban por salir a la pizarra; y, como siempre dice mi madre, no hay mejor forma de aprender que fallando.

Uno de los niños, Stephano, de 2 años, siempre se quedaba al final de la clase y me señalaba dibujos de animales que tenían en las paredes, para que le dijese el nombre del animal. Las ganas que tenía de aprender, de saber todo, era increíble. Me miraba y se señalaba los ojos, para que le dijera “eyes”, y él lo repetía una y otra vez. Para Stephano, y el resto de niños a los que estuvimos dando clases, era primordial el rato que pasaban en el colegio aprendiendo y relacionándose.

En esas tres semanas con ese grupo de niños, mi prima y yo aprendimos muchas cosas, y esa experiencia fue inolvidable. Ese voluntariado lo hice en 2018 y todavía sigo recordando a “mis niños”, y pienso mucho en ellos y en cómo estarán ahora. También, seguimos manteniendo contacto con Mrs. Paskalina, la directora, que era una mujer generosa y muy buena.

Durante ese viaje, ya que teníamos los fines de semana libres, aprovechamos para visitar tribus y hacer un safari, de lo cual también disfruté muchísimo, aunque fueron de los pocos fines de semana en los que deseaba que terminase para poder volver a trabajar.

Además de IVHQ, que es la compañía con la que yo hice el voluntariado, hay muchas otras empresas que dan esta maravillosa oportunidad. Por lo tanto, a todos los lectores que tengan la oportunidad de tener una experiencia así, recomiendo hacerlo, por mucho miedo que pueda dar. Es una experiencia que te marca y te ayuda a crecer como persona, y es inolvidable. Yo siempre lo voy a recordar con una sonrisa, por muy duro que pudiera ser en algunos momentos, y lo triste que es volver a casa y darte cuenta de lo privilegiado que eres solo por haber nacido en el país en el que naces.

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